La Cuaresma es un desierto, un camino de conversión que nos lleva hacia la Pascua, hacia el encuentro con Jesucristo Resucitado. Este cambio personal se produce cuando uno es capaz de encontrarse consigo mismo y abrirse en canal ante el Señor, que todo lo conoce y puede, para dejarse transformar por Él. Cuando se experimenta ese cambio todo se ve de una manera distinta. Es innegable el esfuerzo personal que supone dar ese paso, porque hay que estar dispuesto a que tu vida sea otra. Resistirse a ello, y mucho más, renunciar a tus seguridades, comodidades y bienestar es algo que hay que pensarse, porque las seducciones del mundo son mucho más apetecibles y seductoras que lo que el Evangelio nos presenta: sacrificio, esfuerzo, renuncia a uno mismo para entregarte a los demás…
Y es aquí donde surge la lucha interna y esa rebeldía que nos planta ante el Señor y nos hace cuestionarle, apartarle de nuestra vida y llegar a dudar de Él. Así le ocurrió al pueblo de Israel cuando por el desierto empezó a clamar contra Dios y Moisés porque se veían morir de hambre y sed, y se sentían además cansados del maná, ese pan que ellos llamaban sin sustancia (cf. Num 21, 4-9); y se encontraron con las serpientes que mataron a muchos israelitas.
“¿Tanto caminar para que luego mueran envenenados por serpientes? ¿Ha merecido la pena tanto esfuerzo para luego morir en el desierto?”
Preguntas parecidas son las que nosotros nos podemos hacer ante esta pandemia terrible que estamos viviendo y que de alguna manera nos puede sumergir en el pesimismo, el miedo, el agobio, la depresión… y que está haciendo tanto que nos cuestionemos los pilares fundamentales de nuestra vida como el sentido de todo. Y es en esta encrucijada de pensamientos, sentimientos, miedos, temores, inseguridades, incertidumbres… donde tenemos que saber reaccionar como el pueblo de Israel, que acudió a Moisés: «Hemos pecado hablando contra el Señor y contra ti; reza para que aparte de nosotros las serpientes» (Num 21, 7). Y Dios mandó construir a Moisés una serpiente de bronce y la colocase en un estandarte, para que todos los mordidos de serpiente la pudiesen mirar y se sanasen. Y así ocurrió, todo el que miraba la serpiente de bronce quedaba sanado.
Es en estos momentos, en esta Semana de Pasión en la que acabamos de entrar, donde también a nosotros se nos invita a mirar a nuestro estandarte: La Cruz de Jesucristo. Es a ella a la que tenemos que mirar porque es ahí donde está la VIDA. Cristo desde la Cruz nos está ayudando a dar sentido a este sufrimiento, a esta pandemia que tantas vidas nos está arrebatando y que con tanta fuerza está golpeando a nuestro mundo. En Dios está nuestra salvación y el sentido de nuestra existencia. Él nos está tendiendo la mano, en estos momentos, para sostenernos y para que nuestra alma se llene de esperanza y de certezas.
¿A qué estandarte está mirando tu corazón? ¿Cuáles son tus certezas?
Ha llegado el momento de confiar, de lanzarse por completo a los brazos de Dios, porque más que nunca nos sentimos desprotegidos por parte del mundo, que nos está vapuleando y haciendo ver lo frágiles y débiles que somos. La Cruz de Cristo no es fracaso ni debilidad, es fortaleza, entrega, confianza, fidelidad, obediencia, esperanza, generosidad… porque es el estandarte que Dios nos ha dado para que lo miremos fijamente y volvamos a la Vida. No a la vida que hemos conocido hasta ahora, si no a la vida del Espíritu, a la Vida de Dios, porque nos quiere hacer partícipes de algo muy grande: de los valores esenciales del Evangelio que nos llaman a poner todo lo que somos en las manos de Dios, para que Él nos cuide y nos sintamos seguros en sus manos. Agárrate fuerte a la mano de Dios. No te apartes de su lado y no dejes nunca de mirar la Cruz de Cristo. Es el momento de confiar y de clamar fuertemente a Dios.