Jesús te conoce y te ama. Él ha dado la vida por ti y nada de lo que haces y dices le resulta extraño, pues bien sabe cómo eres, no hace falta que le des muchas explicaciones para que sepa lo que sientes y piensas. Eres parte de su familia y también lo eres de su vida. No quiere que le trates como jefe, sino más bien como compañero de camino, siempre fiel y a tu lado. Escucha cómo te llama por tu nombre; siente su mirada tierna y cercana que te hace sentir en la verdadera paz y tranquilidad; aprende a descansar en Él para que sientas la mayor de las seguridades de tu vida. No sentirás igual de bien con nadie excepto con Él, porque sabe hacer las cosas de una manera especial. Es tu Señor y siempre te sorprende, porque el Señor no es previsible, excepto en el amor y la misericordia; ahí si que sabes cómo va a reaccionar siempre, pero de planes, de caminos y de futuro, lo mejor que puedes hacer es ponerte en sus manos y dejar que te guíe; porque los caminos de Dios no son nuestros caminos (cf. Is 55, 8-9).
Al pueblo de Israel le costó entender esto, porque le costó abandonarse en las manos del Señor y confiar en su Providencia, en muchos momentos; no entendió ni vivió plenamente la cercanía de Dios y el acompañamiento que le hacía a lo largo de su historia y no mimó ni cuidó su relación con Él, con lo cual su corazón no estaba íntimamente unido al del Padre Bueno. Deja que tu modelo sea Jesucristo, al que imites y sigas, porque Él comenzó su vida pública caminando y fue poco a poco llamando a los que Él quiso, a los apóstoles, mirando el corazón de cada uno y proponiéndoles la aventura más maravillosa que podían vivir en toda su vida. Cristo te ha elegido para desempeñar una misión maravillosa y te ha confiado una parcela del Reino de Dios, en un momento concreto de la historia y con unas personas que te rodean a las que tienes que amar y perdonar, para que el Reino de Dios sea una realidad en tu vida. Jesús no excluye a nadie de su lado, más bien lo contrario, te incluye en su corazón para que sientas el tuyo lleno de amor; te envuelve en su oración para que vivas las tuyas con mayor fuerza y plenitud; te sonríe cuando te mira para que tu mirada sea dulce y cariñosa con todos los que te rodean. Acerca a todos al Señor, que éste sea tu propósito en tu vida, para que puedas experimentar la vida del Evangelio en tu alma en cada momento de tu vida. Perder ocasiones de tener esta vivencia es un atrevimiento en tu vida, porque estarás renunciando al mayor de los regalos que el Señor te hace cada día: estar siempre con Él viviendo tu vida en plenitud y sintiendo la felicidad verdadera al lado de Dios, que cuenta contigo.
Vive la alegría de Dios, como la del pastor que encuentra la oveja perdida, y la mujer su moneda (cf. Lc 15), porque toda búsqueda siempre tiene su recompensa, como la del amor y el perdón del Señor, que nunca deja indiferente a nadie, sino que es capaz de llegar a transformar el corazón de quien se acerca a Él. La alegría de Jesús no es una alegría para sí, sino para y con los demás, porque es la verdadera alegría del amor. Así ha de ser la alegría del cristiano, porque el Señor nos transforma con su misericordia y nos ayuda a experimentar el don de la gratuidad. Descubre el consuelo del Señor en tu oración y siente con toda su fuerza el amor que te entrega, para que así tu fe te empuje a ir al encuentro del otro y no quedarte parado, con los brazos cruzados, expectante para ver lo que ocurre a tu alrededor, sino que seas tú quien tome la iniciativa y comiences a transformar lo que te rodea poniendo al Señor en todo lo que realizas.
Dios es bueno y es así como se manifiesta. A ti te toca ahora compartirlo y manifestarlo. Ha llegado el momento de que tomes la iniciativa y alces la voz. Quizás te sentirás observado, juzgado, ignorado…, tienes a Dios en tu corazón, Él se ha fijado en ti y sabe de lo que eres capaz, por eso lánzate sin temor a anunciarlo y proclamarlo; comparte tu fe con los que te rodean, sin seleccionar a nadie, lo mejor es que hables con quien no conoces, aunque te de vergüenza y corte, porque piensas que pasarán de ti. Los hombres están necesitados de que alguien les mire a los ojos y les hable de Dios, les transmita esa mira de ternura y de amor de Dios. Esos ojos son los tuyos, esas palabras son las tuyas, ese abrazo es el tuyo. ¡Ánimo! ¡Con el Señor todo es posible!