¡Qué bonito es que te propongan realizar algo que te hace mucha ilusión o que pongas un proyecto en práctica que tienes mucho deseo de realizar! Cierto es que la ilusión es capaz de motivarnos hasta niveles impensables y con ella podemos alcanzar lo que nos propongamos si somos capaces de luchar por lo que creemos. Nos llenamos de fuerza y entusiasmo y nuestra persona cambia por completo, también nuestro rostro lo transmite sobre todo cuando hablamos de ello con los demás. Necesitamos tener ilusiones en nuestra vida que nos ayuden a seguir creciendo y construyendo el Reino de Dios; que nos permita vivir nuestra fe y dar razón de ella ante los hermanos compartiendo con ilusión nuestra experiencia del encuentro con Cristo, que es la esencia de nuestro ser cristiano.
Quien tiene ilusión por Dios se siente llamado a anunciar, porque el interior se llena de Él y del deseo de transmitirlo. No te puedes quedar callado ante la Buena Noticia que tienes que anunciar, pues necesitas transmitir y compartir todo lo que Jesús te ha dado. Así lo dice el Señor en el Evangelio: «De lo que rebosa el corazón habla la boca» (Mt 12, 34). Para esto es necesaria la ilusión, pues al estar tu corazón lleno de Dios tu boca, tu vida hable de Él.
Que el Señor te haga sentir tan especial que llenes tu vida de actitudes de servicio, entrega y dedicación a los demás. Así emplearás tus fuerzas en lo que verdaderamente merece la pena. Cuántas veces perdemos el tiempo y las fuerzas en cosas banales, que no nos aportan nada ni nos edifican, más bien todo lo contrario, porque nos destruyen, nos quitan la paz y nos hacen sentir mal, pues bien sabemos que no estamos actuando correctamente. Muchas son las veces que nos enfadamos o molestamos con los demás por tonterías, por cosas que son insignificantes, de las que nos damos cuenta en el momento, pero que quizás por nuestra propia torpeza no vemos venir. Y luego nos damos cuenta de que hemos empleado muchas energías en acciones innecesarias y superficiales que no nos aportan nada y que encima nos han hecho pagar un alto precio porque han mermado nuestras ilusiones y ganas de amar y entregarnos a los demás. Hay veces que nos cuesta demasiado trabajo recuperar las ilusiones perdidas, y es un reto que debemos asumir para que así nuestra boca no hable de fracasos, desánimos, desesperanzas y tristezas. Y el cambio está en ti.
Déjate ilusionar por Dios, con su evangelio, que a veces resulta difícil de aplicar, pero que cuando lo pones en práctica te das cuenta de lo mucho que ha merecido la pena. Hay veces que la educación recibida, las experiencias vividas, el miedo y las ideas preconcebidas que podemos crearnos ante la novedad, hacen que nuestro corazón y nuestro espíritu tarden más en ilusionarse, pues son un freno en nuestro caminar. Dejarse ilusionar por Dios es volar con Él, adentrarse en la aventura de confiar plenamente en quien sabes que no te va a fallar y abandonarte plenamente en la Providencia Divina que te llevará a dejarte sorprender y a tener una mirada distinta desde la experiencia del encuentro con Cristo.
Déjate ilusionar por el Señor para que aprendas a amar de nuevo y a optar por la vida en Él, así no tendrás problemas, como dice el apóstol san Juan: «No améis al mundo ni lo que hay en el mundo. Si alguno ama al mundo, no está en él el amor del Padre. Porque lo que hay en el mundo no procede del Padre, sino que procede del mundo. El que hace la voluntad de Dios permanece para siempre» (1 Jn 2, 15-16). Es verdad que cuesta comprender y ver la voluntad de Dios en nuestra vida, sobre todo cuando estamos en el mundo y nos dejamos llevar por él. Si confiamos en Dios descubriremos rápida y claramente su voluntad y emprenderemos el camino. Para esto no hay una receta determinada con su tiempo de cocción, cada uno tenemos que preparar nuestro corazón y nuestro espíritu poniéndolo en las manos del Señor y dejando que Él actúe y nos vaya hablando, entonces cuando estemos preparados rápidamente escucharemos lo que Dios nos está diciendo porque Él no cesa de repetirnos lo que tenemos que hacer y por dónde hemos de caminar. Déjate ilusionar por Dios para que tu felicidad venga de Él y no del mundo.