A todos nos gusta que estén pendientes de nosotros, que nos ayuden, que atiendan nuestras necesidades. Todos necesitamos de los demás, no podemos hacer nuestra vida al margen de los otros, porque si no nos sumergiríamos en una vida solitaria, aislada de cualquier tipo de sentimiento. Somos vulnerables cuando estamos solos, de hecho, cuando las personas estamos más unidas a los demás somos más difíciles de vencer. La unidad hace la fuerza y así queremos estar nosotros.
¿Cómo somos más fuertes? Estando unidos y sabiendo lo que queremos. En nuestra vida vamos caminando, avanzando, superándonos, dando pasos atrás… todo lleva su tiempo, y no podemos adelantar lo procesos para que ocurran antes. Lo que sí está en nuestra mano es hacer las cosas de corazón. Actuar desde el corazón debería de ser la norma de nuestra vida para que disfrutáramos de todo lo que hacemos.
Si algo nos puede ayudar cada día es el dejarnos sorprender incluso lo que hacemos cotidianamente por muy rutinario que nos parezca o por mucho trabajo que nos cueste hacerlo de buena gana. Disfrutar de lo que hacemos siempre es saborear la vida, pues cada día es distinto y nosotros no somos iguales que ayer, somos distintos, porque cada día cambiamos por las experiencias acumuladas y los encuentros y desencuentros que tenemos con los demás.
No podemos ser calculadores especulando con lo que nos vamos a encontrar o nos va a pasar. Si nos ponemos en las manos de Dios estamos llamados a confiar y a no esperar nada. Si Dios es quien guía tu camino entonces tienes que dejarte llevar sin preocuparte de lo te puede ocurrir o no. Dar es darse y confiar es confiarse. Y esto es lo que nos diferencia a los creyentes, pues queremos seguir los pasos del Maestro que ha venido a servir y lo queremos hacer con toda nuestra persona, poniendo todo lo que somos en nuestras acciones y haciéndolo en el nombre del Señor.
Darse es donarse, no esperar nada a cambio. Y ciertamente «hay más alegría en dar que en recibir» (Hch 20, 35), porque ponemos el corazón y todo lo que somos y tenemos en aquello que realizamos. Esta actitud deberíamos tenerla en todo momento para que nada pase desapercibido ante nosotros y así estemos atentos a todo lo que ocurre a nuestro alrededor. Ya lo advierte también el apóstol S. Pedro: «Sed sobrios, velad. Vuestro adversario, el diablo, como león rugiente, ronda buscando a quien devorar» (1 Pe 5, 8). En la entrega a los demás tenemos que ser sobrios y austeros con nosotros mismos, para estar siempre dispuestos a hacer algo. Sino la pereza, la comodidad, la desgana… entrarán en nuestra vida y nos costará mucho trabajo donarnos a los demás. Como nos dice el apóstol, el diablo siempre va a estar al acecho, esperando cualquier resquicio que le dejemos para entrar y hacer estragos en nuestra vida interior y en nuestra fe. Tenemos que estar en guardia y mirando siempre a nuestro alrededor, para no convertirnos en el centro de todas las necesidades, y así estar nosotros dispuestos a dar la vida por los otros.
Para poder donarnos totalmente a los demás hacen falta dos actitudes importantes:
- Fidelidad a nuestra vocación: Dios nos ha llamado a cada uno y tenemos que ser fieles a la misión que nos ha encomendado. Cada uno en nuestra tarea cotidiana tenemos que vivir nuestra fe entregándonos como Jesús y haciendo siempre las cosas por amor, siguiendo los pasos del mismo Cristo.
- Obediencia: Ante los momentos de debilidad nos ayudará a saber dar ese paso al frente y superar las dificultades personales que cada uno podamos tener, como Jesús en Getsemáni.
Que estas dos armas sean las que te ayuden a saber contrastar tu vida cada día con la Palabra de Dios y así tener claro cómo Jesús te habla y te invita a donarte en todo momento a los hermanos. Dar es darse.