Seguro que todos hemos tenido experiencias donde no nos ha importado pasar por un momento duro y difícil porque al final hemos tenido una recompensa gratificante. Los momentos de dificultad y de apuro nunca son agradables; tenemos que pasarlos, a pesar de que no los deseamos y preferimos estar siempre bien. En esos momentos de dificultad es cuando aflora la angustia, la tensión, la inseguridad que se nos crea al ver que todo se nos tambalea y que parece que el hogar que hemos cimentado no es todo lo resistente que creíamos, porque con mucha facilidad se nos vuelve vulnerable.
Así es nuestra vida. Nos creemos que somos invencibles, que lo que tenemos es seguro y que somos perfectos controladores de todo lo que ocurre en nuestro entorno. Esa sensación de seguridad, de sentirte dominador y controlador de la situación es más bien efímera, pues nuestra condición mortal y la inmediatez de los momentos, hace que todo se evapore y que tengas que estar atento a cada momento para no pedir profundidad en tu vida y saber dar razón de todo lo que acontece. El poder, el estar en lo alto, es efímero. Necesita de un buen y grandísimo respaldo por parte del pueblo, sencillamente, porque si este no se identifica con el proyecto, por mucho que quieras llevarlo a la práctica, sino tienes el apoyo de la mayoría, todo lo que digas y propongas se quedará en bonitas ideas y en ofrecer algo superfluo y que no se corresponde para nada con el sentir de la mayoría. No nos podemos engañar, hay que predicar con el ejemplo, porque es la mejor manera de llegar al corazón de las personas.
Cuando llegas al corazón del otro entonces te das cuenta de lo que es verdadero y merece la pena. No todo sigue valiendo por mucho que la tradición y las costumbres sí lo permitan. Llega un momento en el que tiene que haber un punto de inflexión, donde todo cambie, y donde crezcas personalmente, avanzando significativamente.
El camino de la madurez personal no tiene fin en la vida del ser humano, pues cada experiencia que vive le enriquece y le ayuda a crecer y a ser más profundo. Precisamente se trata de esto, de profundizar en nuestra interioridad y de ser más personas. Busca la autenticidad en todas tus acciones para profundizar y saborear todo lo que vives. Dejamos pasar multitud de momentos que merecen mucho la pena y que nos pueden ayudar a avanzar en nuestro camino espiritual. Dice el apóstol san Pablo: «Ahora me alegro de mis sufrimientos por vosotros: así completo en mi carne lo que falta a los padecimientos de Cristo, a favor de su cuerpo que es la Iglesia, de la cual Dios me ha nombrado servidor, conforme al encargo que me ha sido encomendado en orden a vosotros: llevar a plenitud la palabra de Dios» (Col 1, 24-26).
Sabemos que la vida no es un camino de rosas; tenemos que pasar por dificultades y por mucho que intentemos esquivarlas, siempre nos llegan y hemos de afrontarlas. Es una parte de nuestra vida que no podemos evitar y para ello hemos de prepararnos. La Palabra de Dios nos ayuda e ilumina a dar sentido a todo lo que nos ocurre. Hemos de encontrar la plenitud de nuestra vida a través de la Palabra de Dios, no podemos hacerlo por nuestra propia cuenta, pues son muchas las situaciones que se nos escapan a nuestra razón y a nuestro propio control. No podemos controlarlo todo, ni siquiera muchas veces nuestra propia voluntad, de ahí tantos propósitos que deseamos realizar y que se quedan a medio camino porque desistimos con facilidad por nuestra inconstancia.
Que Jesús sea el alma de tu vida y te ayude a dar sentido a todo lo que vives. Dios te ha elegido para que seas luz en medio del mundo, a veces tan oscuro, que necesita de luces que brillen con fuerza. Cuando uno coge la cruz y es capaz de llegar hasta el final para dar la vida por los demás, brilla intensamente porque su vida se ha convertido en referencia y modelo. Y ahí precisamente la cruz se convierte en bendición y en causa de alegría pues sabemos que hemos hecho lo correcto.