Amarse a uno mismo

Somos conscientes de la importante que es saber integrar en nuestra vida las vivencias y experiencias que vamos teniendo. Nuestra vida es un puzzle en el que tenemos que ir situando cada una de las piezas que lo componen. Hay algunas que cuestan encajarlas más que otras, pero nunca debemos de cejar en el empeño de buscar y encontrar el lugar adecuado a cada una de ellas, y así iremos dando forma y color a nuestra vida, para que cuando la miremos nos sintamos identificados y llenos de ilusión para seguir realizando nuestro propio camino. No debemos bajar el ritmo y el proceso que cada uno llevamos; sabemos de la importancia que tiene cada experiencia que vivimos porque son nuestras vivencias particulares, y aunque algunas veces pensemos que no son importantes, estamos equivocados, cada una de ellas nos marca y nos hace más persona.
Hemos de aprender a aceptarnos a nosotros mismos siendo conscientes de nuestras propias limitaciones. Ninguno somos perfectos. Todos tenemos fallos y debilidades, que intentamos contrarrestar con las virtudes y dones que Dios nos ha dado a cada uno. Con el paso del tiempo y las experiencias acumuladas las vamos mejorando y puliendo cada vez más, hasta convertirlas en parte nuestra que nos permite llegar a ser lo que deseamos. Así es como vamos creciendo, sabiendo que nuestra forma de ser no puede ser para nosotros una carga, sino que es nuestra identidad. Hemos de pulirla y moldearla desde la paz. No podemos estar siempre sumergidos en el conflicto interno. Somos lo que somos porque se nos ha dado. Nuestra forma de ser, nuestro genio, parte lo heredamos, otra parte la vamos moldeando y adquiriendo…, así es nuestra naturaleza y de condición. No hay que tener miedo. Ponte en las manos del Señor para que veas todo lo bueno que te ofrece cada día.


Le preguntaba a Jesús un escriba cuál es el mandamiento más importante y el Señor le contestó: <<Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente, con todo tu ser. Y amarás a tu prójimo como a ti mismo>> (Mc 12, 30-31). Si queremos amar a los demás, el primer paso que tenemos que dar es amarnos a nosotros mismos, para luego poder amar a Dios y al prójimo. Hay que ser cautelosos a la hora de no confundir el amarse a uno mismo con el egoísmo. El egoísmo nos hace mirar solo por nuestros intereses, pensando solamente en buscar lo mejor para nosotros olvidándonos de los demás; en cambio amarse a uno mismo comprende en primer lugar el saber aceptarte tal y como eres aparte de estar cumpliendo y poniendo en práctica este mandato de Dios que nos lleva al encuentro del otro. Si queremos saber cómo poner en práctica este tipo de amor basta con leer el apóstol San Pablo para descubrir sus características: <<El amor es paciente, es benigno, el amor no tiene envidia, no presume, no se engríe; no es indecoroso ni egoísta, no se irrita; no lleva cuentas del mal; no se alegra de la injusticia, sino que goza con la verdad. Todo lo excusa, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta>> (1 Cor 13, 4-7). Estas son las actitudes que debemos de poner en práctica en nuestra vida, sabiendo que el trabajo interior que debemos hacer ha de tener como fin amarnos a nosotros mismos para crecer interiormente y así poder amar a Dios y a los hermanos. Como ninguno somos perfectos tenemos que aprender a convivir con nuestras propias limitaciones sabiendo escucharnos a nosotros mismos, detectando aquellas situaciones de nuestra vida que no nos gustan ni agradan y que tenemos que cambiar, pero siempre desde la paciencia. Dándonos el tiempo necesario para ir afrontando cada realidad de nuestra vida que queremos mejorar, sabiendo que el trabajo no es un paseo, sino que muchas veces luchar contra uno mismo es una empresa difícil, porque somos los que mejor nos conocemos y sabemos cuáles son los límites que podemos tener. No te desanimes en esta tarea tan hermosa de aceptarte a ti mismo tal y como eres. Jesús nos enseña en el Evangelio que el Amor verdadero tiene un primer paso: amarse a uno mismo. Por eso si quieres lo mejor para los demás es porque también quieres que tengan todo lo bueno que tu tienes y lo saboreen como tú lo haces. Es el milagro del compartir y la grandeza del donarse a los demás. Todos. Tenemos un corazón bueno, que el tuyo siempre esté dispuesto a entregarse a Dios y donarse a los demás.