A ninguno nos gusta mostrar nuestras propias debilidades ni aquellos puntos en los que somos más vulnerables. Por norma solemos guardárnoslos para nosotros mismos y hacemos lo que sea necesario para ocultárselo a los demás. Procuramos no dar pie a que se produzcan esas situaciones en las que nos podemos ver más comprometidos, y sacamos a la luz lo mejor que tenemos de nosotros para evitar riesgos que nos puedan hacer quedar mal.
Hay veces en las que nos cuesta trabajo aceptarnos a nosotros mismos y esta situación en momentos concretos no nos ayuda, sino que hace que estemos más enfadados y molestos con nosotros mismos. Hay veces en las que no nos sentimos totalmente a gusto con nosotros mismos y esto llega a provocar que estemos más irascibles y enfadados, y como consecuencia solemos pagarlo con quienes tenemos al lado, que casi nunca tienen la culpa; más bien son pacientes y procuran sobrellevarnos cada día con el mejor de los ánimos.
Tenemos que esforzarnos por cambiar y por llegar a transformar esas debilidades en virtudes, aunque nos cueste trabajo y sea un trabajo arduo. No podemos quedarnos quietos dejando que pase el tiempo y que no avancemos en ese camino de transformación. Quedarnos estancados es lo peor que nos puede ocurrir porque dar ese salto o tomar ese punto de partida nos va a suponer un gran esfuerzo personal que vamos demorando en el tiempo. Por eso, la inconformidad no puede conformarnos ni resignarnos. No podemos bajar los brazos en nuestra lucha interna pues sería reconocer que las debilidades pueden con nosotros y no somos capaces de superarnos ni de crecer interiormente. Hay luchas internas que solo nos competen a cada uno y que solo nosotros conocemos. Aunque los demás no sepan nada, siempre hay alguien que conoce lo que nos ocurre, y ese alguien somos Dios y cada uno de nosotros. Incluso hay veces que nosotros nos llegamos a creer nuestras propias excusas y nos justificamos y defendemos, pero a Dios no le podemos engañar nunca, pues el nos conoce tal y como somos. Ten la fuerza necesaria para afrontar tus propias debilidades y reordena tu vida y prioridades para que puedas ponerte manos a la obra con determinación y fidelidad.
Así lo dice el apóstol S. Pablo: «Purificaos de toda impureza de la carne o del espíritu, para ir completando nuestra santificación en el temor de Dios. Dadnos cabida en vuestros corazones» (2 Cor 7, 1-2). Corregir nuestras debilidades nos lleva a la perfección y a la santidad, que es estar cerca de Dios con todo lo que hacemos, decimos y vivimos. Este es el anhelo de todo creyente, llegar a estar siempre y en todo momento cerca de Dios. Y para eso hace falta estar despiertos y atentos a esas debilidades que afloran en nuestra vida de la manera menos insospechada, pero que están ahí presentes. Nuestra vida de fe es una vida en constante conversión, pues nosotros y el mundo lo vamos haciendo en todo momento. No podemos decir que ya hemos llegado a la meta, sino que aún nos queda camino por recorrer, pues nuestra imperfección siempre estará presente por nuestra propia condición humana. Y en esta lucha es donde nos debemos sumergir para poder agradar a Dios y servirle de todo corazón. Siéntete amado por Dios para que tus propias debilidades se vean fortalecidas por el Señor y tu alma quede reconfortada por saber que el Todopoderoso sigue haciendo obras grandes en ti, a pesar de tu pequeñez. Gracias Señor por ese amor tan grande que me tienes.