Ninguno hemos nacido sabiendo. Desde pequeños hemos recibido una educación por parte de nuestros padres y nuestra familia, del colegio en el hemos aprendido conocimientos, de la parroquia en la que hemos ido recibiendo la doctrina de la Iglesia, que nos ha ido formando como personas y como creyentes para tener así una educación integral. Nuestros deseos y proyectos de futuro han podido cambiar con el paso de los años, pues de pequeños teníamos unos deseos sobre nuestro futuro y según crecíamos muchos de ellos han cambiado y han pasado a un segundo plano, respondiendo así a las decisiones que hemos ido tomando según pensábamos lo que era correcto y lo que más nos favorecía para nuestra vida. Lo que sí está claro es que somos fruto de nuestra educación y formación. Debemos cuidarla con exquisitez, pues de ella depende lo que el día de mañana sea nuestra sociedad.
Conforme hemos ido creciendo también han cambiado nuestros compromisos. Hemos podido ir adquiriendo mayores responsabilidades con el paso del tiempo. Estas decisiones que hemos ido tomando nos ha hecho que nos formemos en determinados campos en los que quizás en un pasado corto o mediano ni nos planteábamos. Pero cuando estamos comprometidos con un proyecto hemos dado lo mejor de nosotros mismos y hemos visto la necesidad de prepararnos mejor para así aportar y ayudar mucho más. Esto ha favorecido a los demás que se han visto enriquecidos con nuestro esfuerzo y entrega y les ha ayudado en los distintos ámbitos de su vida.
Desde el voluntariado en la parroquia y en los distintos movimientos hemos ido dando pasos, adquiriendo experiencia, fortaleciendo nuestra fe en el Señor, aprendiendo cada día (nunca dejamos de aprender) y formándonos en campos en los que veíamos que teníamos que mejorar y aprender para poder servir y ayudar mejor a los demás. Para mí esto tiene mucho valor, porque uno entrega su tiempo, su esfuerzos y en definitiva todo lo que es para servir mejor a los hermanos. Cierto es que uno se enriquece, recibe y madura mucho, porque lo que das gratuitamente el Señor te lo devuelve con el ciento por uno. Te sientes más que realizado porque llegas a experimentar la alegría de dar la vida; de constatar que tu vida y tu tiempo no son para ti sino que son para el Señor y para los demás, porque en tu opción de vida tienes clara cuál es la meta hacia la que quieres llegar y el camino que has de tomar, sabiendo lo que tienes que hacer y adaptándote a situaciones para las cuáles no te has preparado pero que el Señor te va poniendo y ayudando a salir de ellas a la vez, edificando a los hermanos. Y al final experimentas lo que es la felicidad verdadera, nacida de la experiencia del encuentro sincero con Cristo y de la entrega humilde y sincera a los demás sin esperar nada a cambio.
Así lo dice el Señor Jesús: «Vosotros me llamáis “el Maestro” y “el Señor, y decís bien, porque lo soy. Pues si yo, el Maestro y el Señor, os he lavado los pies, también vosotros debéis lavaros los pies unos a otros: os he dado ejemplo para que lo que yo he hecho con vosotros, vosotros también lo hagáis» (Jn 13, 13-15). Esto resume a la perfección la enseñanza de Jesús que tenemos que aprender para poner en práctica. Lavarse los pies significa servirnos y arrodillarnos ante los demás, no para adorarles ni para que se sientan más importantes que nosotros, sino para darles lo mejor de nosotros. Y es que todos tenemos cualidades y dones que podemos desarrollar y explotar todavía más cuando se trata de servir y a los demás, porque nuestras cualidades no tienen límite, sólo el que cada uno le queramos poner. Por eso es el Señor nos ha dado los dones y cualidades que tenemos. Nos los ha dado potencialmente para que nosotros las desarrollemos y las llevemos a plenitud según consideremos. Y este es el gran valor de estar siempre al servicio de los demás, que lo haces para llevar lo que tienes dentro a plenitud y así sentirte plenamente realizado y feliz, a la vez, que sirves, ayudas y haces feliz a los demás. Todo un reto y un arte de vida: Aprender para servir.