Muchas son las veces en las que cerramos los ojos cuando nos vienen de frente realidades incómodas, injustas y desagradables. Preferimos que pasen lo antes posible por nuestro lado, haciendo la vista gorda para que así no nos moleste, ni nos comprometa demasiado. Y es que tener que decir que no, en vez de quedar bien con todo el mundo; tomar partido por las injusticias, pararnos y “complicarnos” la vida por los demás cuesta demasiado. Cierto es que preferimos los problemas cuanto más lejos de nosotros mejor, no los vamos a ir a buscar, pero si somos cristianos y nos llamamos hijos de Dios, no podemos dejar que pasen de largo, hemos de ser honestos y denunciar lo que creemos injusto. Seguramente todos conocemos a personas que se comprometen con la verdad y que no se venden por nada del mundo.
Tengo la suerte de conocer a personas así, que no se casan con nadie, que siempre van con la verdad por delante y son transparentes. No se callan, denuncian y manifiestan libremente su opinión. Van a pecho descubierto por la vida, sin ningún tipo de doblez y dando un testimonio cristiano auténtico desde se conciencia creyente, interpelándose continuamente qué es lo que haría Cristo en su lugar. Ante la injusticia alzan la voz, aunque en ocasiones los quieran acallar, como el pueblo de Israel hizo con muchos profetas. Por norma estas personas sufren en el silencio, pero siguen siendo leales y fieles al espíritu del Evangelio, practicando continuamente la solidaridad cristiana y la caridad, siendo conscientes de que son estrechos colaboradores de Cristo desde lo que la vida les otorga, tanto en la pobreza como en la riqueza. Son totalmente conscientes de la comunión de bienes, tanto espirituales como materiales y tienen las manos rotas para seguir dando y construyendo solidaridad y amor allá donde están.
A Jesús le plantearon el dilema de si debían o no pagar el tributo al César, y Jesús contestó: «“Mostradme un denario. ¿De quién es la imagen y la inscripción?”. Le dijeron: “Del César”. Y él les dijo: “Pues bien, dad la César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios”» (Lc 20, 24-25).¿De parte de quién hay que ponerse? Siempre de parte del Evangelio tomándonos en serio nuestro compromiso social y el papel que como cristianos tenemos en medio de nuestra sociedad. Algo tenemos que decir los creyentes ante el vacío de Dios que vivimos en nuestros días.
Nuestro compromiso es con la Iglesia y con la sociedad en la que vivimos, donde como ciudadanos hemos de aportar nuestra visión del mundo, de la justicia y de la familia. A pesar de que cada uno tenga su opinión y su visión de la sociedad, hemos de respetarnos y tolerarnos sin negar las raíces que nos han traído hasta aquí y nos han hecho ser lo que hoy somos. Todo es mejorable, por supuesto, no podemos olvidar que el hombre por naturaleza es imperfecto, pero esto no nos exime de nuestra obligación como ciudadanos de enriquecer nuestra sociedad desde la justicia, el amor y la paz. La propuesta de Jesús de Nazaret es el Evangelio, que transforma el mundo y hace que todos los hombres seamos iguales. Para hacer esto realidad tenemos la fe que nos ayuda a ser fieles y a mirar siempre los orígenes, la primera comunidad donde vivían en comunión, teniendo un mismo sentir, una sola alma (Cf. Hch 2, 42-47), sin descuidar los valores evangélicos que dan sentido a nuestra vida creyente y que hacen que nos esforcemos por transformar nuestra vida y la de quienes nos rodean. Desde esta forma de vida sigamos tomando la iniciativa para transformar desde nuestra realidad la parcela que el Señor nos ha encomendado, sin rendirnos, en la presencia de Dios, sabiendo que con Dios todo es posible, y Él cuenta con nosotros para hacer el Evangelio realidad en cada rincón de nuestra sociedad. Mucho ánimo y gracias por tu ayuda, por hacerlo posible cada día.