A todos nos gusta que nos ayuden y sentirnos apoyados en los momentos difíciles. Sentir el calor de la amistad, de la compañía y no verte solo ante la adversidad es un verdadero regalo, porque eres consciente, una vez más, de que eres importante para los otros.
Cuando tienen un gesto con nosotros que no esperamos, nos sentimos a la vez que sorprendidos, agradecidos y alegres, porque ese detalle que no esperábamos nos ha sorprendido y nos ha llegado al corazón. Y es que necesitamos sentir, amar y ser amados, comprobar con asiduidad que contamos para los demás.
Si algo nos puede enriquecer enormemente y hacernos más serviciales es adelantarnos a las necesidades de los demás. No esperes a que nadie te pida ayuda, anticípate antes de que te pidan nada. Así lo hizo Jesús cuando vio a la multitud en la montaña:
«Jesús levantó los ojos y, al ver que acudía mucha gente, dice a Felipe: “¿Con qué compraremos panes para que coman estos?”… Jesús les dijo: “Decid a la gente que se siente en el suelo”… Jesús tomó los panes, dijo la acción de gracias y los repartió a los que estaban sentados, y lo mismo todo lo que quisieron de pescado. Cuando se saciaron dice a sus discípulos: “Recoged los pedazos que han sobrado; que nada se pierda» (Jn 6, 5-13).
Tres son los pasos que Jesús nos muestra:
El primero paso es identificar la necesidad. Jesús se da cuenta de la realidad y se anticipa a la situación, pues ve que se va a hacer de noche y que no van a poder comer. Es consciente de lo que sucede a su alrededor. Y es que cuando lo que prima en tu vida son los demás antes que tú mismo, eres capaz de ver cuáles son sus necesidades, porque tu mirada es de amor y de entrega. Y como amas de corazón, deseas lo mejor para el otro y no quieres que le falte de nada, te desvives por él. Y esto es lo que Jesús nos muestra. Se preocupa, se implica y se entrega en lo que hace.
El segundo paso es solucionar la necesidad. Jesús nos enseña a no evadirnos y dar el paso al frente, que significa a su vez compromiso. Jesús se implica y también nosotros estamos llamados a implicarnos en la solución de los problemas, atendiendo con ternura y dulzura al que lo necesita. Esto supone un esfuerzo y un cansancio, pero cuando se hace con amor no importa tu cansancio ni tu esfuerzo. Procuras que el otro quede satisfecho y esté feliz. Y es que tenemos que mirar siempre por la felicidad de los demás. Ya por desgracia el mundo se encarga de apagarnos esa sed de mirar por los demás, no podemos desfallecer, que el mundo y los que restan en la vida no te quiten ni las ganas ni el ánimo de transformar los ambientes en los que te mueves.
El tercer paso es cuidar los detalles para que no vuelva a surgir dicha necesidad. Jesús pide a los discípulos que recojan las sobras, que nada se pierda. Y es que Jesús nos enseña que cuando servimos y amamos desde el corazón, se nos da el ciento por uno. La comida no sobra, se multiplica y nada se puede perder. Ningún esfuerzo por compartir, por amar, por transformar el mundo que nos rodea se pierde. Jesús quiere que todo se recoja para que el lugar en el que han estado quede mucho mejor, y es que como reza un proverbio indio: “La tierra no es una herencia de nuestros padres, sino un préstamo de nuestros hijos”. Por eso debemos dejar nuestro mundo, nuestra sociedad, nuestros ambientes mucho mejor de lo que lo hemos encontrado.
¿Qué mundo y qué sociedad vamos a dejar a las generaciones que vienen detrás de nosotros? El Señor nos ha marcado el camino y tenemos la suerte de ser sus ojos, sus oídos, sus manos, sus pies. Siéntete bendecido.