La generosidad es una virtud que nos enriquece, no sólo porque cuando hacemos las cosas de corazón sin esperan nada a cambio, recibimos mucho más de lo que damos, sino porque somos capaces de renunciar a nosotros mismos dando lo mejor de nosotros mismos por amor. Como siempre necesitamos imágenes, utilizamos el amor de los padres hacia los hijos, una generosidad ilimitada, que nace del corazón. Así es el amor que Dios nos regala cada día, generoso y lleno de vida, para que también la entreguemos siguiendo su ejemplo. Quien es generoso de corazón, tiende siempre a ponerse en el lugar del otro para poder comprenderlo, aceptarlo y amarlo tal y como es. También tiene la virtud de defenderlo cuando los demás lo juzgan a la espalda. Al conocer a personas así, te sientes atraídos por ellas porque su bondad te engancha y te admira. Todo lo que te transmite es bueno. Además, quien es generoso de corazón es también generoso a la hora de perdonar, no por sus méritos, sino por la acción de Dios en su vida.
A este estilo de vida nos invita el apóstol San Pablo: «El que siembra abundantemente, abundantemente cosechará. Cada uno dé como le dicte su corazón: no a disgusto ni a la fuerza, pues Dios ama al que da con alegría» (2 Cor 9, 6-7). El don que el Señor nos ha dado para poder amar ha de hacer que cada uno vivamos nuestra vocación plenamente, impidiendo que todo tipo de mal o desgana entre en nuestra vida. Piensa por un momento en todo lo que te quita la ilusión, te hace estar desganado y sin motivación para nada. Piensa también en todo lo que te hace entrar en la rutina. Ponlo en las manos del Señor y deje que Él lo transforme. No se trata de ser eficaz en lo que hacemos, se trata de saborearlo, disfrutarlo y amarlo, porque así te sentirás realizado cada instante de tu vida y cada acción se transformará en alegría, en gozo y, casi sin darte cuenta, los frutos que irás dando serán más que de provecho para los que te rodean. Deja que sea Dios quien te premie y no te preocupes por los halagos de los demás. No busques nunca que te regalen el oído ni el reconocimiento humano. El mejor reconocimiento que puedes recibir es el del Señor. que te hará entrar a la fiesta de la vida, la fiesta de la alegría. Por eso siembra con generosidad, no te conformes con lo justo, porque entonces no vivirás en la plenitud del gozo de la fe.
¡Qué importante es darnos tal y como somos! Quien es generoso se muestra a los demás tal y como es, sin ninguna careta ni disfraz. Es mostrarte a los demás dando lo mejor de ti, estando atento a las necesidades de los demás y rompiendo con todo tipo de egoísmo. Es mostrar tus propias intenciones sin ningún tipo de tapujo a los demás, porque lo haces gratuitamente. El Señor ha puesto un tesoro en tus manos, y has de compartirlo cada día, dejando que Él vaya poniendo delante de ti los medios necesarios para ayudar a los que lo necesiten; pero sí que has de estar siempre dispuesto a darlo todo. La actitud del corazón es vital para que la acción de Dios se pueda dar en tu vida, y siempre puedas promover la generosidad desde la vivencia de tu fe. Eso te llevará a dar más, no solo lo material, sino tu tiempo, tu atención, tu escucha…, y tantas actitudes interiores que se multiplicarán y te irán haciendo cada día mucho más feliz, más creyente.
Ser generoso es una decisión personal, porque implica abnegación, dando prioridad a las necesidades de los demás, antes que a las propias. Dejar morir tu propio yo. ¿Estás dispuesto? Así es como das paso a la vida en Dios, a la gracia y la fortaleza de la fe, que siempre se hace grande en tu vida y te lleva a un compromiso auténtico por el Evangelio. No actúas por ti, lo haces en el nombre del Señor que quiere estar siempre presente en la vida del hombre, porque lo que Jesús nos enseña es a amar. Y el amor lleva consigo la entrega de si, siendo siempre el último y el servidor de todo. Ten un corazón generoso que sea capaz de dominar los pensamientos, que te llevan a mirar por tus propios intereses y por tus comodidades, comparando tus esfuerzos con los de los demás y deja que el Señor de sentido a toda tu vida para que así puedas actuar con generosidad de corazón, dando todo lo que hay en ti, y generosidad de fe, fiándote plenamente de Él.