El aspecto físico de una persona cuando tiene una determinada edad o se encuentra en la vejez, es el síntoma de todo lo que ha vivido y cómo la vida le ha tratado. Su aspecto no tiene que ser un condicionante para predisponernos al trato que le demos o a las formas que utilicemos al mantener con ellos conversaciones o el intercambio de ideas o puntos de vista.
Muchas veces he escuchado: “Ya está mayor y no hay que hacerle mucho caso”, o “Como es un viejo ya no tiene nada que decir”. Y sin darse cuenta, condicionamos nuestra actitud a la hora de intercambiar pareceres u opiniones de temas controvertidos o que producen un choque por la distinta forma de pensar. Me encanta escuchar los relatos de los mayores, y ahora mucho más, porque lo que ahora poseemos es fruto de su lucha, de su esfuerzo y del granito de arena que cada uno ha aportado a la sociedad.
Los mayores son un pozo de sabiduría, acumulan mucha experiencia; la prudencia y la sensatez hace que sus opiniones deban escucharse y tenerse más que presentes, ya que hablan desde la prudencia que la vida les ha dado por todos los momentos vividos.
Los cambios sociales, morales y de hábitos de vida que se han dado en estos últimos tiempos, generan no pocos conflictos y divergencias con las generaciones más jóvenes, pues son fruto de otra forma de entender la vida y vivirla, muy distinta a como hoy en día lo hacemos. Sus ritmos y su forma de cambio no se producen a la misma velocidad que la nuestra, ya que su forma de vida, educación y tiempos son casi antagónicos a los nuestros.
Sirva un ejemplo para matizar esto: Hoy los niños de tres años ya manejan un ratón del ordenador con una gran soltura, y abren y cierran un portátil con una facilidad pasmosa. Algo que hace dos generaciones y a la misma edad ni se pasaba por la cabeza, porque la tecnología es fruto de nuestro tiempo, y la posguerra, la pobreza y la falta de recursos eran los medios con los que nuestros mayores han crecido, se han formado y nos han educado a nosotros. Su formación, en definitiva no se ha producido en las universidades, salvo excepciones, sino en la escuela de la vida.
Una persona no se hace vieja. Viejas se hacen las cosas materiales. Una persona va siendo mayor por la edad. Uno se hace viejo cuando pierde la ilusión, cuando no construye nada ni aporta nada, cuando se deja llevar por el todo vale y pierdes el verdadero sentido de la vida. El relativismo, la cultura del todo vale que vivimos en nuestros días son los que están cambiando muchos valores en nuestra sociedad; y son nuestros mayores quienes ralentizan este cambio (bajo mi punto de vista afortunadamente) porque con los pies en el suelo, lanzan sus pensamientos para que escuchemos la voz de la experiencia y la sabiduría adquirida que nos diga: “¡No voléis tan alto! ¡No perdáis valores tan importantes como la familia, el respeto, la prudencia…! ¡Cuidado con vuestras prisas y el estrés con el que vivís! ¡Mantened la calma que en la vida todo llega y encima te pone en su sitio!”.
El paso de los años les ha ido haciendo libres, auténticos, sinceros… como dijo Ingmar Bergman: “Envejecer es como escalar una gran montaña; mientras se sube las fuerzas disminuyen, pero la mirada es más libre, la vista más amplia y serena.”
Con todo mi respeto y admiración, este pobre homenaje hacia ellos: Mis Mayores.