Junto a los amigos del Señor

Sentimos la necesidad de compartir nuestras experiencias, sentimientos y vivencias con las personas que tenemos a nuestro lado. Para ello necesitamos cultivar la confianza a través del diálogo sincero que nos ayude a profundizar en nuestras relaciones personales, abriendo nuestro corazón sin ningún tipo de reserva y dejando que nuestras vivencias sean las que enriquezcan nuestras relaciones personales con los demás. Todos tenemos personas con las que podemos hablar sinceramente y que nos hacen sentir bien, pues somos escuchados, comprendidos y queridos. Estas personas son imprescindibles en nuestra vida pues nos ayudan a crecer, a vivir la amistad y el amor de una manera mucho más profunda. ¡Qué hermoso es tener personas que saquen lo mejor de ti en cada momento! Así nos sentimos más felices y realizados en nuestro caminar cotidiano.
Hemos de cuidar estas relaciones día a día y no podemos dejar que el individualismo, las prisas, el estrés, vayan mermando nuestras relaciones personales que tanto bien nos hacen. Saca tiempo para todo lo que es positivo y bueno en tu vida y que te ayuda a sentirte mejor, a tener mejor ánimo y a encontrar la luz y la buena dirección cuando tienes que seguir avanzando. Sé consciente de que no estás solo, basta que eches una mirada a tu alrededor para que encuentres a esos amigos que están a tu lado, que te cuidan y que sabes que puedes contar con ellos. Basta que se lo pidas, para que se vuelquen contigo; aunque bien es cierto que si ellos se dan cuenta de tus necesidades, no hará falta decir nada, sale de ellos el ayudarte en lo que necesites. Escucha los consejos de los que te quieren bien, nunca te van a desear algo malo, al contrario, siempre querrán lo mejor para ti. Mantente en diálogo con ellos, que es el alimento de las buenas relaciones, y que te ayudarán a solventar multitud de problemas y a aclarar malos entendidos que se resuelven con un corazón abierto y con ganas de encontrarse siempre.


Hoy en día vivimos en la cultura del desencuentro, desconfiando los unos de los otros, cuando tenemos un roce nos tratamos mal, y ni te cuento, cuando las personas nos son desconocidas, entonces somos capaces de sacar lo peor. En muchos momentos llenamos nuestra vida de quejas y de críticas, que lo único que hacen es condicionarnos a la hora de tratar a los demás, y de no disfrutar aquello que estamos realizando en el momento. Aunque las cosas no funcionen como nosotros pensamos, no las destruyas ni las juzgues negativamente; que todo lo que hagas sea para aportar, cambiar inercias y mejorar lo que depende de ti, pase lo que pase. Piensa en positivo para así encontrarte con quienes te rodean y piensan como tú; así aunando esfuerzos cambiarás dinámicas y mejorarás lo que está en vuestras manos. Entonces todo comenzará a ser distinto, en primer lugar, porque ya hay más corazones unidos compartiendo proyectos y metas; y en segundo lugar, porque los actos, decisiones y gestos que hagáis, servirán para mejorar y reconstruir aquello que estaba destruido o torcido.
Decía Juan el Bautista al comenzar su misión de preparar el camino al Señor Jesús: «Voz que grita en el desierto: Preparad el camino del Señor, allanad sus senderos; los valles serán rellenados, los montes y colinas serán rebajados; lo torcido será enderezó, lo escabroso será camino llano. Y toda carne verá la salvación de Dios» (Lc 3, 4-6). Si de verdad quieres ser partícipe del proyecto de Dios para construir el Reino en la tierra, has de convencerte que ha llegado el momento de hacerlo realidad, y dejar que sea el Señor quien guíe tu vida, que has de ponerte manos a la obra, pues el proyecto es cosa tuya, y no puedes hacerlo solo, tienes que realizarlo con los demás, con quienes comparten tu misma fe. La comunidad es importante, pues no podemos vivir la fe por libres, ni construir el Reino de Dios a nuestra manera. Hemos de hacerlo conforme nos ha enseñado el Señor Jesús, y para ello debemos formar parte de la Iglesia, para que así, entre todos, podamos ir cimentando nuestra casa sobre la Roca que es Cristo, sintiéndonos esas piedras vivas que quieren seguir dando la vida, como discípulos de Jesús.
Que tu corazón se una al de tus hermanos, para que así todo sea cada vez más auténtico, y compartiendo la misma fe, podamos mostrar al mundo que merece la pena vivir el Evangelio.