«Estaba Juan con dos de sus discípulos y, fijándose en Jesús que pasaba, dice: “Este es el Cordero de Dios”. Los dos discípulos oyeron sus palabras y siguieron a Jesús. Jesús se volvió y, al ver que lo seguían, les pregunta: “¿Qué buscáis?”. Ellos le contestaron: “Rabí (que significa Maestro), ¿dónde vives?”. Él les dijo: “Venid y lo veréis”. Entonces fueron, vieron dónde vivía y se quedaron con él aquel día» (Jn 1, 36-39).
Qué inquietud que tenían Andrés y Juan para seguir a Juan Bautista y comenzar ese camino de conversión, preparándose para descubrir a Jesús y acompañarle. Y en cuanto Juan les dejo que Jesús era el Cordero de Dios, ellos, sin dudarlo se fueron tras Él. Dejaron al que hasta entonces había sido su maestro para seguir a Jesús y comenzar así un camino nuevo, totalmente distinto y lleno de momentos admirables y duros también que fueron viviendo. Fueron con un desconocido y con un futuro incierto sin saber dónde llegarían.
Podemos decir que lo mismo nos ocurre a nosotros también cuando seguimos sus huellas. Abandonamos nuestra vida pasada, le seguimos y nos sumergimos en la mayor aventura que podemos imaginar de la mano del mejor guía y poniendo nuestro futuro en sus manos. Así es como comienza el seguimiento de Cristo; y así es como la ilusión hace que nuestra determinación por caminar con fidelidad al Maestro sea inquebrantable. Y por eso me surge la pregunta: ¿Cómo está tu ilusión por seguir a Jesús? ¿Qué puntos de tu ilusión han cambiado desde que comencé a seguir a Jesús hasta ahora? Si algo generó Jesús en Juan y Andrés, como en todos los que le seguían y nosotros también, fue expectación. Ellos caminaron en silencio detrás de Él, no sabemos cuanto tiempo ni cuanta distancia, porque el camino de la fe no tiene tiempo ni distancia, sino amor, identidad, entrega, compromiso, servicio… que nos lleva a dejarlo todo con tal de estar con Él. Todavía Jesús es un desconocido para ellos, porque no han hablado con Él ni les ha abierto aún su corazón.
Pero todo llegará y sin tardar, cuando menos se lo esperan. Jesús se volvió y les preguntó qué buscaban. Para que ellos cuenten y muestren su intención. (Como tantas veces en las que en el evangelio se presentan enfermos delante de Jesús y le preguntan qué quieren o necesitan y ellos le piden que les cure y les sane). Y Andrés y Juan le dicen que dónde vive, que cuál es ese lugar nuevo al que se dirigen, donde se comparte la vida, la intimidad del hogar, el descanso del alma y del cuerpo…, en definitiva, todo. Es cierto que a los hombres nos encanta saberlo todo y anticiparnos a los momentos. Jesús es de los que sorprende; Él no cuenta ni anticipa nada, simplemente les invita a que vean con sus propios ojos y experimenten lo que les ofrece, lo que realiza en el día a día.
Esta es precisamente la invitación que Jesús te realiza hoy mismo a ti también. Experiméntalo y acompáñale en su caminar. Ten claro que el caminar del Señor Jesús es el tuyo propio también, porque la vida con Cristo te lleva a la plenitud. Así lo vivieron Andrés y Juan: fueron, vieron, experimentaron y se quedaron con Jesús. Seguramente así lo has vivido y/o lo estás viviendo también en estos momentos. Es el momento de arriesgar y de decidir si Jesús es la mejor compañía para tu vida o no; si quieres estar con Él y vivir según su estilo. Es una experiencia directa que lleva implícita una respuesta total: Estar o no con Jesús. “¡Venid y lo veréis!” es una invitación clara para que estés con Jesús y pases tiempo con Él cuidando tu oración personal, tu vida espiritual, pasando tiempo delante del Sagrario, adorando al Santísimo Sacramento, meditando y contemplando la Palabra de Dios diariamente para que luego puedas amar y entregarte a los demás compartiendo y poniendo en práctica todo lo que Jesús te está enseñando con paciencia, amor y ternura.
Estás en el momento de la intimidad, de las confidencias con Jesús, donde tú le cuentas y donde Él te cuenta también: habla y escucha. Así cada día serás más consciente de que Jesús es la mejor compañía que puedes tener.