Estamos habituados al ruido en nuestra vida. Tan acostumbrados estamos que lo pasamos a un segundo plano y somos capaces de seguir con nuestra vida y nuestras tareas tranquilamente, como si no ocurriese nada. Cuando estamos solos solemos ponernos música que nos gusta y nos hace sentir bien, o bien nos comunicamos con el móvil a través de las redes sociales, aunque a nuestro alrededor haya silencio. Solemos tener nuestra mente ocupada haciendo o viendo algo para así pasar el tiempo. Todos sabemos que es necesario comunicarse, pues tenemos dependencia de los demás y creamos lazos de amor y amistad con ellos. Hay veces que guardamos silencios, precisamente cuando no debemos, pues nos encontramos en circunstancias en las que tenemos que decir algo a los demás, concretamente cuando se equivocan o no vemos y compartimos algo que están haciendo, y por respeto humano nos callamos, nos reservamos nuestras opinión para así quedar bien y no crearnos ningún conflicto que nos pueda perjudicar.
Necesitamos urgentemente en nuestra vida es hacer silencio. Buscar el silencio en nuestro interior para encontrarnos con nosotros mismos, encontrarnos con Dios y escuchar todo lo que Él nos tiene que decir para nuestra vida. Es todo un arte hacer silencio en nuestro interior, en la mente y el corazón, y saber conservarlo en nuestro día. Así lo dice también la Palabra de Dios: «Hay un tiempo para callar» (Ecl 3, 7).Necesitamos hacer silencio para guardarnos lo que sentimos y pensamos especialmente cuando estamos enfadados, porque luego nos podemos arrepentir de haber dicho lo indebido. El mundo en el que vivimos está lleno de ruidos que nos quitan la paz, de voces que hacen que no escuchemos el susurro de Dios; nos invita a ponernos delante de Él y hacer silencio en la mente y el corazón para escuchar y entender lo que nos tiene que decir. Por eso es necesario hacer silencio en nuestra vida, para acercarnos a Dios y llegar a contemplar su rostro.
No te conformes en tu vida con leer la Palabra de Dios sin más. Hay que meditarla, hacer la Lectio Divina y dejar que cale en tu corazón, para que así puedas llegar a la máxima experiencia de fe, la contemplación de Dios y ponerte delante de Dios, en silencio sin tener que razonar ni pensar nada, solamente estar con Él saboreando y gozando este momento por Dios. La contemplación de Dios es dejarte atraer por Él, quedarte con Él y que actúe en tu alma. Por eso procura buscar a Dios en todo momento, sin cesar, sin desesperar, con constancia diaria y haciendo tu trabajo de interiorización. Porque cuándo Dios actúa es cosa suya, no depende de ti, sino de Él. Dios llega cuando en tu vida interior hay silencio absoluto para que puedas fundir tu alma con su presencia. Es el mayor de los regalos que Dios nos concede, y una vez que se experimenta y se siente, no lo podemos perder. Sin lugar a dudas es la mayor pérdida que podemos sufrir en nuestra vida, es algo que no se puede comparar con ningún sentimiento humano, porque lo que Dios nos regala y dona, no lo hace ningún ser humano. Dios nos sobrepasa.
Busca el silencio y haz silencio en tu vida. Necesitamos entrenarnos diariamente y adquirir este hábito tan vital para nuestra vida de fe. Porque es así como se alimenta la fe y como sentimos la necesidad de seguir buscando, de no conformarnos y dejar que pasen los días sin estar con el Señor, sin contemplar su rostro y saborear su presencia. Dios es Dios y es lo más grande que tenemos. Nosotros somos temporales y el tiempo nos va empequeñeciendo cada vez más, a pesar de lo importantes que nos podamos llegar a considerar. Y cuando estás con Dios, en su presencia, Dios te concede todo lo que pides, estas son las gracias y los frutos de estar con el Señor. Pero no llegan por arte de magia, ni a demanda, sino después de todo un trabajo de especialización y conservación que muchas veces nos queremos saltar para ir por el camino fácil, ya que tenemos tantas cosas que hacer cada día que no tenemos tiempo para hacer silencio.
Hacer silencio es un arte, que necesitamos aprender, especializarnos y conservar.