Hay veces que se nos pasan malos pensamientos por nuestra mente. Son esos pensamientos fugaces que en ocasiones son difíciles de controlar y que turban nuestra paz por momentos. Sabemos el esfuerzo que nos supone tener la mente limpia y pura, sin contaminar, por ninguna falta ni remordimiento. Todos deseamos esa paz pura y verdadera que queremos tener en nuestro corazón. Para ello es importante saber dominar nuestra mente y controlar su forma de interpretar automáticamente todo lo que pasa por ella. En el evangelio tenemos casos concretos donde Jesús escruta el pensamiento de los fariseos cuando en su interior le juzgan a él mismo y a los demás (cf Mt 12, 25), porque perdona los pecados, expulsa demonio o acoge a los pecadores. No hace falta verbalizar lo que pensamos para tener estos pensamientos de juicio o de malos deseos hacia los demás. Salgamos con la ayuda de la fe de esta dinámica. Dejémonos ayudar por Jesucristo que quiere estar siempre presente en nuestra vida y que permanezcamos unidos a Él.
Esta es la clave de superación personal en la que debemos entrar: apartar de nuestra mente los malos pensamientos. Son los ataques que nos hace el demonio para apartarnos de Dios, aprovechándose de nuestra débil condición pecadora y de nuestro propio sentimiento de culpa. El demonio es consciente de que quitándonos la paz somos más inestables y vulnerables para mantenernos firmes y fieles a Dios, y su propuesta de hacernos dudar, pensar mal y juzgar a Dios y a los demás, se hace cada vez más fuerte en nosotros, sumergiéndonos en un mar de angustia e insatisfacción que nos cierra en banda a la acción de Dios, cada vez más lejano, endureciendo nuestro corazón paso a paso.
Ante esto nos dice el apóstol san Pablo: «Hermanos, todo lo que es verdadero, noble, justo, puro, amable, laudable, todo lo que es virtud o mérito, tenedlo en cuenta. Lo que aprendisteis, recibisteis, oísteis, visteis en mi, ponedlo por obra. Y el Dios de la paz estará con vosotros» (Flp 4, 8-9). Es la llamada a poner en práctica la palabra de Dios, sin demora, dejando que fluya todo lo bueno que hay en ti para que Dios pueda estar contigo. Es muy importante tu esfuerzo espiritual por entrar en la dinámica de Dios y poder vencer así cada mal pensamiento que tengas. Si quieres que el Dios de la paz habite en tu corazón hay que desechar todo tipo de maldad, grande o pequeña, de tu vida. Por eso hay que ser fuertes. «No te dejes vencer por el mal, antes bien vence al mal con el bien» (Rom 12, 21). Es la manera de que todo lo que no es de Dios en tu vida salga y te quedes con lo que te acerca a la santidad, lo que te permite estar con Él. Para ello mantente bien despierto, para tapar cualquier resquicio que en tu interior puedas dejar para que entre lo negativo y emplees tiempo en ello. Dedícate con esmero a las cosas de Dios en tu vida, para que cada vez seas más intenso en tu vida de fe.
Dios cuenta con nuestras debilidades, sabe de nuestra naturaleza, por eso tiene tanto empeño en ayudarnos con su presencia y su fuerza. Nunca nos va a reprochar nuestro pecado, espera siempre nuestro arrepentimiento, porque somos un tesoro muy valioso para Él. Quiere que creamos en su Palabra para que en nuestra vida no haya ningún tipo de dudas. A mayor afinidad con Dios, más firmes nos mantendremos en la fe, y, por lo tanto, menos vulnerables nos manifestaremos ante el tentador que siempre está al acecho para sorprendernos de la manera más sutil y traicionera posible. Dios entiende de amor, el tentador de traición. Dios entiende de perdón, el tentador de odio y rencor. No digas nunca que no pasa nada si metes la pata una vez. Sí que pasa, porque manchamos y empañamos la Belleza de Dios en nuestra vida. Es verdad que Dios la restaura y la vuelve a su primer estado, pero no podemos entrar en esta dinámica de manchar y restaurar, porque perdemos muchos momentos de plenitud y de felicidad, para regodeo del tentador que se frota las manos cada vez que caemos en sus redes.
Que la presencia de Dios en tu vida aparte de ti todos los malos pensamientos, para que tu vida sea siempre un cántico de alabanza al Amor de Dios.