Vivir con alegría es uno de los grandes propósitos que todos tenemos en nuestra vida. Hay veces que nos mostramos más vulnerables ante las situaciones que se nos presentan y que nos contrarían fuertemente, y que hacen que nos enfademos, estemos de mal humor y reneguemos de nuestros mismos y de lo que nos rodean, aunque solo sea momentánea y rápidamente nos arrepintamos. Somos conscientes de las idas y venidas de nuestros sentimientos, que tantas veces condicionan nuestro estado, carácter y día a día. Dependiendo cómo nos levantemos en muchas ocasiones, así afrontamos nuestras jornadas. En muchas ocasiones nos esforzamos por enderezarlas porque sabemos bien que no podemos estar todo el tiempo de mal humor y enfadados.
La alegría es algo más que un sentimiento; es tener la certeza que se siente y se tiene cuando se toman decisiones desde Dios y desde lo que es agradable a su voluntad. «Amaste la justicia y odiaste la maldad; por eso Dios, tu Dios, te ha distinguido entre tus compañeros, ungiéndote con aceite de júbilo» (Hb 1, 9). Procurar vivir en la verdad y con coherencia en nuestra vida, pese a las imperfecciones de nuestro ser, nos aproximará a lo que dice el autor de la carta a los Hebreos sobre el amor a la justicia y el rechazo a la maldad. Esta es la continua lucha que tenemos en nuestro interior entre el bien y el mal, donde precisamente tenemos que perseverar, siendo constantes y estando atentos, pues las acechanzas del maligno siempre estarán presentes, procurando provocarnos siempre situaciones donde pequemos y nos alejemos así de Dios.
Las primeras tentaciones las encontramos cuando nos sentimos probados por la vida misma, por los demás, por el maligno y por nosotros mismos también. La alegría puede desaparecer rápidamente de nuestra vida si perdemos la presencia de Dios y nos limitamos solo a saborearla cuando las cosas nos marchan bien en la vida. Procura tener siempre presente la Palabra de Dios para así puedas experimentar el gozo de estar con Dios, que llena tu vida de paz, confianza, seguridad y alegría porque dejas que todo dependa de Él y depositas toda tu confianza en el Señor, sin ningún ápice de duda. Por eso dice el apóstol Santiago: «Considerad, hermanos míos, un gran gozo cuando os veáis rodeados de toda clase de pruebas, sabiendo que la autenticidad de vuestra fe produce paciencia» (Sant 1, 2-3). Porque ante las dificultades es cuando flaquean las fuerzas, desaparece la alegría y la esperanza y la vida se llena de incertidumbre, desánimo e infelicidad. El carácter cambia, nos volvemos más irascibles y siempre estamos descontentos. Por eso los momentos de dificultad son oportunidades para acrecentar nuestra fe y agarrarnos más fuertemente al Señor que tanto nos ama y cuida. Así es como nace la paciencia y la esperanza, pues la vida propia se va transformando porque es el mismo Señor quien actúa en tu interior.
Por eso es importante que la Palabra de Dios te ayude a comprender que es Dios quien guía y dirige tu camino y tu vida según sus designios. Desde luego que lo más fácil es seguir tus propias inclinaciones y deseos, movidos por tus sentimientos, cuestionando encima al Señor, porque de repente tu vida ha cambiado y tus sentimientos y tu manera de pensar también, movidos por el momento difícil. Es ahí donde has de poner toda tu frustración en las manos de Dios desde tu oración personal, para así desde la confianza, el abandono y la fe más absoluta puedas poner en práctica la Palabra de Jesús y hacer lo que es correcto según su voluntad. La alegría es simple, es poder anhelar cosas con un valor eterno, que no caducan nunca, y que te permiten saborear en el presente el gozo de saber que tu corazón está unido a Dios y que, a pesar de todo, Él te sigue llenando de dicha porque es así, infinitamente desproporcionado, y dispuesto a colmarte siempre de felicidad y de consuelo cuando las cosas no marchan bien. Permanece en la alegría a pesar de las contrariedades.