Hay veces que la vida no viene como te gustaría, parece que las cosas te salen y por mucho que te esfuerzas, por mucho que piensas en cómo cambiar la inercia de tu vida y de cómo actuar, no encuentras respuestas que te ayuden a que tus esfuerzos den fruto y que te sientas más feliz y realizado con todo lo que haces. Situaciones así te llevan a desesperar, a perder la confianza en ti y a verlo todo un poco más oscuro. No te rindas, no des paso a la desazón en tu interior, porque, aunque pienses que todo está perdido, Dios quiere decirte, que siempre a lo largo de tu vida, ha sido Él quien te ha ido abriendo caminos y dando luz donde tú pensabas que ya no se podía hacer nada más. Igual que el Señor ha estado contigo en tu vida pasada, también lo seguirá haciendo en tu vida futura, porque Dios es fiel y nunca abandona a sus hijos. No dejes de confiar en Él y sigue perseverando en la oración.
Es cierto que te ves superado en muchas situaciones de la vida y no entiendes el porqué en el momento concreto. No cuestiones a Dios, no te exasperes ni con Él ni con nadie, simplemente confía. La confianza te llevará a la paciencia y no te costará trabajo esperar, porque sabes que tu seguridad la has puesto en el Señor. Si quieres fortalecer la paciencia has de bajar un poco tu ritmo de vida, para que las prisas y el estrés no se adueñen de tu interioridad. Tu espíritu necesita tiempo de paz y de calma, y si a esto le añades los agobios y las preocupaciones tienes el “coctel” perfecto para que la paciencia sea mínima en tu vida. Cuando eres capaz de frenar tu ritmo de vida y vivir con más serenidad, aumentarás tu capacidad reflexiva y te costará menos trabajo ser consciente de tu realidad, interiorizando lo que vives y poniéndote sobre todo en la presencia del Señor. Es en medio de las dificultades donde más fuerte has de ser en tu vida de fe, y donde tienes que buscar tus momentos de oración personal para encontrarte con el Señor y comprender qué es lo que te está pidiendo en tus circunstancias actuales.
Es importante pararse a meditar y reflexionar sobre lo que acontece, por eso busca momentos en tu día a día donde puedas encontrarte con el Señor. No esperes que los problemas se resuelvan con prontitud, así aumentarás tu impaciencia y agitación interior; haz un acto de fe y ponlos en las manos del Señor para que sea Él quien actúe por ti. Pensarás y dirás que es muy fácil decirlo y aconsejarlo y que cuesta mucho ponerlo en práctica. Tu relación con Dios será quien te responda, porque a mayor intensidad de oración, mayor capacidad de respuesta por tu parte, porque Dios siempre actúa cuando estamos preparados. No caigas en la tentación de abandonar tu relación con Dios; por desgracia es lo primero que abandonamos, y así es como damos paso a las prisas, agobios, desesperación, impaciencia…
No dejes que la desmotivación pueda contigo, quiere matar tu fe y mermar tu relación con Dios. Dice el apóstol san Pedro: «Y el Dios de toda gracia que os ha llamado a su gloria eterna en Cristo Jesús, después de sufrir un poco, él mismo os restablecerá, os afianzará, os robustecerá y os consolidará. Suyo es el poder por los siglos de los siglos. Amén» (1 Pe 5, 10-11). Dios no te abandona en el sufrimiento ni en el dolor, siempre te ayuda y te hace ser más fuerte. Confía en su poder y en el amor que te tiene. Cuando dudas de Dios estás dudando de su amor, y olvidando que el amor todo lo cambia, todo lo transforma. Por eso descansa en el Señor, porque la vida no está exenta de sufrimientos ni decepciones, ni de problemas ni agobios. Dios te ama y nunca se olvida de ti. Tomar conciencia de esto te ayudará a ser paciente y a mantenerte en calma. Y puesta tu vida en las manos del Señor todo se solucionará y saldrás adelante. Dios nunca defrauda. Él ayuda a salir de cada bache, de cada sufrimiento. Ámale intensamente, déjate amar por Él y búscale con todo tu corazón.