Hay veces que nuestro camino se hace demasiado cuesta arriba. La vida nos marcha bien, hasta que de repente nos llegan sorpresas inesperadas que nos hacen reaccionar, tanto para bien, como para mal; según nos pille y dependiendo del ánimo con el que nos encontramos, reaccionamos mejor o peor. Cuando se tratan de dificultades y sufrimientos, experimentamos el peso de la vida, de los problemas, y nos creamos una coraza que se interpone entre cada uno y lo que nos rodea, para hacernos fuertes, impenetrables; lo que pasa es que por mucho que queramos resistir, hay veces que el sentimiento de culpa, impotencia, desazón y desánimo pueden más dentro de nosotros mismos, y terminan haciéndonos más daño del que quisiéramos. Afrontar los problemas y dificultades no resulta para nada sencillo, pero es ante la adversidad donde tenemos que superarnos para no sucumbir al desaliento y así podamos encontrar la fuerza y la manera de salir adelante.
La vida nos va enseñando, aunque no queramos y tratemos de esquivarla; en nosotros está el hacernos fuertes, superarnos, avanzar y madurar. No podemos esperar que las cosas salgan siempre como queramos y deseamos, porque lo que nos puede provocar son grandes decepciones cuando nuestras aspiraciones no se ven colmadas. Ahí es donde nuestro carácter, nuestra manera de ser y sobre todo nuestra fe nos tienen que ayudar a superarnos y avanzar. Quien afronta y lucha ante las adversidades, sin rendirse, sin bajar los brazos, caminando contracorriente y superando todas las dificultades que le van saliendo, se convierte en un referente y en un testimonio ante los demás, porque no reniega y mantiene la coherencia en su vida, en sus ideales y en su fe, mostrando a los demás el camino a seguir. A pesar de la dureza del camino, siguen caminando porque lo que merece la pena es el camino recorrido y todo lo que te llevas y vas aprendido durante este trayecto. Todos los pasos que has dado merecen la pena, quizás en algún momento puedas tener la tentación de arrepentirte de haberlos dados, pero no.
No te arrepientas de los pasos que has dado, son parte de tu vida y de tu historia, que te ayudarán a sacar lo mejor de ti, aunque en el momento ni lo veas ni lo entiendas. El crecimiento personal es vital en estas situaciones, para superar cada dificultad, cada contratiempo, enriqueciendo tus fortalezas y haciéndote más auténtico. Dice Dios: «No temas, porque yo estoy contigo; no te angusties porque yo soy tu Dios. Te fortalezco, te auxilio, te sostengo con mi diestra victoriosa» (Is 41, 10). Así es como Dios se sirve de cada acontecimiento de nuestra vida, para hacernos más fuerte y mostrarse siempre presente, sosteniéndonos ante las dificultades. Dios nunca nos abandona, por eso es tan grande y bueno con nosotros, porque siempre está pendiente de cada una de nuestras necesidades, dándonos lo que necesitamos a cada momento. Dios nos regala el Espíritu Santo para que podamos afrontar cada dificultad y sufrimiento, pero sobre todo para que seamos testigos de todo lo bueno y grande que hace en nuestra vida.
El Señor siempre nos repite la misma idea ante las dificultades: “No temas”, “no tengas miedo”… porque así es como aprenderemos a confían en el Señor en todo momento, y a abandonarnos en sus manos. Esta actitud es importantísima conservarla y vivirla desde la paz y la serenidad. Casi siempre la inestabilidad que provoca el ver todo tu mundo desmontado y venido abajo hace muy complicado el mantener la calma. Ejercítate y entrénate en estas actitudes para que puedas adquirir buenas capacidades y mantenerte en la presencia del Señor. Es muy necesario sentir la presencia de Dios en medio de la tormenta, porque nos da seguridad y nos ayuda a mantener siempre la calma. No desesperes. Dios está contigo aun cuando no lo ves.