A menudo los cambios nos dan miedo y nos producen incertidumbre e inseguridad, pues lo nuevo, lo que está por venir, se nos escapa a nuestro control y parece como si estuviésemos a merced del futuro que no controlamos y que no sabemos lo que nos deparará. Hay veces que deseamos cambiar pero el cambio nos produce cierto temor ante la novedad que viene. A nuestro lado hay personas que actúan con seguridad y tienen claro qué es lo que quieren para su vida. No se quedan parados ante los cambios, sino que afrontan lo que está por venir con mucha confianza, y en ocasiones se convierten en punto de referencia y ejemplo de cómo hay que actuar y seguir avanzando en la vida. Comprenden con rapidez los cambios de ciclos y están preparados para asumir los nuevos retos y riesgos que comportan las decisiones.
Todos los días nos acostamos con la seguridad de que despertaremos a la mañana siguiente. Nos levantamos para seguir con nuestra vida; con nuestras actividades cotidianas; con los problemas y dificultades a los que muchas veces encontramos difícil solución; con la esperanza de poder cambiar la suerte que a veces no nos sonríe como nos gustaría; con nuestras certezas y dudas; con nuestra fe fuerte y firme en el Señor y a veces con nuestra pobre fe por las debilidades y flaquezas de nuestra condición humana. Así somos nosotros, sabiendo que el futuro más inmediato lo tenemos que vivir proyectando el futuro más lejano en nuestros deseos e imaginación. Y abiertos a lo que la vida nos trae desde la vivencia de la fe y la confianza puesta en el Señor que sabemos que nunca falla y que a veces nos cuesta trabajo creerlo y ponerlo en práctica cuando nuestros pilares se tambalean.
Hemos de confiar en la Providencia, porque hace que al fiarnos de Dios y al poner nuestra vida en sus manos, el futuro no nos de miedo y no haga que nos quedemos parados, indecisos, sin saber qué hacer. Quien se fía totalmente de Dios no ha de temer al futuro, a lo que está por venir, pues la seguridad que Dios da a quien se pone en sus manos, hace que afrontes con paz y serenidad todo lo que está por venir, sabiendo que Dios no defrauda. Así nos lo dice Jesús en el Evangelio: «Comprended que si supiera el dueño de casa a qué hora de la noche viene el ladrón, estaría en vela y no dejaría que abrieran un boquete en su casa. Por eso, estad también vosotros preparados, porque a la hora que menos penséis viene el Hijo del hombre» (Mt 24, 43-44). Si nos dormimos en nuestra vida de fe y nos abandonamos con el pretexto de que no tenemos tiempo, de que son muchas las obligaciones que tenemos, de que cada uno nos entendemos con Dios a nuestra manera y de que nuestros apegos y seguridades son más fuertes que nuestra confianza en la Providencia de Dios, entonces estaremos dejando un gran boquete para que entre el “ladrón” y se lleve todo lo que hay dentro de nuestra casa.
¿Qué nos roba el Espíritu de Dios en nuestra vida? Hemos de estar preparados, bien despiertos, para estar siempre cerca de Dios. Hay veces que atravesamos una noche oscura y tenemos que enfrentarnos a la prueba sin miedo; hemos de dejar que Dios continúe su obra a través nuestra, pues hemos sido elegidos por Él y nos ha dado una serie de dones para que los usemos, los vivamos bien y los entreguemos a los demás para dar testimonio de que en sus manos todo es posible. Así lo dice Jesús: «Nadie que pone la mano en el arado y mira hacia atrás vale para el reino de Dios» (Lc 9, 62). Por eso, hemos de mirar siempre al mañana con esperanza; no podemos quedarnos en el pasado, en el lamento. Mirar al futuro significa estar abiertos al Espíritu de Dios que nos guía y nos lleva por los caminos del Evangelio, con la mirada puesta en la Cruz que nos señala al cielo, mirando siempre a los hermanos con los que tenemos que hacer camino y crear comunidad. Cree y confía; ama y reza para que nunca te canses ni desesperes. El futuro es de Dios y te lo ha confiado a ti para que alcances la vida.