A veces parece que todo el esfuerzo que empleamos en un proyecto que realizamos no obtiene la recompensa esperada. Es normal que nos desanimemos, que busquemos otras formas de hacer y de avanzar en nuestra vida personal, que nuestra cabeza no pare de pensar ni de dar vueltas buscando los porqués que a veces tienen difícil respuesta. Luchar en determinados momentos de la vida puede llegar a cansar, porque a pesar de no conseguir lo esperado, tendemos a compararnos con los demás que han conseguido lo que pretendían incluso algunos con menor esfuerzo que el que nosotros mismos hemos empleado. Y es verdad que esto último nos mata, porque llegamos a establecer grandes diferencias entre nosotros y los demás. No te compares con nadie, tú eres tú con tus dones y debilidades; que todo lo que hagas sea desde el corazón.
También nos encontramos con situaciones que nos hacen sufrir mucho porque nuestro entorno no reconoce el esfuerzo, trabajo y dedicación que hemos realizado. Esto nos duele enormemente, pues no se recibe ninguna muestra de gratitud por la tarea desempeñada. Y no es que busquemos la gloria por lo que hacemos, pero da la sensación que a veces estamos tan sumergidos en nuestras rutinas y preocupaciones que nos adentramos tanto en nuestros mundos y criterios, que nos olvidamos de mirar al corazón de las demás y de mostrar y manifestar nuestro agradecimiento. Que esto no te desanime ni te quite las ganas de seguir esforzándote por lo que haces.
El apóstol san Pablo nos dice: «Lo que hacéis, hacedlo con toda el alma, como para servir al Señor, y no a los hombres: sabiendo que recibiréis del Señor en recompensa la herencia. Servid a Cristo Señor» (Col 3, 23-24). No te preocupes por los reconocimientos de los hombres, busca el reconocimiento de Dios que quiere un corazón sencillo y humilde capaz de servir y no de ser servido (Cf Mt 20, 28). Dios quiere que tú des lo mejor de ti mismo, sin reservarte nada para ti. Entrégate al máximo en todo lo que haces, dando siempre lo mejor de ti a todos los que te rodean. Si nadie te corresponde, ni te lo agradece, ni lo valora, ni lo tiene en cuenta, no te preocupes. Dios te está mirando y sabes que lo haces de corazón, y ten por seguro que al final tu esfuerzo encontrará su recompensa. El Señor Jesús lo dice en el Evangelio: «Pensamos como los hombres y no como Dios» (Mt 16, 23). Muchas son las veces en las que nuestra razón no puede con nuestros propios esquemas, porque humanamente vemos las cosas muy claras, según nuestros criterios humanos y en la vida de fe constatamos que solamente los que nos nace del alma, desde la experiencia de fe, es lo que nos permite seguir esforzándonos dándolo todo sin esperar nada a cambio e incluso sufriendo porque las cosas no salen cuando nosotros queremos.
No te rindas ni bajes los brazos por estas situaciones, incluso cuando ves que el esfuerzo que has puesto es tal que nadie lo valora ni reconoce. No dejes que nada esta situación te quite el gozo que Dios ha puesto en tu corazón, pues Dios te conoce y te ve y Él es el único que sabe reconfortar, renovar y dar las fuerzas necesarias para reemprender la marcha. Que en tu ánimo y en tu alma esté el deseo de que tu reconocimiento te lo de el Señor, no busques la gloria de los hombres que es efímera, mira lo que le pasó a Jesús, al principio lo aclamaron como Rey en Jerusalén en su entrada triunfal, y a los pocos días estaban gritando que lo crucificaran porque era reo de muerte. La gloria de los hombres es efímera, y la gloria de Dios es eterna. La gloria de los hombres regala los oídos y la gloria de Dios es la que alegra el alma. Quédate con esto último que es lo auténtico y verdadero, pues para Dios nada de lo que haces pasa desapercibido, y «sólo cuando Él», te lo repito, «sólo cuando Él» lo estime, te dará la recompensa por lo que has realizado. Que nadie te engañe, ni tu mente, ni el demonio, ni los que te rodean… todo esfuerzo tiene su recompensa aunque tú no lo veas. Sigue dando tu vida hasta el final aunque pienses que nadie te ve; te equivocas, Dios que ve en lo escondido te recompensará (cf Mt 6, 6).