Personas buenas hay en todos lados, las conocemos bien a las que están en nuestro entorno. Hay veces que pasan desapercibidas a nuestro lado, por su sencillez y su silencio. Se dedican a hacer todo el bien que está en su mano, dando siempre lo mejor de sí. Cuando llegamos a otros lugares distintos, con gente nueva, también nos encontramos a ese mismo tipo de personas que destacan por su gran corazón. Son hormiguitas que siempre están trabajando y haciendo el bien siempre que pueden, y no solo esperan que se les presente la oportunidad para ayudar, sino que ellas mismas se encargan de buscar las personas y situaciones para ayudar y mejorarlas con su entrega y compromiso.
Para ser buenos hemos de ser previsores e ir preparando el terreno de nuestro corazón poco a poco, no se consigue de la noche a la mañana, necesita un proceso para ir quitando poco a poco todo lo malo que hay en él. Ocurre lo mismo con la tierra que se prepara para la siembra, primero hay que dejarla en barbecho para que se renueve, se le quitan las malas hierbas y las piedras, se abona y se siembra. Todo lleva un proceso de purificación, como nuestra vida de fe; necesitamos trabajarla poco a poco para que nos lleve a ese estado de bondad donde todo lo hagamos altruistamente desde lo más profundo de nuestro corazón.
Pero en este camino de bondad siempre nos encontramos con una tentación, la de pensar que siempre hay alguien que se puede estar aprovechando de nosotros y que lleguemos a pensar que no trabajamos para nadie, o que no queramos que no estamos para que los demás se beneficien a nuestra costa. Esta tentación nos suele hacer mucho daño porque hace que bajemos los brazos y dejemos de hacer las cosas de corazón, pensando más en los demás y cerrándonos a la gracia de Dios que se quiere hacer presente en nuestra vida. Además, que nos priva de ser nosotros mismos y hace que no saquemos lo mejor que tenemos en nuestro interior, dejando de hacer todo el bien que podemos, sólo por un pensamiento de interés que merma nuestra propia felicidad.
No le des tanto poder al mal en tu vida, dejando que coarte tu libertad y tu capacidad de transformar el mundo con todo lo bueno que tienes. Así no lo dice el apóstol San Pablo: «No os ha sobrevenido ninguna tentación que no sea de medida humana. Dios es fiel, y él no permitirá que seáis tentamos por encima de vuestras fuerzas, sino que con la tentación hará que encontréis también el modo de poder soportarla» (1 Cor 13, 10). Por eso si dejamos de hacer el bien, estará triunfando el mal en nuestra vida, empeñado en apartarnos de Dios y en que no enriquezcamos el mundo en el que vivimos con todo lo bueno que llevamos dentro. Y es que con la ayuda de Dios podremos superar toda tentación, pues Dios es fiel y siempre va a estar a nuestro lado esperando a que acudamos a Él para vencer al demonio, que nos quiere apartar de la Verdad y del Evangelio. Dios siempre nos va a dar los medios para que luchemos y permanezcamos fieles, para que la tentación no se haga fuerte en nuestra vida y para que todo lo que nazca de nuestro interior sean siempre sentimientos y acciones de amor y de bondad. Así es como transformaremos los corazones de quienes nos rodean y donde el bien triunfa sobre el mal, siempre de manera silenciosa, callada, servicial, como tiene que ser y como Jesús nos enseña en el Evangelio.
Que tu mirada siempre esté puesta en Cristo que no dejó de predicar el evangelio, incluso cuando la gente comenzó a abandonarle porque el camino que les proponía era exigente (Cf. Jn 6, 60-71), en cambio los discípulos se quedaron con Él porque «tiene palabras de vida eterna» (Jn 6, 68); ni abandonó ni se retractó cuando le apresaron injustamente para juzgarle, porque tenía que ser obediente a la voluntad del Padre. Que Cristo sea siempre tu inspiración para hacer siempre el bien, y sobre todo para nunca desistir, porque tenemos que llegar hasta el final de nuestros días sin dejar de hacer el bien. Para renovar este ánimo tenemos los sacramentos, especialmente la Eucaristía y la Confesión, y la oración que nos ayuda a llevar a nuestro corazón la Palabra de Dios, para después ponerla en práctica en el día a día. No dejes de hacer el bien nunca y cuando te venga la tentación acude a Jesucristo que te mira con ternura y te dice que ánimo, que estás en el camino correcto y que confía en ti. No le falles.