Son muchas las malas noticias que nos hemos acostumbrado a escuchar en los medios de comunicación. Parece como si hubiésemos hecho callo y la información que recibimos sobre el sufrimiento humano, el desorden y el caos a través de la violencia o el abuso, la poca ética moral… ya ni nos conmueve ni inmuta. Nuestra sociedad e incluso nosotros mismos parece que nos hemos inmunizado y mientras no nos afecten los problemas de primera mano cada uno seguimos con nuestra vida.
La actitud que tomemos ante la vida es fundamental; la vida es un asunto de actitud y decisión y es importante tener actitudes positivas que nos ayuden a resolver los problemas, disfrutar de cada circunstancia que se nos presente, ver oportunidades para seguir creciendo y vivir la vida con alegría y entusiasmo. Está claro que una persona positiva no elige las circunstancias que le tocan vivir, pero sí la actitud con la que afrontarla. El ánimo con el que afronta las dificultades se convierte en un testimonio y a la vez en un ejemplo para los que le rodean. Por eso es importante elegir bien la actitud que queremos tener para afrontar las situaciones que nos tocan vivir.
Confiar en Dios y poner en sus manos cada asunto de tu vida, depende de ti. Tú eres el que pone los límites en tu mente, porque muchas veces te bloqueas, obsesionas o cierras en banda. El ejemplo lo tenemos con el centurión romano que acude en busca de Jesús para pedirle que sane a su criado que está enfermo (cf. Mt 8, 5-13). Jesús le dice que va a su casa a curarlo y el centurión le responde: «Señor, no soy digno de que entres bajo mi techo. Basta que lo digas de palabra, y mi criado quedará sano» (Mt 8, 8). Y Jesús se quedó admirado, tanto que dijo: «En verdad os digo que en Israel no he encontrado en nadie tanta fe» (Mt 8, 10). Por eso Jesús le dice: «Vete, que te suceda según has creído» (Mt 8, 13). ¡Qué actitud tan maravillosa la del centurión romano! Qué ejemplo que nos da porque siendo extranjero se acerca a Jesús para pedir por su criado y confió en Jesús. Se esforzó por acercarse al Señor en vez de mandar a otro que fuera en su lugar y tenía fe en que podía sanar a su criado. Y esto admiró a Jesús.
Por eso me pregunto: ¿Qué es lo que estoy creyendo para mi vida? ¿Soy capaz de asombrar a Jesús? ¿Qué actitud tengo ante mi vida, mis problemas, mis sufrimientos? Está claro que mi actitud es la que va a condicionar cada una de mis acciones. Puedo convertirme en víctima o protagonista, puedo ser bendición o maldición, esclavo o libre, confiar o no confiar. Esto depende solo de mí, y por eso quiero ponerme en las manos del Señor para que me ayude a seguir creciendo y a no perder el ánimo ni la confianza en Él. Confiar significa fiarse y hacer caso a lo que Dios me dice. Si me dice que salte lo tengo que hacer por mucho miedo que tenga, porque nunca va a poner mi vida en peligro, y siempre me va a buscar un bien mejor. Confiar significa pensar bien de Dios y no dejar que me asalten las dudas cuando tengo la sensación de haber perdido el control, porque Jesús siempre va a estar ahí sosteniéndome y demostrándome en todo momento que Él es fiel, que nunca me abandona. Confiar significa abrir el corazón y dejar que el Señor me derrame sus bendiciones. Ese corazón que está dispuesto a entregarse, a amar con todas las consecuencias y a dar los pasos necesarios para seguir las huellas de Cristo con determinación.
Ha llegado el momento de acudir a ti Jesús para asombrarte con mi sencillez, docilidad, humildad, espíritu de servicio, entrega, abandono… porque así es como te demuestro que mi vida depende de ti y no es cosa mía. Que el mejor momento para confiar es ahora mismo, y que no tengo que ser yo quien controle mi vida, sino Tú. Ha llegado el momento Jesús de ir a tu encuentro y presentarme ante ti necesitado, porque te necesito. Mi vida sin ti no tiene sentido y soy yo el que quiero ver tu rostro cuando te pida lo que necesite. Que nunca te defraude Jesús, porque nunca fallas.