Jesús ha venido para darnos vida y vida en abundancia (cf. Jn 10, 10). El Señor lo da todo y nos pide también todo para que disfrutemos de la verdadera felicidad al ser sus hijos y sentirnos como tales. Son muchas las ocasiones en las que sentimos el miedo al abandono en Dios, en muchos momentos de la vida, porque supone un salto de fe, ese paso vital que nos hace depender de Dios y no de nosotros mismos. Algo que nos cuesta mucho trabajo y que merma nuestra confianza en el Señor. Sabemos la teoría y experimentamos la dificultad de la práctica. Esto, casi sin darnos cuenta, en ocasiones nos sumerge en la mediocridad, porque nos quedamos en los mínimos y nuestra vida deja de tener el verdadero sentido de ser hijo de Dios, pues preferimos caminar en lo seguro y nacer nuestro el dicho que dice que más vale lo malo conocido que lo bueno por conocer. Esto con Dios no funciona. Dios le dijo a Abraham: «Yo soy Dios todopoderoso, camina en mi presencia y sé perfecto. Yo concertaré una alianza contigo: te haré crecer sin medida» (Gn 17, 1-2). La propuesta de Dios siempre merece la pena. Es exigente pero plena, porque da sentido a nuestra vida y nos permite avanzar en el camino de la perfección, que no es otro que el del abandono en su presencia para poder estar siempre con Él, sin apartarnos en ningún momento, y ser santos, hombres llenos de Dios.
Seguro que tú quieres tener a Dios presente en todo momento; no te quieres apartar de Él; quieres vivir con fidelidad tu vida cada día y ser feliz en todo lo que realizas. Pues Dios quiere ayudarte a conseguirlo porque eres su hijo y quiere lo mejor para ti. Cada uno tiene su camino y sus circunstancias, pero no las vivas ni tu camino ni tus circunstancias al margen del Señor. Llena tu vida de su amor para que te puedas dar cuenta que merece la pena seguir en esta senda, tan distinta a la del mundo; su amor es infinito y siempre te va a ayudar a superar las tentaciones; te vas a sentir más seguro que cuando confías en tus propias fuerzas y vas a experimentar que los esfuerzos y los sacrificios por los demás no te cuestan trabajo realizarlos, porque lo haces por y para Él. Este es el Misterio de Dios en tu propia vida; no te queda lejano porque el mismo Señor te lo pone delante para que lo vivas y experimentes, descubriendo la alegría y el gozo de sentirte tan pequeño ante su grandeza y tan indigno ante su ternura y misericordia. Dios es paciente, elegante en todo lo que hace. No le cuestiones en lo que no entiendes, más bien, avanza en el camino y verás como entenderás tu propia vida con toda claridad. Es cuestión de fiarse y abandonarse. Porque el Señor es quien nos cuida y siempre va delante, guiándonos y mostrándose tal y como es. Confía en Jesús, da ese salto definitivo para encontrar la paz y serenidad, tan necesarios en los momentos de incertidumbre y sufrimiento.
Profesa cada día tu fe en Dios, en Jesucristo, en el Espíritu Santo, en María Santísima, en la Iglesia, en los santos…porque “Dios nos ha regalado su Palabra, los sacramentos, los santuarios, la vida de las comunidades, el testimonio de sus santos” (Papa Francisco en GE 15) para acrecentar tu unión con el Señor y fortalecer tu vida espiritual, enriqueciendo así tu alma. Lo necesitamos, porque la vida nos para, nos hace ir por otros caminos… y es necesario mantenerse firme para no despistarse y estar siempre junto a Él. Es fácil sumergirse en el activismo y descuidar el trato con el Señor, porque «es necesario orar siempre, sin desfallecer» (Lc 18, 1), pues es el alimento diario de la fe, que se ve fortalecido por la práctica de los sacramentos y el amor y entrega a los hermanos. La fe se tiene que ver refrendada cada día por las obras para que pueda crecer y así adentrarse en la profundidad de la oración. Todo va de la mano, unido, inseparable, para que así todo tenga sentido y Cristo sea el Motor de tu vida.