Hay veces que resulta difícil ver la mano de Dios en medio de las debilidades, del sufrimiento, de la confusión ante lo que acontece en nuestra vida. Dios siempre está y es necesario, desde la fe, poder verlo con claridad para que encontremos la calma que nos permite afrontar las situaciones con paz y confianza en Él. El apóstol San Pablo nos da su testimonio de cómo en medio de la debilidad ha sentido la fortaleza que el Señor le ha regalado: «Te basta mi gracia: la fuerza se realiza en la debilidad. Así que muy a gusto me glorío en mis debilidades, para que resida en mí la fuerza de Cristo. Por eso vivo contento en medio de las debilidades, los insultos, las privaciones, las persecuciones y las dificultades sufridas por Cristo. Porque cuando soy débil, entonces soy fuerte» (2 Cor 12, 9-10). La Palabra de Dios tiene mucho poder y fuerza y aunque a veces cuesta trabajo reconocerlo en medio de la debilidad, Cristo nos tiende su mano para llevarnos a una vida nueva.
Por eso para poder vivir esta vida nueva es importante distinguir los tiempos. En este tiempo presente tenemos la certeza de que Dios nos acompaña y guía, pero es verdad que aún no hemos llegado al cielo. Es el momento de vivir nuestra vida buscando siempre el Reino de Dios y su justicia (cf Mt 6, 33), siendo conscientes de que convivimos cada día con la debilidad y las consecuencias que acarrean en nuestra persona, en los que nos rodean y en el entorno en el que vivimos. El Señor nos invita a la esperanza, y quien espera confía en esa vida mejor, en ese momento donde todo sea felicidad y plenitud, pero teniendo claro que aún hemos de pasar por la prueba y la dificultad, para fortalecer nuestra fe. Dios nos ofrece la salvación, y para eso nos pide que pasemos por la puerta estrecha que habla de renuncia, esfuerzo, sacrificio, aceptar la debilidad y el propio sufrimiento, confiar sin tener claro el futuro inmediato…; además sabemos que para resucitar primero hay que pasar por la cruz. Por eso hemos de vivir nuestro presente confiando en el Señor.
San Pablo entendió perfectamente que después de rezar por sus debilidades y el sufrimiento que le acarreaban, si Dios no se las quitaba de repente, no tenía que insistir de una manera indefinida. Más bien comprendió que aunque Dios no nos evita todas las dificultades y sufrimientos, porque la vida del ser humano no es un camino de rosas, sí que nos ayuda a poder afrontarlas, y la respuesta es muy clara: «Te basta mi gracia» (2 Cor 12,9). Y es que no se trata de cuestionar el poder de Dios, sino de que la Gracia de Dios es suficiente para vivir con el aguijón que tenemos clavado y tanto sufrimiento nos provoca. Y es que los sufrimientos que tenemos y que tan mal nos lo hacen pasar tienen una finalidad: Llevarnos a la Gracia de Dios. Por eso confía en Él y llénate de la Gracia, para que encuentres la paz y la serenidad para vivir y afrontar cada momento; no con tristeza y desesperanza, sino con la esperanza de que con el Señor a tu lado tu corazón no tiembla y te sientes bendecido y amado por Él.
Descansa en la Gracia de Dios, porque la fuerza y grandeza de Dios no solo se muestra cuando la vida nos sonríe; se muestra también en los momentos de dificultad cuando encontramos la fortaleza, el buen ánimo, la esperanza, la confianza, la seguridad de que es el Señor quien nos sostiene en medio de la dificultad y por eso nuestras debilidades se transforman en testimonio de cómo Dios nos cuida y ayuda. Porque la acción y los frutos del Espíritu se hacen más visibles, pues Dios se sirve de nosotros, débiles y frágiles, como instrumentos para mostrar su grandeza y la fuerza de la fe
Si te encuentras superado por las debilidades y sufrimientos, ahora te dice el Señor: «Te basta mi gracia: la fuerza se realiza en la debilidad» (2 Cor 12,9). Confía, Dios nunca falla. Te ama.