Sabemos de la necesidad de la prudencia en nuestra vida, tanto a la hora de hablar como de actuar. Dejarnos llevar por los impulsos y actuar movidos por ellos no es seguro de éxito ni de ausencia de problemas. Podemos tener suerte y acertar con la elección hecha, pero por norma general nos solemos arrepentir de aquello que hemos hecho de manera instintiva. Para combatir esto el Señor nos ha regalado la sabiduría, que nos ayuda a mirar nuestra vida de una forma distinta y sobre todo a elegir y discernir bien cuáles son nuestros siguientes pasos y cómo los tenemos que dar. En ocasiones hablamos de nuestros pecados de juventud y de aquellas vivencias que hemos tenido faltos de experiencia; seguro que con el paso de los años y la sabiduría que hemos adquirido en la vida ahora afrontaríamos de una manera totalmente distinta.
Es muy importante saber qué es lo que queremos en nuestra vida y cuáles son las metas que queremos alcanzar. A veces no nos resulta tan fácil aclararnos y necesitamos consejo de quienes tienen más experiencia que nosotros para que nos ayuden a comprender y entender mejor lo que Dios nos está diciendo. Y es que conjugar juventud e ímpetu con madurez y experiencia es un arte que deberíamos aprender para trabajar en equipo, tanto jóvenes como mayores. Somos conscientes que con el paso de los años, especialmente cuando una persona comienza a debilitarse físicamente y ver mermadas sus facultades, cuesta asumir y aceptar estos cambios. Incluso uno se entristece y desanima al ver que no puede hacer las cosas de la misma manera y con la misma agilidad y frescura que cuando era joven. En cambio tiene la sabiduría y la experiencia de vida que no tiene un joven y que le permite actuar de una manera distinta y a la vez ingeniosa a la hora de decidir y resolver situaciones complicadas que se plantean en el día a día. Pues las situaciones difíciles se pueden solventar con diálogo, serenidad, prudencia y deseo de cambio y de mejora.
Que tu experiencia de vida te ayude a ir adquiriendo esa sabiduría y prudencia necesarias para seguir caminando y adaptándote a tus nuevas situaciones y sobre todo para no caer en el desaliento y el desánimo de constatar que ya no eres tan joven como antes y que no puedes hacer las mismas cosas que en el pasado. Para esto Dios te ha dado la fe y te enriquece, para que vayas aprendiendo y acumulando vivencias que después te servirán para afrontar tu vida desde la sabiduría que has ido acumulando. Por eso no hay que rendirse, porque Dios y la vida nos van poniendo armas, tan potentes como la sabiduría y tu experiencia personal, que te ayudan a poner remedio y solución a las propias limitaciones que fruto de la condición humana vas teniendo con el paso de los años.
«Cuando yo era niño, sentía como un niño, razonaba como un niño. Cuando me hice un hombre, acabé con las cosas de niño. Ahora vemos como en un espejo, confusamente; entonces veremos cara a cara. Mi conocer es ahora limitado; entonces conoceré como he sido conocido por Dios» (1 Cor 13, 11-12). La madurez y todo lo aprendido te permite abandonar el ímpetu de joven y ser más prudente, actuar y hablar con más detenimiento, pensando bien las cosas. Por eso tu fe, junto con tu sabiduría y experiencia te ayudarán a ver las cosas claras, sabiendo que Dios te conoce y que te ha regalado unos dones y cualidades para que te sirvas de ellos para seguir avanzando y caminando hacia Él. Además todo aquello que has aprendido y desarrollado Dios quiere que lo sigas usando para llegar a Él sin detenerte.
Por eso Dios quiere que madures y que tu fe adulta te lleve a dar a conocer a Dios y acercarle a quienes te rodean, compartiendo todo lo que te concede, dando razón y testimonio de todo lo que hace en tu vida. No dejes que entre en tu corazón ni en tu alma la tentación de creer que como tienes una edad ya no puedes, al contrario, piensa en la sabiduría que Dios te ha concedido y dado a lo largo de tu vida, y ten por seguro que si te presenta un reto o una acción para realizarla, es porque sabe que con las armas que tienes a tu alcance puedes seguir actuando en su nombre y dando un verdadero testimonio de fe. El Señor te está ayudando y bendiciendo. ¡Créetelo y vívelo!