Aceptarme para aceptar. Si quieres llegar a tus metas y cumplir tus objetivos en la vida es necesario aceptarte a ti mismo. Hay veces que te avergüenzas de tus fallos o resulta muy difícil olvidarse y superar los errores o malas decisiones que hayas tomado. Para esto es importante mirarte sin juzgar los defectos o virtudes que puedas tener. Conocerse es fundamental; saber quién eres y hasta dónde eres capaz de llegar, viendo tus limitaciones. Así lo hizo Jesús con los apóstoles: cada uno era de una manera distinta y los fue moldeando y enseñando para convertirse en los testigos del Reino. Los defectos no son los que nos definen como personas, tampoco las virtudes, es obvio que nos influyen, pero hay que tener claro que somos un todo, porque así nos ha querido el Señor.
«El cuerpo no lo forma un solo miembro, sino muchos. Aunque es cierto que los miembros son muchos, el cuerpo es uno solo» (1 Cor 12, 14.21). Partiendo de que esto lo tenemos muy claro, porque nos sabemos muy bien la teoría, hay muchas veces que queremos caminar por libre, dejándonos llevar por el momento y perjudicándonos sin medir las consecuencias. Sin darnos cuenta estamos viendo que la vida desde Dios está muy bien escrita y que cuando nos empeñamos en ir a lo nuestro nos terminamos estrellando, y nos hacemos daño, porque parece que de repente tomamos conciencia de nuestra propia fragilidad, es cuando se da el arrepentimiento y el deseo de mejorar. Nos damos cuenta de cómo somos y empezamos a mirarnos de otra manera; comenzamos a aceptarnos.
Siempre habrá personas que te aportarán mucho y te ayudarán a crecer. Basta con mirar a los Evangelios y ver las veces que Jesús corregía a los apóstoles y les hablaba para hacerles ver cuáles eran las actitudes buenas que tenían que salir de su interior. Poner en común lo que somos y tenemos es lo que nos va a ayudar a unirnos más, especialmente desde nuestros dones y virtudes que el Señor nos ha regalado. No te compares con nadie, no seas duro contigo a la hora de juzgarte, porque bajarán tu autoestima y te castigarás duramente. Dios no te quiere así, al contrario, te quiere lleno de misericordia, y esta no es solo para los demás sino para ti mismo también. Así reconocerás lo que eres y lo que vales y aumentará tu capacidad de amar. El amor no tiene límite, Jesús lo llevó hasta el extremo entregando su vida; a lo largo de la historia son muchos los que también han dado su vida por amor a Dios y a los hombres. El Amor lo puede todo y para aceptar es vital amar de verdad, con todas las consecuencias. Llegar a este equilibrio cuesta, pero merece la pena.
Vivir y caminar con los demás siendo un todo, parece una ardua tarea, pero con la ayuda del Señor es posible. «Dios organizó el cuerpo para que todos los miembros se preocupen por igual unos de otros» (1 Cor 12, 24-25). Este es uno de los puntos de partida que nos tiene que ayudar a mirarnos entre nosotros y aceptarnos, sin cerrarnos y con actitud de encontrarnos. La vida comunitaria no es fácil y aceptar al hermano cuesta. Es necesario dar este primer paso: Aceptar. Mira en tu interior y si te cuesta trabajo aceptar es porque en ti todavía hay resentimiento, resquemor, dolor, reproche o herida que aún no está cerrada. Aceptarme para aceptar. Mirarme para mirar. Amarme para amar. Perdonarme para perdonar. Si quieres encontrar tu equilibrio hay que vivir desde estas acciones. Mira todo lo que tienes a tu alrededor y todo lo que te espera. Son muchas las situaciones que siguen dependiendo de ti y el cariz que tomen será por las actitudes con que las vivas y desarrolles.
Amar al prójimo como uno mismo es también preocuparnos igual unos de otros. Es tener el valor de ir al otro y hablarle en vez de juzgarle y criticarle por la espada. El cómo contemos las cosas dependerá de cada uno; por desgracia siempre estamos movidos por partidismos y nos alejamos del centro, del Evangelio. Somos un cuerpo y Cristo es la cabeza. Somos servidores de Cristo, y, por lo tanto, de los demás.