Es una bendición poder compartir la alegría que sientes dentro de tu corazón al encontrarte con Jesucristo. El Señor te cuida, te bendice y te guía a lo largo de tu camino; te rodea de personas que viven su fe y quieren seguirlo como tú, abriendo el corazón y sacando lo que tienen dentro para compartirlo con los demás. A veces no es fácil, porque hay ruidos interiores que no te permiten ver con claridad, nublan tu vista y hacen que tu mente se embote. Cierto es que el Señor siempre habla claro, y te muestra el camino y la verdad tal cual es. Esa verdad de la que tanto huyo y que en ocasiones tanto trabajo me cuesta creer y aceptar. ¡Es mi verdad! No puedo renegar de ella porque sería engañarme a mi mismo.
El engaño no es cosa de Dios, más bien del demonio, que se empeña en hacerme creer cosas bien distintas para que viva otras realidades que me alejan de Dios, huyendo de mi mismo y generando una insatisfacción en mi interior que luego se transforma en falta de paz y serenidad a la hora de afrontar los retos cotidianos; entonces me sumerjo en un estilo de vida que se va alejando cada vez más de mi propia realidad y de lo que Dios espera de mi.
Por eso quiero vivir mi fe de una manera mucho más auténtica y sincera, en contacto estrecho con Dios. Sé que tengo que estar atento para no despistarme y bien decidido a mantenerme firme en mis propósitos, para que el Evangelio pueda seguir transformándome interiormente y comience a dar pasos en la buena dirección. Quiero ser consciente de que tengo el mejor aliado, al propio Cristo, que camina a mi lado. Además de los hermanos y hermanas que tienen mi mismo sentir y que también quieren compartir en comunidad su fe. Cuántas gracias tengo que dar al Señor, porque en cada momento me ha ido marcando el camino para que no me equivoque de cruce y me ha puesto grandes apoyos que en los momentos más complicados me han ayudado y ayudan a levantarme cuando caigo y a seguir hacia delante. Estos apoyos no son sólo personas, sino también situaciones y signos que Él me ha ido haciendo ver para que sea consciente de que no estoy solo porque siempre está pendiente de mi.
Por supuesto que es maravilloso poder caminar al lado de los demás, el mismo Cristo se rodeó de los apóstoles con los que formó comunidad y caminaron unidos. Éste es el gran reto que tenemos ahora por delante: El Señor se quiere servir de mi vida, de mi alegría, de mi testimonio (aunque la mayoría de las veces no estoy a la altura) para seguir llegando a otros corazones; y junto con los demás: con sus vidas, alegría y testimonio de los que sienten la comunidad y la Iglesia como suyas, el Señor también quiere hacer maravillas. Por eso es el momento de ponernos en sus manos y dejarnos hacer por Él. Juntos estamos llamados a ser luz en medio de nuestros ambientes cotidianos; a contagiar la alegría que el Señor pone en nuestros corazones; a transmitir esa pasión de amor y de fuerza que nos da cuando lo recibimos en la Eucaristía.
Señor, ayúdame a conservar la alegría cada día; a saber renovarla cuando me invada la tristeza o el desánimo; a compartirla desde el corazón buscándote a Ti y no a mí; a cuidarla y mimarla para no perderla. «Que nadie os quite la alegría» (Jn 16, 22).