Domingo de Ramos, Domingo para cantar de júbilo porque reconocemos a Cristo como nuestro Rey, como Señor de nuestra vida, de nuestra historia. Hoy gritamos “¡Hosanna!” porque queremos decirle a Jesús que nos salve, que nos libere de tantas ataduras y situaciones de pecado en las que nos vemos inmersos, y de las cuales en ocasiones nos cuesta bastante trabajo salir. Constantemente necesitamos la ayuda de Dios, queremos reconocer que sin Él no somos nada y estamos abocados a la perdición. Hoy Domingo de Ramos queremos decir también: “Bendito el que viene en el nombre del Señor!” (Mc 11, 9), porque necesitamos, también, “bendecir” a Cristo, hablar bien de Él, por tantas gracias y regalos como nos concede, porque queremos compartir todo lo que hace por nosotros y cómo da sentido a nuestro caminar, a nuestra propia vida.
Celebrar hoy el Domingo de Ramos es no tener vergüenza, ni respeto humano, para gritar que el Señor es el centro de nuestra vida, que le reconocemos como nuestro Dios, a quien adoramos y alabamos con todo nuestro corazón. Es compartir, con quienes nos rodean, nuestra experiencia personal del encuentro con Cristo, que quiere fortalecer nuestra fe y animarnos a que entreguemos cada día la vida como Él lo hizo. A veces nos cuesta trabajo, no tenemos la suficiente entereza y capacidad para mantenernos firmes en nuestros propósitos y en nuestra fe. Dejamos que el silencio invada nuestra vida y Dios desaparezca de nuestras conversaciones, de lo que compartimos cotidianamente con los demás. Hoy no toca tener miedo, toca dar la cara, salir a la calle y mostrar públicamente nuestra fe, señalándonos ante los demás, como todos los que aclamaban a Cristo en su entrada triunfal en Jerusalén. Si queremos que hoy también el Señor triunfe, hemos de dar un paso adelante, con determinación, sin acobardarnos ante las corrientes que nos rodean y que quieren acallar y disipar el Evangelio; hemos de poner al Señor en el centro y como primera opción en todo lo que vivimos, porque solemos relegarlo a un segundo plano sin darnos cuenta de que los grandes damnificados somos nosotros. Cristo no puede ser nunca segunda opción en nuestra vida, siempre ha de ser la primera y hoy nos toca nuevamente ponerle en el lugar que se merece en nuestra vida.
Hoy, Domingo de Ramos, alfombramos el camino a Jesús, para que pase. Es terreno sagrado, como le ocurrió a Moisés con la zarza ardiendo (cf. Ex 3, 1-11). Jesús es nuestro Rey y no queremos que pase por cualquier lugar, sino como se merece. El lugar por el que pasa es nuestro corazón, y nosotros lo queremos alfombrarlo, estando en Gracia de Dios, porque el lugar en el que nos encontramos con Él cara a cara es también terreno sagrado, y queremos que el encuentro sea especial, no uno más. Es un encuentro que cambia la vida y por eso lo proclamamos y damos testimonio. Somos testigos escogidos por Cristo para seguir construyendo el Reino de Dios en nuestra vida cotidiana.
Celebrar el Domingo de Ramos es alegrarse de ser discípulo de Jesús, porque creemos en Él, da sentido a nuestra vida, camina a nuestro lado y nos ayuda a convertirnos y a aumentar nuestra fe. A Jesús le abrieron las puertas de Jerusalén para que entrara triunfante, en medio de los gritos de la gente. Esos mismos a los pocos días gritarán que lo crucifiquen y le abrirán las puertas de la ciudad nuevamente para que salga con la cruz a cuestas hacia el Calvario. Si quieres que Cristo sea tu Rey, has de escucharlo con atención, acoger su Palabra en tu corazón y ponerla en práctica con fidelidad, sin que te importen los esfuerzos y sacrificios que realizas. Cuando uno ama de verdad nada cuesta trabajo. Amar a Dios no tiene que suponer un esfuerzo, una carga, ha de ser la mayor de las felicidades. Cristo ha dado la vida por ti perdonando, siendo humillado y guardando silencio ante las falsas acusaciones. Por amor te ha entregado a su Madre, para que siempre te sientas protegido y amparado. Por eso hoy grita de júbilo, bendice y alaba al Señor con tu corazón, porque hoy, Domingo de Ramos, el Señor te marca el camino que has de seguir, subiendo al Calvario para morir en la Cruz y dando el paso para resucitar y renacer a la vida nueva en Dios. Es el momento. Vívelo con fe en la mejor compañía, con Cristo y con María.