«Te hizo recorrer aquel desierto inmenso y terrible, con serpientes abrasadoras y alacranes, un sequedal sin una gota de agua, que sacó agua para ti de una roca de pedernal» (Dt 8, 15). Sumérgete con Jesús en la experiencia del desierto, en la soledad y el silencio para encontrarte con Él y unirte en el amor con tu Dios, que te está esperando con los brazos abiertos. El desierto es lugar de soledad, de vivir a la intemperie, sin ninguna barrera que te proteja, totalmente desnudo ante el gran Misterio de Dios. Allí nadie podrá interferir en tu camino y podrás despojarte de tu propio ego, así Dios entrará en tu corazón y podrás dejarte transformar.
El mundo en el que vivimos y las inercias que tomamos nos provocan interiormente, porque nos vemos sometidos a multitud de presiones, de tentaciones, que nos sumergen en lo mundano y en la pobreza espiritual. Que la aridez del desierto te ayude a que desaparezcan de tu vida todas las vivencias que no son imprescindibles para ti. Acércate al Señor para estar disponible, para aceptar su voluntad, para volver a fijar tu mirada en Él y poder comprender las cosas desde la perspectiva divina y no desde tus criterios humanos. Bien sabes que el desierto no es un lugar apetecible, pero te servirá para liberarte, para descubrir que la oración e incluso Dios mismo, es más sencillo de lo que pensabas hasta este momento. Limítate a estar, a ser totalmente transparente con el Señor, con tu vida, sin ningún tipo de tapujos ni añoranzas, dejándote lavar y refrescar por el “agua” de Dios que quiere renovarte, saciarte y limpiarte.
Añora el amor de Dios, que cada vez quiere ser más fuerte e influyente en tu vida; no te resistas porque el desierto es necesario para llegar a la tierra prometida, como le ocurrió al Pueblo de Israel; es necesario para superar las tentaciones seductoras del diablo, como le ocurrió a Jesús antes de comenzar su vida pública, podríamos decir que pasó su gran prueba para terminar su preparación para empezar a hacer realidad el Reino de Dios que el Padre le había encomendado construir; es necesario también para vivir en la sencillez del día a día, como la Virgen María, dispuesta a acoger y aceptar el proyecto de amor que Dios tenía para ella, en el Espíritu, a pesar de que la espada le atravesó el corazón, para después contemplar a su Hijo Resucitado y vivo; es un camino de conversión al que se vio sometido el apóstol san Pablo, camino de Damasco, donde la fuerza de Cristo lo deslumbró, lo tiró del caballo, lo dejó ciego y le cambió la mirada: pasó del odio a Cristo al amor más profundo que le llevó a dar la vida por Él, predicando el Evangelio.
Por esto, el desierto es importante y necesario en tu vida. Es un tiempo especial, porque es una purificación para poder empezar a dar fruto. Ahí se descubre la importancia de vivir a la intemperie, sin refugios ni evasivas; donde el silencio te ayuda a interiorizar la Palabra; donde renuncias a todo lo superficial para que Dios pueda habitar en ti y hacerte crecer en la intimidad con Él. Aprenderás a dejarte guiar por el Espíritu Santo, porque quiere que estés en comunión perfecta y completa con Dios. Y purificado, lleno de esperanza y del amor incondicional de Dios, darás grandes frutos en el nombre del Señor, porque has sido capaz de dejarte tocar el corazón por Él.
El desierto es el lugar del silencio, que te conducirá a la calma, serenidad y paz espiritual. Ya sabes el ritmo de vida que llevas, todo lo que haces y las dificultades que tienes en el día a día para orar y encontrarte con el Señor. Déjate guiar y llevar por el Señor, que es el Dios de la Vida y de tu vida, para que puedas caminar en la ruta de la verdadera fe, sin perder el tiempo y sin alejarte de su presencia sanadora y salvadora. Así es como brotará el agua de la fe, que te sacia definitivamente y no te hace ir a buscar otros manantiales de los cuales beber. Tu alma y tu corazón no necesitarán nada más, porque Dios lo será todo para ti. ¿Estás dispuesto y decidido? ¡Afróntalo y déjate llevar!