Son muchos los propósitos que a lo largo de nuestra vida nos hacemos. Algunos los logramos y otros no. Todos sabemos que de buenas intenciones no podemos vivir porque necesitamos de las obras que avalen nuestra vida. Tenemos que tener paciencia con nosotros mismos para aprender a tener paciencia con los demás.
Hemos de ser exigentes y tener fuerza de voluntad cuando nos proponemos realizar algo, para no quedarnos a mitad del camino, que luego el no terminar provoca frustraciones interiores y van poco a poco minando nuestra autoestima. Vivimos en el mundo de la inmediatez, todo tiene que ser aquí y ahora, en este mismo instante, nos acostumbramos a ver lo que queremos en la televisión o en internet, basta con un clic para cambiar de mundo, para buscar algo que nos entretenga más.
No tires tan fácilmente la toalla, no desesperes ante los primeros obstáculos que se te presenten, no te desanimes porque los primeros resultados no lleguen con la prontitud que deseabas. Ten calma, mantente ahí, insiste, confía, que quien sabe mantenerse en momentos así, al final recibirá su recompensa. Cuando se trata de Dios lo que cuenta es ser perseverante y saber esperar, pues al final el Señor responde y con creces.
Dice Jesús en el evangelio: «Esforzaos en entrar por la puerta estrecha, pues os digo que muchos intentarán entrar y no podrán» (Lc 13, 24), para que caigamos en la cuenta de que la inmediatez no nos lleva a la recompensa. La recompensa viene cuando somos capaces de confiar en Cristo, entonces nos damos cuenta de que todo es posible cuando nos dejamos ayudar por Él. Poco a poco. Luchando contra las prisas y contra la impaciencia que quieren todo en el momento. Que estas actitudes no te puedan. La vida no se perfecciona con un cambio aislado, sino con muchos intentos. El alma alcanza su plenitud no solo con la conversión de un pecado, sino de toda una vida, y bien sabemos lo débiles y pecadores que somos.
Pasar por la puerta estrecha significa negarnos a nosotros mismos, así podremos llegar a hacer la voluntad de Dios, tener una relación cada vez más fluida y seria con Él. Todo lo que hagamos tendrá sentido y cada vez encontraremos más facilidad para entrar en su presencia, dejándonos moldear por Él; para poder ser imagen y semejanza de Dios y no nuestra.
Dios actúa cuando nosotros hemos preparado y abonado el terreno de nuestra vida interior. No lo va a hacer cuando nosotros decidamos, como cuando queremos cambiar el canal de televisión, y en el momento que nos venga bien. Dios actúa cuando nuestro interior está preparado, madurado desde la ascesis y la oración. Por eso necesitamos ser perseverantes.
Que el encuentro con Cristo te transforme tanto que quieras dar la vida por Él sin pensártelo. Que cuando te pregunten quién es Cristo para ti no tengas que pararte a pensar qué es lo que vas a responder, porque no lo tienes claro, es algo que tiene que salir con fluidez, inmediatamente, porque lo sientes tan cerca y lo vives tan intensamente, que el amor fluye por cada uno de los poros de tu ser. Así tiene que ser la tensión con la que vives tu fe y la fuerza del testimonio con la que hablas. Porque cuando se siente lo que uno cree y vive, se transmite solo, y no quieres quedarte solo con buenas palabras, ni frases hechas, bastantes utilizamos ya en nuestro día a día para quedar bien. Con Dios no hay que quedar bien, con Dios hay que actuar desde lo más profundo del corazón, y eso se percibe cuando hablas porque lo trasmites con convencimiento, se te ilumina la mirada y te cambia la cara, porque hay ilusión y gozo en tu rostro al hablar de Cristo.
Sé capaz de perseverar y esperar que Dios siempre responde, Él te está esperando para unirse contigo en tu alma, en tu vida.