¡Qué trabajo cuesta muchas veces ser paciente! Que las cosas pasen cuando las necesito y cuando me urgen, es lo que deseamos todos prácticamente cuando nos encontramos en un momento de dificultad. Queremos pronto la solución y a veces no llega, se retrasa más de lo que nos gustaría. Y al acudir a Dios parece que también se hace de rogar, tarda demasiado tiempo en responder y la espera se hace demasiado angustiosa, tanto que incluso en ocasiones se convierte en sufrimiento. Una de las virtudes que Dios quiere que tengamos es la paciencia, y esta es la que nos ayuda a seguir manteniendo la fe en el Señor que ha de responder. La paciencia nos lleva a saber esperar, a no precipitarnos ni desesperarnos; a mantener la calma, aunque las cosas no pinten bien y todo bajo nuestros pies se esté desmoronando a una velocidad vertiginosa. Es con la paciencia con la que obtendremos respuesta a nuestros ruegos; esa respuesta que llega en el momento en que Dios lo que decide y planea. ¿Por qué se hace tanto de rogar? Porque los planes de Dios no son los nuestros y nuestra manera de pensar no es la de Dios. Dios no actúa por intereses ni por la inmediatez de nuestra situación personal. Dios es paciente y es necesario que tengamos nuestro espíritu preparado para que su acción sea efectiva en nuestra vida.
Cuando tenemos fe y paciencia estaremos capacitados para aceptar la respuesta que Dios nos propone. No te precipites y no pienses que Dios es el solucionador de problemas, en especial cuando se trata de voluntades humanas. Ahí es donde la libertad de cada uno se hace efectiva y dependiendo de la fortaleza de nuestra fe tendremos más facilidad o dificultad para saber aceptar la propuesta de Dios para nuestra vida. Sigue confiando el Señor y deja que tu vida dependa de Él, porque así tendrás certezas y seguridades de que la respuesta que Dios te dé será lo mejor para tu vida, porque nunca va a procurar nada malo para ti.
«Yo esperaba con ansia al Señor; él se inclinó y escuchó mi grito: me levantó de la fosa fatal, de la charca fangosa; afianzó mis pies sobre roca, y aseguró mis pasos» (Sal 40, 2-3). Dios siempre escucha tu oración, tu sufrimiento no le es ajeno, más bien está pendiente de cada uno de sus hijos, y como le importas actúa en tu vida. Deja que el Señor sea el centro de tu existencia para que así cimientes tu fe sobre la Roca, que es Cristo, y sobre todo sientas que estás pisando tierra firme, que estás en un terreno seguro porque la presencia de Dios te hace sentir así de fuerte. Que tu interior, y especialmente tu alma, se llene de paciencia para seguir esperando y confiando. No te dejes llevar por el ritmo frenético en el que te envuelve la sociedad. En la vida de fe no se trata de producir y rendir para sacar beneficio. La paz interior hay que trabajársela cada día con mucha paciencia y dedicación, para que la calma y la quietud te ayuden a que tu espíritu esté sereno y preparado para recibir la acción de Dios.
Dios siempre actúa y se hace presente en la vida del hombre; sigue tocando los corazones y revelándose cada día, en cada momento. Para saber todo lo que te quiere decir es fundamental que sintonices bien el dial de tu alma para escuchar con claridad y saber lo que quiere y espera de ti. Ejercita tu paciencia diaria con las personas que te rodean, con cada acontecimiento de tu vida, con Dios mismo, para que así entres en esa dinámica de saber aceptar, acoger y asumir todo lo que acontece en tu vida; y desde la calma y la serenidad puedas seguir caminando cada día de tu vida puesto en las manos del Señor que quiere seguir dando sentido a tu vida para que todo lo que hagas y vivas sea en beneficio de tu felicidad.
Señor dame paciencia para vivir cada día y no dejarme llevar por las prisas, la angustia y lo que quiero que me pase para solucionar pronto mis problemas, preocupaciones y agobios.