El hombre es un ser social que necesita relacionarse con los demás para sentirse aceptado, querido y parte de una familia. Todos necesitamos tener claro cuál es nuestro sentido de pertenencia y reafirmarlo constantemente con lo que vivimos y compartimos con quienes nos rodean.
En nuestros días se mira mucho la imagen y el culto al cuerpo, que en ocasiones hace que nos fijemos sólo en lo superficial y no miremos al corazón de las personas. Si ser aceptado por el grupo es importante, creo que es mucho más importante aceptarnos a nosotros mismos con lo que somos y tenemos. Hay muchas personas que se miran todos los días al espejo y no se gustan como son, ni en lo externo ni en lo interno. Eres como eres y hay cosas que no puedes cambiar, acéptalas cuanto antes para seguir avanzando cada día en tu experiencia de vida y no quedarte estancado en el sufrimiento interior que esta situación te provoca. Todo lo que vives, tanto positivo como negativo, te enseña para la vida. Por eso mira en tu interior y acéptate a ti mismo tal y como eres, no te compares con nadie; si observas a alguien que sea para aprender y dar gracias a Dios por los dones que tiene.
Si algo nos enseña Jesús es a mirar a lo más profundo del corazón.
Ya el Señor nos lo dice: «“Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente, con todo tu ser”, este es el principal mandamiento. El segundo es este: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo”». (Mc 12, 30-31). Y es que Dios nos manda que nos amemos a nosotros mismos, sin confundirlo con el egoísmo. Quien es egoísta no mira a los demás y actúa por conveniencia, buscando lo mejor para sí. Y el amor a uno mismo desde el evangelio:
- te ayuda a tener relaciones saludables con los demás;
- respetas y te haces respetar;
- aprecias y valoras a los demás independientemente de la condición que tengan;
- eres consciente de tus limitaciones y debilidades;
- reconoces tus propios errores y eres capaz de asumir las consecuencias de los mismos;
- tienes una actitud de apertura hacia los demás y eres capaz de escuchar lo que te tienen que decir, aunque no te guste;
- tienes paz interior.
Y como dice el apóstol San Pablo: «¿Quién te hace importante? ¿Tienes algo que no hayas recibido? Y, si lo has recibido, ¿a qué tanto orgullo, como si nadie te lo hubiera dado? Ya tenéis todo lo que ansiabais, ya sois ricos, habéis conseguido un reino sin nosotros». (1 Cor 4, 7-8). Eres un privilegiado por cada una de las cualidades y dones que Dios te ha regalado. Él sabe los regalos que te ha entregado y los que no, y por qué. Por eso da gracias a Dios por todo lo que te ha dado y ha puesto en tu vida para ser feliz. Él sabe que con eso lo conseguirás. No le reproches ni te lamentes por lo que no tienes; piensa en el verdadero tesoro que hay en tus manos y que puedes compartir y agrandar desarrollando todo el potencial que tienes.
Para Dios eres especial. Lo más maravilloso del mundo no es la última obra, construcción, aparato… hecho por manos humanas. Lo más hermoso para Dios eres tú, porque Él te mira con amor y sigue esperando grandes cosas de ti para que junto con los demás le bendigas y le alabes. Dios no quiere apariencias, Dios quiere hechos desde el corazón que te acerquen a Él y que te ayuden a tener más ganas de amar, de entregarte y de vivir. Por eso eres imagen y semejanza de Dios, y por eso no hay ningún ser humano igual, porque para Dios eres único e irrepetible. ¡Créetelo y vívelo!