Nos gusta saborear lo que hacemos, disfrutar nuestra vida y vivirla intensamente. De sobra sabemos que la vida solo se vive una vez, que hemos de aprovechar cada momento porque no se volverá a repetir, que los trenes pasan y no vuelven, porque el pasado no tiene marcha atrás; el pasado es parte de nuestra vida, de lo que somos, y no podemos vivir de él. Hemos de saborear el presente caminando hacia el futuro, siendo conscientes de lo que tenemos entre manos y a pesar de las oportunidades perdidas todavía nos quedan muchas y buenas experiencias por vivir y gozar. A veces las cosas no salen como pensamos, pero es cierto que a pesar de los fracasos siempre tenemos la oportunidad de levantarnos, de mejorar y avanzar. No podemos estar alimentándonos, día tras día, del pasado y de lo que en su momento hemos vivido.
La fe siempre es una ayuda y para esto la tenemos, para apoyarnos en ella y salir adelante. Para no quedarnos “atascados” en nuestro dolor, aunque tengamos que pasar nuestro duelo personal hasta que aceptemos lo que nos ha ocurrido. No podemos estar siempre de duelo. Es verdad que la vida sigue, pero necesitamos nuestro proceso de asimilación. Cada uno llevamos nuestros ritmos y los debemos respetar, como Jesús respetó los ritmos de los discípulos. Así volveremos a levantarnos y comenzaremos a buscar todo aquello que toca nuestra alma, nuestro ser. La fe ha de influirnos y condicionarnos porque solamente nos puede dar cosas buenas, que nos promocionan y nos enriquecen como personas y como creyentes. Todo lo que nos enriquece nos permite disfrutar la vida más en plenitud, porque al crecer y madurar hemos sido capaces de fusionar nuestra alma con la vida misma, haciéndola ya parte nuestra.
Hemos de buscar siempre la simbiosis entre nuestra alma y todo aquello que vivimos, para que nos enriquezcamos nosotros y podamos transformar el mundo. Obviamente a Dios no le vamos a enriquecer, porque Él es Todopoderoso y no necesita del hombre para ser Dios, en cambio nosotros sí que necesitamos de Él para ser más hombres, más humanos, más plenos. En la Eucaristía así se lo decimos al Señor: “Aunque no necesitas nuestra alabanza, ni nuestras bendiciones te enriquecen, tú inspiras y haces tuya nuestra acción de gracias, para que nos sirva de salvación”(Plegaria Común IV del Misal Romano). Dios es Dios, y nosotros somos pobres y nada, comparados con Él. Pero así es la grandeza de Dios, es tan bueno que se preocupa por nosotros y nos regala su amor para que experimentemos lo que es la plenitud, en todo aquello que hacemos, y así podamos «aspirar a los bienes del cielo y no a los de la tierra» (Col 3, 3), pues todo lo que venga del cielo nos dará Vida, en letras mayúsculas. Solo hace falta que nos pongamos a comparar lo que el mundo nos trae y lo que Dios nos da.
Bien sabemos que la felicidad de la tierra es efímera, todo pasa y andamos buscando de un lado a otro en las fuentes que no aplacan nuestros deseos ni nuestra sed. Si comparamos el mundo con la felicidad y plenitud del cielo, sabemos que no hay color, porque nos trasciende y nos supera, pues es Dios quien se hace presente y nos llena con su presencia. “Aspirar a los bienes de allá arriba” (Col 3, 3) ha de provocar ennosotros el deseo de querer estar con Dios, de sentir la alegría de la Resurrección y de dejar que sea Cristo quien habite en nuestros corazones, para que podamos poner en práctica el Evangelio y transmitir nuestra experiencia cristiana a quienes nos rodean. Al poner a Dios en nuestra vida todo cambiará, porque Él hará que todo sea distinto. Desea a Dios para que esté en tu corazón y no dejes que se vaya de tu lado.