Hay veces en las que nos cuesta trabajo hablar de nuestro pasado, recuerdos, …., porque preferimos no tocarlos, para no removerlos, para que no nos hagan sufrir ni amargar más, porque fueron experiencias difíciles de afrontar. Quizás haya cosas que nos han ocurrido que nos gustaría olvidar para siempre de nuestro recuerdo. Son muchas las ocasiones en las que el pasado nos golpea con fuerza y deseamos con toda nuestra alma que se borre de nuestro pensamiento para siempre.
Nos dice el apóstol san Pablo: «Yo no pienso haber conseguido el premio. Solo busco una cosa: olvidándome de lo que queda atrás y lanzándome hacia lo que está por delante, corro hacia la meta, hacia el premio, al cual me llama Dios desde arriba en Cristo Jesús. Todos nosotros, los maduros, debemos sentir así. Y, si en algo sentís de otro modo, también eso os lo revelará Dios. En todo caso, desde el punto a donde hemos llegado, avancemos unidos». (Flp 3, 13-16). El apóstol ve necesario que para alcanzar la meta, para llegar a ser un hombre perfecto, hay ciertas cosas de su vida que debía superar. Él, que había sido perseguidor de los cristianos, necesitaba superar esa etapa, que interiormente le removía y le hacía sufrir, porque sabía que no había hecho lo correcto. Había presenciado con sus propios ojos el martirio de san Esteban, había escuchado como el mismo Cristo le decía “Saulo, Saulo ¿por qué me persigues?” (cf Hch 9, 4); evidencias más que suficientes para tener en su fuero interno el deseo de querer olvidar y superar esa etapa de su vida pasada.
Una ayuda importantísima para poder afrontar nuestro propio pasado, es la aceptación, que nos lleva a la conversión y a encontrar la paz. Aceptar significa asumir, dejar de martirizarnos por el error cometido y dar pie a que en nuestra vida entre la paz y la serenidad. Es necesario que nos sintamos perdonados en dos direcciones: la primera es sentirse perdonado por Dios, que siempre que acudimos a Él arrepentidos, nos perdona y olvida nuestro pecado; y la segunda dirección es que nos perdonemos a nosotros mismos, porque así seremos capaces de pasar página y seguir avanzando en nuestro camino de fe. Puede que esta última dirección sea el paso más difícil de dar, porque el sentimiento de culpa a pesar de que Dios nos ha perdonado, puede permanecer y a menudo seguimos reprochándonos el acontecimiento pasado que hemos vivido.
Ten claro que cada día de tu vida, cada etapa que vives te trae nuevas motivaciones, nuevos retos que te ayudarán a vivir con autenticidad tu vida. Como dice el apóstol san Pablo has de correr hacia la meta, hacia el premio, al cual te llama Dios desde arriba en Cristo Jesús. Ponte en las manos de Dios, del Padre Bueno que siempre te ayudará a levantarte y seguir caminando. Jesús quiere ayudarte a cerrar heridas, por eso cada vez que despide a algún enfermo que le ha pedido que le sane de su enfermedad, siempre les dice que se vayan y en adelante que no pequen más. Eso mismo te dice hoy a ti el Señor, lo mismo que el apóstol san Pablo, que tampoco peques más, que te lances hacia lo que está por delante. Has aprendido del pasado, para no volver a repetir esas situaciones que te apartan de Dios y te provocan sufrimiento interior.
Si has alcanzado la madurez en tu fe, para el apóstol debes de vivir así, olvidando tu pasado para que puedas sentir de otra manera distinta la revelación de Dios. El Señor siempre te habla, se muestra en tu entorno para manifestarte su voluntad y su amor. Desde la oración y la contemplación, no dejes nunca de mirarle, de estar con Él, para que así puedas sentir cómo su presencia llena tu alma y eres capaz de ayudar a los demás y de ser luz para ellos. Recuerda que eso es lo que te dice el mismo Cristo: «Eres sal de la tierra y luz del mundo». (Mt 5, 13-16). Lucha contra las seducciones de este mundo, para que así tu vida sea un testimonio para los demás y contigo puedan alabar y bendecir al Señor en todo momento.