La fe mueve montañas y la ilusión hace que todo lo vivamos con alegría y esperanza, dejando de lado todo lo que es destrucción y falta de compromiso. A veces escucho a personas justificarse, disculparse y echar balones fuera ante la falta de compromiso, adornando con medias verdades los análisis de la realidad que tratan de enmascarar lo que no comparten y no creen. El Señor Jesús llamó a los discípulos y les dijo que serían pescadores de hombres. Ellos se lo creyeron y dejaron las redes con todas sus consecuencias, y aunque su camino no fue fácil y estuvo lleno de algún que otro momento de tensión, de miedo y duda, siguieron al Maestro y se dejaban tocar cada día su corazón por Él. Por eso no claudicaron y entregaron su vida al Reino de Dios, porque el Amor por Cristo era tan grande que la duda no se hizo fuerte y su vida personal dejó de estar en un primer plano.
El compromiso cristiano nos lleva a la entrega y a dar la vida por los demás, sabiendo que Jesús no nos quiere tibios ni a medias tintas. Sin excusas. Así es como nos quiere el Señor, totalmente dispuestos a seguir sus pasos y a echar la mano en el arado y no mirar para atrás (cf. Lc 9, 61-62). Es probable que en la vida vayamos teniendo distintas responsabilidades, etapas, momentos, problemas, agobios, angustias… que hacen que maduremos y veamos la vida de manera distinta. Si somos personas de fe y tenemos claro que Cristo tiene que ser la Roca de nuestra vida, no podemos dar pasos atrás ni alejarnos de Él; la madurez adquirida por la experiencia de vida nos tiene que ayudar a entregarnos más todavía al Señor; a no empobrecer nuestro compromiso, sino a hacerlo más auténtico; a seguir contagiando nuestro celo por el Señor a quienes nos rodean, sintiéndonos piedras vivas de la Iglesia, llamados a realizar obras grandes en el nombre de Jesús.
Cuando vivimos sin excusas para con Dios hasta el tiempo pasa a otra dimensión; se llega a todo y el Señor se hace presente en todo lo que realizamos porque le damos cabida en nuestra vida. No actúas por tu cuenta, es Cristo quien actúa por ti. Tu orden de prioridades cambia, hablas de Dios con quienes te rodean, compartes tu experiencia de fe y de vida sin ningún tipo de vergüenza, buscas más al Señor en tu oración personal y cada vez deseas pasar más tiempo con Él.
Dios une los corazones de los hombres, aunque no se conozcan ni tengan confianza entre sí. Cuando el Espíritu del Señor une, todo es distinto. La sintonía nace y parece que conoces al otro de toda vida, porque compartes los mismos ideales y el deseo de seguir a Jesús hace que tengas las mismas inquietudes. Los corazones se unen y los proyectos vitales, sin darte cuenta, se unen remando en la misma dirección.
Sin excusas, así es como nos quiere Jesús: «Nadie que pone la mano en el arado y mira hacia atrás vale para el reino de Dios» (Lc 9, 62). No podemos vivir de las rentas ni de experiencias pasadas, porque entonces empezamos a perder la fe y a alejarnos del Señor. Las justificaciones que empleamos son el termómetro que marcan el grado de fe que estamos viviendo. Uno no se da cuenta de ello, pero quien está comprometido y en la sintonía con el Señor percibe rápidamente por dónde se está caminando y cuáles son las carencias espirituales que se tienen. La principal es la falta de oración, que es lo que siempre abandonamos en primer lugar y que hace que nos alejemos de Dios hasta sin querer. A partir de aquí es cuando empezamos a menguar como creyentes y a ser presa fácil para las tentaciones y seducciones de este mundo.
No le pongas a Dios excusas, es engañarte a ti mismo. No pierdas el amor por Cristo y así nunca dejarás de estar enamorado de Él, entonces todo lo que hagas y realices lo harás por amor y ni te costará ni mirarás el reloj, pensando en lo que Dios te está quitando. Dios nunca quita, siempre da el ciento por uno. Experiméntalo sin excusas.