Seguro que conoces a personas luchadorasque para ti son un ejemplo a seguir, por cómo afrontan los retos difíciles de la vida. Parece como si estuviesen hechos de una pasta especial, porque parecen que tienen una fuerza especial dentro, como si fueran incombustibles y no se rinden ante nada. Siguen perseverando en su ánimo y a pesar de caminar con mucho esfuerzo, terminan saliendo adelante y afrontando la vida, las enfermedades, la muerte de personas queridas… con una entereza casi sobrenatural. Ciertamente la fuerza no nace de ellas sino que viene de Dios.
Hace unos años una persona, en medio de estas dificultades, reflexionaba sobre su vida y me decía que para conseguir lo que tenía en su vida había tenido que esforzarse muchísimo más que otras personas, como si le costase el doble de trabajo que al resto, conseguir lo mismo. Esa es su sensación. Hay personas emprendedoras y con determinación que han sabido plantearse su vida, no como un trabajo, sino como su vocación. Viven cada día de una manera entregada disfrutando y saboreando lo que hacen tratando siempre de promocionar y ayudar a los demás. Por esto su vida es una vocación, pues hay veces que entramos en una dinámica donde nuestra vida se convierte un trabajo porque deja de tener sentido lo que hacemos, lo convertimos en rutina, y, a parte de no disfrutar, nos cuesta un sobreesfuerzo más grande porque actuamos sin sentido y sin saborear lo que hacemos.
Todo lo que realizamos en nuestra vida nos debería de enriquecer interiormente. Hemos de estar muy atentos porque así nos resultará más fácil sobreponernos a los momentos de debilidad y fragilidad, sabiendo que cada uno hemos de afrontar cada vivencia y cada reto con las mejores facultades personales que tengamos. Las dificultades nos roban muchas energías, y por eso hemos de estar bien preparados para lo que la vida nos traiga, pues con el ánimo pronto y fuerte, afrontaremos con más entereza cada reto que tengamos ante nosotros. Jesús cuenta esto en el Evangelio en una parábola: “La casa sobre roca” (cf Mt 7, 24-27). Y es que a pesar de la lluvia, los vientos y el desbordamiento de los ríos, la casa no se derrumbó, porque estaba cimentada sobre la Roca.
Hemos de trabajar nuestra propia interioridad, porque aunque nos cueste un esfuerzo personal y crearnos una serie de hábitos para cultivarla, nos hará fuertes y resistentes ante los envites de la vida. Estos no los podemos prever ni adivinar, solo que cuando nos vienen tenemos que superarlos en el menor tiempo posible. Por esto, la vida de oración es fundamental, porque es la mejor manera de cimentar nuestra casa sobre la Roca, que es Jesucristo. Con Jesucristo aprendemos a llevar la Cruz, a no rendirnos y sobre todo a levantarnos de las caídas cuando la vida nos tira y nos alcanza de lleno. Dios siempre está con nosotros, y mantenernos firmes en nuestra fe y confiando en el Señor, son los mejores pasos que podemos dar para seguir avanzando en nuestro camino de la vida.
Conócete a ti mismo; examina con atención cuáles son tus puntos débiles y más vulnerables, y aprovecha los momentos en los que la vida te sonríe, para poder cimentar tu casa sobre roca, para cuidar tu vida de oración y hacerte más fuerte interiormente. No eres dios ni superhéroe, eres una persona normal y corriente que con la ayuda de Dios y con una profunda vivencia espiritual asumirás la Cruz confiando en Él y sin ningún temor; es mucho más fácil de coger con Él, que si lo haces por tu propia cuenta. Déjate trascender por Dios, para que no seas tú, sino Él quien te ayude a seguir luchando sin entrar en la desesperación y el desánimo. Recuerda:«Para Dios nada hay imposible» (Lc 1, 37).