Si quieres amar a Cristo has de pasar tiempo con Él, has de hablar, has de tratarle con toda la dedicación del mundo, siendo consciente de que Él siempre quiere estar contigo, nunca se cansa de ti. Es una experiencia hermosa, darse cuenta de la necesidad que tienes de Dios. Es como vivir una relación muy especial con la persona más amada, que ha de ser Cristo, que se ha entregado por ti y se hace presente cada día, a través de la Eucaristía, para llegar a tu corazón, y así llenarlo de vida y de amor para que puedas dar sentido a todo lo que vives. No hacen falta grandes palabras ni discursos para dialogar con Jesús, lo más importante es que le abras tu corazón, para que Él pueda entrar y llene tu vida de verdadero amor y así te entregues a los demás siguiendo sus pasos. Jesús habla en el silencio, cuando eres capaz de hacer silencio en tu interior y no te dejas llevar por pensamientos, quehaceres, experiencias pasadas…, pues en la vida de fe, el encuentro con Cristo es vital para que todo fluya y tenga sentido. Deja que sea tu corazón el que hable, que te permite sacar lo mejor de ti mismo y entregárselo a los demás, y por ende a Dios.
Trata con amor al Señor, cuida tu relación con Él. Ha de ser una relación especial, porque Cristo se ha hecho hombre por amor al hombre; ha asumido nuestra condición, excepto en el pecado, para darnos luz y ayudarnos a llegar al encuentro del Padre. El corazón de Jesús siempre late de una manera especial, vibra de amor por ti y por cada ser humano. Por amor, Jesús se ha quedado con nosotros en la Eucaristía, para servir de alimento, para ayudarnos a seguir viviendo nuestra fe; Dios nos ha regalado la vida para que la saboreemos y saquemos de ella lo mejor, pero no hemos de olvidar el compartir lo que somos y tenemos con quien tenemos al lado. Así es como el compromiso cristiano se convierte en medio para cambiar el mundo, para mejorar lo que hemos recibido en herencia: la transmisión de la fe. Así es como avanzamos en nuestro camino de fe y esperanza; poniéndonos a disposición del Señor y siendo instrumentos suyos.
Cristo ha venido para quedarse, y así lo celebramos en la Eucaristía. Cristo está esperando que le abras tu alma para amarte. Como en el juicio ante el Sanedrín y Pilatos, guarda silencio, parece indefenso, pero cuenta contigo para que lo defiendas y seas capaz de dar la cara por Él, en un mundo que quiere erradicarle a toda costa. Toma la iniciativa para que seas una coraza para Jesús; no es que Él necesite nuestra defensa, sino que es eres tú quien te alimentas y beneficias de todo lo bueno que el Señor hace. Dile a Dios lo que nace de tu corazón. No hace falta pensar mucho las palabras para hablar con Dios. Que lo que tu corazón hable y le diga al Señor lo que le nace, porque es así como tu relación será más fluida y serena. No hace falta pensar mucho para escoger las palabras; habla como si fuera tu amigo, alguien muy cercano a ti, con las mayores de las confianzas, porque se trata de tu mejor amigo, al que le cuentas todo y no le escondes nada. Si tu corazón es el que habla, ganarás enormemente.
No tengas miedo de acoger a Jesús en tu corazón, déjale que esté siempre en Él, para que puedas aceptar a todos tal y como son. Hay veces que cuesta hacer camino, pero cuando Jesús está en tu corazón, todo es más fácil, porque el cariño y la compasión se hacen presentes y tratas a los demás como lo hacía el mismo Cristo. Esa es la misma invitación que el apóstol san Pablo nos hace: «Tener los mismos sentimientos que Cristo Jesús» (Flp 2, 5), entonces tendrás más facilidades para ponerte en el lugar del otro y podrás amarle sin ningún esfuerzo. Como la vida algunas veces es complicada, no le pongas más complicaciones tú, sino que saborea y disfruta todo lo que realizas para que en cada instante puedas mirar al Señor con un corazón agradecido y bendecido. Jesús ha venido a salvarnos, a perdonarnos y a amarnos. Nunca nos rechaza, siempre nos espera con los brazos abiertos, para abrazarnos y entrar en nuestro corazón llenándolo de vida y de entrega.