Abre tu alma a Dios. No pierdas oportunidades de que el Señor remueva tu vida, todos los rincones. Él quiere llegar a cada lugar, para removerlo, renovarlo y darle un nuevo sentido. No puedes estar siempre igual, estancado en las mismas debilidades y flaquezas. Te terminas cansando y cayendo en la rutina, en el siempre lo mismo, y continuamente echando balones fuera para no quedar mal con nadie y aparentar que todo va sobre ruedas. No se trata de disimular, de mostrar otra cara distinta a lo que eres o haces. Crecer y avanzar es legítimo y positivo; lo que no se corresponde con nuestra vida es la doblez, la apariencia por mantener un estatus que se fundamenta en algo irreal, en una mentira que tiene poco recorrido. Que el Señor llegue a lo más profundo de tu ser, que te ayude a sacar todas tus cualidades y las puedas poner al servicio de los hermanos, aunque no camines al mismo ritmo que pretendas.
Redescubre todo lo que hay en tu vida y ten claro cuáles son las actitudes que has de cambiar y los vicios que has adquirido a lo largo de tu vida. Así es como nos distraemos y dejamos de mirar al Señor como el centro, dando mucha más importancia a los accesorios que nos hemos creado y que constituyen un freno en nuestro proceso de fe y en el encuentro que tenemos con el mismo Jesucristo resucitado. Tenemos la facilidad de absolutizar lo innecesario y hacernos verdaderos problemas cuando estamos centrados en nuestras cosas y a veces perdemos hasta incluso el norte de lo fundamental. Lo superficial nos llena, nos embota y nos quita muchas energías, que nos descentran de lo que realmente es en nuestra vida. Cambiar nuestra forma de mirar a Dios, la vida y a los hermanos es arriesgar demasiado, es dar pasos innecesarios por caminos que luego tenemos que desandar, es creernos en la verdad más absoluta para caer en la cuenta de que nos hemos apoyado en un castillo de cristal frágil que al menor contratiempo se rompe. Por eso la vida ha de dar un cambio radical, no puedes ser siempre el mismo, has de madurar y progresar en tu vida de fe, dejándote guiar por el Espíritu Santo que te ayuda a interpretar la Palabra de Dios y a profundizar en el conocimiento del mismo Cristo, imitándole en todo lo que realiza.
Así es como llega la conversión, cuando eres consciente de que tu vida necesita un cambio; has de avanzar en tu vida de fe y en tu entrega. Algo necesario que se tiene que dar para que comience tu conversión es el donarte a los demás sin esfuerzo, con amor, pensando en su propia felicidad y en cómo dar luz y sentido a todo lo que vives. Así es como la misericordia de Dios comienza a entrar en tu vida, y eres consciente de todo lo que Dios te regala, aunque no lo merezcas ni seas digno. El amor de Dios no mira fallos, pecados, orgullos, soberbias…, solo necesita arrepentimiento para derramarse sin medida, para que su gracia te purifique y te adhiera a Él. No puedes compararte con Dios, porque te sobrepasa, tampoco te compares con los demás. Haz ese gesto de humildad y sencillez, y escucha el rumor del Espíritu en tu vida que te ayuda a ser cada día más trasparente, mostrándote a los demás sin ninguna doblez, con un corazón humilde y puro, como el de Jesús, yendo siempre al encuentro del otro.
No te aproveches nunca de las debilidades de los demás para tu propio beneficio. Sé compasivo con ellos y no dejes de justificarlos en tu corazón. Ahí es como empezarás a ser más comprensivo y delicado. No te pongas las gafas para mirar los defectos de los otros, más bien mira a tu corazón que está lleno de imperfecciones, y que rápidamente necesita ser sanado, pues cuanto más tiempo pase empapándose en su orgullo, más difícil le resultará convertirse y entregarse por entero al Señor.
Abre tu alma a Dios, para que todo lo que vives sea desde la presencia del Señor, y así puedas acercar corazones reafirmando tu fe y compartiendo todas las cosas buenas que el Señor ha realizado.