Los reveses de la vida hay veces que nos pillan totalmente desprevenidos. Es normal que nos sintamos hundidos ante las dificultades y que perdamos toda ilusión, ganas y deseo de seguir caminando en la misma dirección. Pararse y descansar es legítimo y necesario; abandonar y bajar los brazos movidos por la desilusión y la desesperanza es, según mi humilde opinión, pagar un precio demasiado alto. En cada uno está el tomar postura para afrontar las dificultades y hacernos más fuertes como personas o debilitarnos y empequeñecernos ante la vida. Dios nos ha dado la fe para que nos apoyemos en Él, cojamos la cruz y caminemos tras sus pasos.
Siempre pasa que ante cualquier fracaso el pensamiento va muy por delante de nosotros, y no podemos dejar de pensar, de darle vueltas a las cosas. Es normal que pensemos a gran velocidad, pero no podemos decidir en medio de la dificultad. Siempre es bueno relajarse, tomar un poco de distancia, enfriarse un poco para ser más objetivo y decidir lo mejor posible antes de ser impulsivos y tener que arrepentirnos rápidamente. Para esto nos ayuda la fe, para que recemos cada decisión que hemos de tomar y pasándola por el filtro del Señor, Él nos ayude con un buen discernimiento a elegir lo mejor y a hacer lo correcto. La oración personal es vital en nuestra vida, para que podamos mantener la calma en los momentos más difíciles y estar el menor tiempo posible en la encrucijada de caminos, donde todo es inseguridad, desasosiego y turbación.
A pesar de las dificultades nunca dejes de creer en tus posibilidades, sobre todo si salen de tu corazón. Son los dones que el Señor ha puesto en ti, y aunque pienses que todo se ha torcido o que tus planes de futuro se pueden ver mermados, ten claro que es una etapa Dios ha puesto en tu camino para ayudarte a seguir madurando, a hacerte más fuerte, a prepararte para el siguiente escalón que tendrás que subir en tu proceso de madurez personal. De todo se sale, y en esta vida “todo tiene solución menos la muerte”. Quizás hay personas que tienen que pagar un precio más alto que otro, pero este es uno de los errores que comentemos siempre, comparar nuestros “precios” con el de los demás. Cada uno tiene sus dificultades. Y lo que nos hace grandes, como verdaderos discípulos, es la capacidad de asumir las dificultades, los problemas, poder interiorizarlos en nuestro corazón, ver qué es lo que Dios nos está diciendo y pidiendo para luego dar testimonio de todo lo que el Señor ha hecho en nuestras vidas.
Dice el apóstol san Pablo: «Estoy crucificado con Cristo; vivo, pero no soy yo el que vive, es Cristo quien vive en mí. Y mi vida de ahora en la carne, la vivo en la fe del Hijo de Dios, que me amó y se entregó por mí» (Gal 2, 19-20). Y es que lo fácil y cómodo es quedarnos en el lamento del fracaso, del ser víctimas, aunque sea de una injusticia, incluso hasta si se han aprovechado de nosotros para sacar un rédito personal. Tienes derecho a quejarte. Habla con el Señor Crucificado. Siéntete como Él se sintió en la Cruz. Pero no te cierres en banda a este sentimiento de dolor y de injusticia, quéjate un rato (pero que no sea mucho) y levántate desde la fe. Deja una vez más que Cristo entre en tu corazón, en tu vida y sea Él quien te libere, quien te ayude a confiar en el Padre y a saber abandonarte en sus manos como Él lo hizo desde la Cruz.
No tengas miedo en hacerlo que te aseguró que saldrás más que reconfortado. Que Cristo sea el motor de tu vida en todo momento, y en las dificultades más. Si piensas que no puedes, que es más difícil que antes, porque la cuesta parece más pronunciada, deja que el Señor te empuje en esta ascensión dura, para que te sea más liviano el pasarlo. Pero no abandones, no te resistas ni retrocedas, porque como dice el apóstol, “sigues viviendo en la carne, pero en la fe del Hijo de Dios, que te amó y se entregó por ti”. Y esto es lo que Dios te está queriendo decir: “No estás solo, no dejes que tu vida la inunde la tristeza, la desazón, el pesimismo, sino todo lo contrario, que Cristo sea tu fuerza para no rendirte en la adversidad y que quien pone su confianza en el Señor siempre sale victorioso, pues Cristo nunca falla”.