En muchas ocasiones hemos sentido miedo en nuestra vida. Miedo a que nos ocurra algo, a equivocarnos en las decisiones que hemos de tomar, al futuro, a la muerte, … y a tantas situaciones presentes que nos coartan y merman sobremanera nuestras capacidades. Según la experiencia que vamos acumulando, y según la madurez que vamos adquiriendo, vamos afrontando nuevos retos de maneras muy distintas. Para vencer este miedo necesitamos avivar cada día nuestra esperanza, que nos permite superarnos, llenarnos de buenos deseos y de ilusiones para afrontar las situaciones que se nos presentan y que nos ayudan a crecer y a sentirnos realizados y felices en todo lo que hacemos. Esto es lo que precisamente nos humaniza, lo que nos hace más profundos y auténticos, al vivir cada día con ese deseo de ser felices y disfrutar y saborear todo lo que hacemos.
La esperanza nos tiene que llevar a creer y confiar más en Dios, y sobre todo a tener ese santo Temor de Dios, para procurar con nuestra vida y acciones, que no ofendamos a Dios de ninguna manera; para que no nos dejemos influenciar por este mundo tan seductor en el que vivimos y que quiere atacarnos con agresividad para que tengamos claro cuál debe ser el camino que hemos de tomar, para así entrar en su dinámica y apartarnos de Dios, de lo auténtico. Y es que el mundo en el que vivimos a veces se puede llegar a convertir en una amenaza, cuando nos dejamos arrastrar por él y dejamos que saque lo peor de nosotros, pues empezamos a desconfiar de los demás, a mirar por nosotros mismos, a ser cada vez más individualistas, a juzgar indiscriminadamente a todo el mundo, y sobre todo, nos olvidamos de Dios, dejamos que el mundo nos absorba tanto que abandonamos a la mínima de cambio al Señor.
Todos necesitamos de personas que nos ayuden, que nos quiten esos miedos que tenemos; que nos permitan ser más fuertes y dejarnos llevar así por el soplo del Espíritu, que va a procurar que siempre busquemos al Señor, que nos encontremos cara a cara con Él, especialmente a través de la oración, manantial inagotable de amor; pues desde la oración personal todo se puede afrontar y superar si uno realmente confía en el Señor. Entonces es cuando Dios te sorprende y sale a tu encuentro, aunque no lo esperes. Como les pasó a las mujeres cuando iban el Domingo al sepulcro: «El ángel habló a las mujeres: “Vosotras no temáis, ya sé que buscáis a Jesús el crucificado. No está aquí: ¡ha resucitado!”» (Mt 28, 5-6). Ellas iban preocupadas por saber cómo correrían la piedra del sepulcro, se asustaron al ver que estaba allí un ángel, que ni conocían, y que les mostró el sepulcro vacío; y es que el “no temáis” es una invitación a descansar en el Señor, a confiar plenamente en Él, y a recibir esa vida que Cristo Resucitado quiere transmitirnos.
Ora para que puedas encontrar a Jesús como el Pan de Vida que da sentido a todo lo que vives. Deja que sea Cristo quien aleje el temor de tu vida, y así puedas saborear y enriquecer la esperanza a la que te llama. Reza desde la sencillez para que por la oración puedas encontrar a ritmo verdadero, mantengas la esperanza viva y te ayude a saber cada día alabar y entregarte al Señor de la mejor manera. La oración permite superar y vencer los miedos que tienes y sobre todo una oportunidad de poder pararte y frenar la sangría que realiza el demonio en tu vida. No te dejes vencer por el tentador, más bien, estate bien atento para que puedas encontrarte lleno de la experiencia de Dios y así pueda dar gratis lo que ha recibido gratis.