Qué poco hablamos de la oración. Muchas veces me da la sensación de que es un tema tabú. La que mantiene viva nuestra fe, la que nos permite hablar y dialogar con el Señor, la que nos ayuda a tomar conciencia del gran amor que Dios nos tiene, la que nos salva en los momentos de dificultad, la que siempre nos da esperanza y fortaleza… es la gran olvidada en todas las conversaciones e historias que tenemos que contar los hombres. “Lo esencial es invisible a los ojos” nos dice Antoine de Saint-Exupey en “El principito”. Da sentido y fundamento a nuestra vida, pero no podemos ni debemos permitirnos el hecho de dejarla en el olvido. Lo que nos da verdadera identidad cristiana y nos sostiene en los momentos de dificultad no podemos silenciarla ni dejar de darle la importancia que se merece. Debemos hablar de la oración y compartir nuestra experiencia de fe desde lo que el Señor nos dice en lo escondido, donde sólo Él lo ve todo (cf Mt 6, 6).
Ora en lo escondido, no dejes de compartir las grandezas que el Señor hace en tu vida, ni sobre todo de transmitir dónde comienzan y se fundamentan. La oración es el encuentro con Dios, un encuentro muy especial, el mejor de los encuentros, junto con la Eucaristía, donde puedes saborear y disfrutar la presencia de Dios. Tu vida puede ser una continua oración de veinticuatro horas si sabes mantenerte y estar en la presencia de Dios. Pararte para estar con Dios ha de ser el momento más anhelado de tu día a día. La oración es una necesidad vital para tu alma y para tu ánimo, como persona y como creyente. Ahí comprenderás claramente lo que tienes que hacer y cómo vivir cada día.
No pierdas la oportunidad de compartir con Dios cada momento de tu vida. No vivimos ningún día de la misma manera, podrá ser parecido, pero nunca igual. Poner tu vida en las manos de Dios significa dejarle hacer, que Él comience a tomar iniciativas que sólo consideras tuyas, de las que no consientes que nadie participe: algunas porque forman parte de tu intimidad, otras porque no quieres pedir ayuda a nadie, pues te consideras autosuficiente para realizar tus empresas. Por eso nos dice el apóstol Santiago: «Acercaos a Dios y él se acercará a vosotros» (Sant 4, 8), porque Dios nos quiere siempre cerca. Pedirle a Dios con fe es tarea del creyente, pues revela la confianza que tenemos puesta en el Señor y el lugar que ocupa en nuestra vida. Es necesario que pongamos a Dios en el centro, para que así todo tenga sentido y no dejemos nada ni al azar ni a la suerte, sino que lo pongamos en manos de la Providencia Divina, pues es abandonarnos en Dios, sintiéndonos totalmente seguros, abrazados por Él.
La oración es un desafío. Son muchas las personas a las que no les gusta depender de nadie. Que tu vida dependa de Dios no es una humillación, es un reto, un desafío, porque te va a llevar siempre a lo desconocido y a adentrarte en esa aventura tan apasionante de abandonarte en Dios. Reza todos los días para estar en comunión con el Señor. Es una experiencia maravillosa constatar que Dios desea estar en comunión contigo, a pesar de ser frágil, débil y pecador. A veces cuesta trabajo rezar, bien porque piensas que no sabes hacerlo y nadie te ha enseñado; bien porque no has descubierto todavía el gozo de estar con el Señor; bien porque las pasiones de la carne son más fuertes que tu oración; bien porque aunque crees en el evangelio no estás convertido de verdad; bien porque te has instalado en la comodidad y prefieres mantenerte así, aunque eres consciente que este no es el camino.
Pon la oración en el centro de tu vida y sumérgete dentro de ella. Te llevará a experimentar la necesidad de Dios y de silencio que tienes, y sobre todo, como te transformará la vida, sentirás la necesidad de ayudar a los demás a que también se encuentren con el Señor a través de ella. Por eso, para el cristiano orar y hablar de la oración es fundamental. Es algo que no se puede esconder, no se debe callar.