Jesús siempre pide a los apóstoles que tengan fe en Él; son muchas las ocasiones en las que les dice: «Hombre de poca fe» (Mt 14, 31), ante las dudas que ellos tienen para fiarse plenamente de Jesús y creer en Él. Por eso Jesucristo se presenta como «el camino, la verdad y la vida» (Jn 14, 6), porque Él es el Camino que nos conduce a Dios Padre, la Verdad que da sentido a nuestra vida, a nuestra existencia y la Vida que nos transmite para que alcancemos la alegría y la plenitud en nuestra vida. Por eso la fe nos lleva a un seguimiento auténtico de Jesucristo que viene a nuestro encuentro para que le sigamos y nos sintamos plenamente realizados como creyentes. El Señor nos ha creado libres y el Evangelio nos enseña a vivir en esta libertad verdadera porque somos hijos de Dios, porque además nos lleva a la renuncia de nuestro propio yo y esto se convierte en un misterio de amor. Cuando eres capaz de abnegarte, de sacrificarte por los demás, de entregar tu vida sin esperar nada a cambio, estás actuando por amor verdadero, dejándote llevar por el Señor a la entrega total del corazón, donde dejas de pensar en ti mismo para pensar en los demás.
La vivencia de la fe nos lleva a profundizar en el amor verdadero que eres capaz de sacar de lo más profundo de tu ser. Cada vez que te conviertes más y vuelves tu mirada al Señor te estás haciendo más libre. Así lo dice Jesús: «La verdad os hará libres» (Jn 8, 32), y esta verdad lleva consigo un modo nuevo y liberador de ver nuestra propia realidad, porque nos abrimos a nuevos horizontes y viviendo la fe en comunión con la Iglesia, somos capaces de encontrarnos inspirados y llenos de fortaleza para poner en práctica el Evangelio y empezar a transformar el mundo desde Dios. Por eso entrégate de corazón e intenta cambiar lo que te rodea. No bajes los brazos ni te dejes de llevar por la dejadez y la pereza. Ser piedra viva de la Iglesia significa participar de la vida de Dios y dar vida a los que te rodean, transformando desde el amor y la fe los ambientes cotidianos en los que vives. Así lo ha querido el Señor Jesús y por eso te ha elegido, para que tu vida sea siempre fructuosa. Para que desechando la tentación del desánimo no te conformes con que las cosas son así o de otra manera, donde tú no puedes hacer nada. Siempre puedes hacer algo para transformar lo que te rodea. El Señor nos ha regalado la fe para no desfallecer y para no dar paso a la oscuridad y al vacío en nuestra vida. Él confía en cada uno de nosotros para ser parte activa de la transformación de nuestro mundo y sabe perfectamente de nuestras capacidades. Para esto está el Espíritu de Dios que es capaz de guiarnos a lugares insospechados, para llenarlos de la vida en Dios. Por eso la mejor donación que podemos hacer es dirigir nuestro pensamiento, palabra y acción a la verdad del Evangelio y con todas nuestras fuerzas empezar a construir con la ayuda del Señor.
Nosotros somos constructores porque tenemos capacidad de generar vida. Vida con nuestras obras y con nuestras palabras. Podemos construir lo que nos propongamos y el Señor Jesús sabe de nuestra valía personal para que poniéndonos manos a la obra transformemos lo que nos rodea. Así es como camina la Iglesia y así es como los que formamos la Iglesia debemos avanzar. No dejemos que la comodidad o la pereza inunde nuestras vidas, entonces estaremos abriendo un hueco importante en nuestro corazón y nuestra alma para que entre la tentación y el demonio empiece a anidar en nuestro interior. Seguir con fidelidad las huellas de Cristo significa no rendirse, levantarse a pesar de las caídas, coger la cruz y llegar hasta el final para dar vida. Jesús se ha fijado en nosotros para que seamos parte activa en la vivencia del Reino de Dios y para eso nos renueva su Gracia constantemente, para que estemos siempre unidos a Él. Desde aquí nos ponemos en sus manos sabiendo que los frutos y los resultados no dependen de nosotros, sino que los ponemos en sus manos para que Él sea quien haga el resto del trabajo; siendo plenamente conscientes de que todo lo que hacemos por Él siempre nos revierte en una medida rebosante con el ciento por uno como regalo.