Si hay algo que apenas nos gusta es que no nos den explicaciones de lo que tenemos que hacer. Siempre necesitamos un motivo, una explicación del por qué tenemos que hacer las cosas, para hacerlas con agrado y si se puede disfrutar sacándole el mejor provecho a nuestro esfuerzo y a nuestro tiempo. Queremos y necesitamos saber con antelación lo que tenemos que hacer, para organizarnos y que dentro de nuestros esquemas mentales todo esté previsto y sepamos encontrar la motivación necesaria que nos permita dar lo mejor de nosotros mismos.
No podemos actuar por impulsos sin valorar las consecuencias que nos acarrean nuestros actos. Cierto que a todos nos gusta controlar nuestra vida y desechamos por la vía rápida los momentos de incertidumbre e inseguridad que tanto daño nos hacen privándonos de la paz y serenidad tan necesarios para nuestro equilibrio personal.
Necesitamos ser en nuestro entorno personas convencidas de lo que hacen, para transmitir ilusión, ánimo y ganas de caminar. Cuando una persona está convencida de lo que dice: no hace falta ni que se esfuerce para transmitir con seguridad aquello que cree; no mira en ningún momento el esfuerzo ni el tiempo que emplea; se convierte en un testimonio porque actúa como piensa y a pesar de los fallos y limitaciones el fruto que da no se empaña ni desmerece.
Para llegar a esta forma de vida es necesario tener muy claro por qué actuamos y cuál es el sentido que te mueve. No es sólo sentimiento porque es pasajero y termina cambiando con el tiempo. El sentido con el que actuamos y nos movemos nos lleva a un estilo de vida concreto que además vamos renovando diariamente con lo que hacemos porque nos llena de felicidad y nos realizamos personalmente.
El ejemplo lo tenemos en los discípulos, cuando Jesús los manda de dos en dos a predicar. «Ellos salieron a predicar la conversión, echaban muchos demonios, ungían con aceite a muchos enfermos y los curaban» (Mc 6, 12-13). Ellos siguieron con determinación a Jesús. La experiencia del encuentro con Cristo fue fuerte para ellos porque inmediatamente lo dejaron todo. Desde que fueron llamados hasta que el Señor los envió hubo un tiempo de preparación y de interiorización de todo lo que Jesús les enseñaba e incluso tuvieron alguna que otra llamada de atención donde se dejaron corregir. Y cuando el Señor los vio preparados y convencidos de lo que tenían que hacer se fueron en su nombre a predicar y curar a endemoniados y enfermos.
Jesús también te llama por tu nombre como a los discípulos y quiere seguir enseñándote todos los días cómo descubrir y renovar el sentido de tu vida, para que no te estanques y para que también actúes en su nombre. Déjate amar por Jesús sin ningún reparo, no te opongas a nada ni le pongas excusas ni pretextos. Él quiere que tú también estés convencido de lo que haces para que tu vida irradie su amor, su plenitud a través de ti. Es un gran regalo ser instrumento, pero mucho más bello es ser instrumento y ayudar a que los que están a tu lado también se sientan realizados con tu persona y con lo que haces por ellos. Como los discípulos escucha y déjate corregir por el Señor, que a veces es lo que más cuesta. Compromete tu vida sin pensar en las consecuencias ni en lo que vas a hacer. El Espíritu Santo te guiará y te llegará y allá donde te lleve será porque Dios lo quiere así.
No te quedes parado y pensando, porque ya Dios piensa por ti. Que Él te sea quien te ayude a dar sentido a todo lo que haces para que nazca y mueras en Él. Así es como actuarás en su nombre. Como Jesús ya conoce tus miedos y limitaciones déjate transformar por Él, ponte en sus manos y se barro para el mejor alfarero, que no defrauda y todo lo hace bello. Porque bello es tu corazón.