Alegría renovada en la Resurrección

K¿Cuantas veces te has sentido sin ánimo, sin ganas de caminar y de abandonarlo todo? Hay veces que la oscuridad se hace fuerte ante la luz de nuestra vida, y nos cuesta trabajo avanzar, seguir hacia delante. Jesús con su resurrección quiere ayudarnos a superar estas situaciones que nos llevan al desánimo, a la muerte en la fe. Cristo nos ayuda a poder madurar, dejando atrás todo aquello que nos sumerge en el sepulcro bien sellado. La Resurrección de Cristo supone una ruptura con todo aquello que nos habla de debilidad y fragilidad. Dios nos da la posibilidad de sumergirnos en el misterio más hermoso de nuestra fe, y poder descubrir desde su presencia todo aquello que nos habla de triunfo, de vida, de nuevos caminos y oportunidades que se nos brindan para vivir más plenamente el Evangelio y compartirlo especialmente con los hermanos. No es una vivencia personal, ni mucho menos una celebración individual, sino que es en la comunidad donde nos encontramos con los hermanos que creen y se alegran por lo mismo que nosotros. Jesús fue lo primero que hizo, rodearse de discípulos, de amigos con los que compartir la vida y a los que enseñar. No hacía nada sin ellos, todo lo compartían. Esta es la invitación que en esta Pascua el Señor Jesús nos hace a cada uno: compartir nuestra fe y lo que somos, abriendo el corazón sin temor, porque Dios actúa en él y nos permite reconocerlo.

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Un encuentro con Cristo resucitado

Todos quedaron más desconcertados aún en el Cenáculo, después del gran horror que habían presenciado al ver al Maestro crucificado. Aún estaban conmocionados por la tragedia, por todo lo ocurrido después de celebrar la Pascua. Por miedo habían dejado a Jesús solo ante la guardia romana y del Sanedrín, encabezados por Judas. ¿Cómo podía haber traicionado al Maestro? ¡No lo entendían! Habían estado hablando con él y no habían notado nada raro en sus palabras. Después todo sucedió demasiado rápido. No se atrevían a preguntar para no ser descubiertos, hasta que le vieron cargado con la cruz, camino del Gólgota. Todo estaba perdido, se había acabado esa preciosa aventura que hace tres años habían comenzado con Jesús cuando los fue llamando uno a uno. ¡Qué gran decepción ver a Jesús muerto! Él que había resucitado a muertos, ¿cómo podía acabar así? Entre lágrimas y risas compartían lo vivido con Él durante su vida pública. Y de repente llegó el gran sobresalto, el gran susto que les hizo dar un vuelco al corazón: “¡Ha resucitado! ¡Y lo he visto con mis propios ojos!” Era María Magdalena, que venía con el rostro totalmente cambiado, alegre, brillante, en paz. ¿Se había vuelto loca? ¿Habrá tenido alguna alucinación? Si está sonriendo y sus ojos brillan de una manera muy especial, parece como si una luz saliese de su interior. No estaban para sustos ni sobresaltos, después de lo vivido. Está loca, ¿cómo que la ha llamado por su nombre y ha escuchado su voz? Una gran paz anidaba en su corazón. Cristo Resucitado le había devuelto la alegría, la esperanza, la paz, la ilusión. Ya no había tristeza. Pero ellos no sabían nada, ¿cómo el Maestro iba a estar vivo? No entraba en su razón, lo habían visto morir con sus propios ojos, sabían dónde estaba el sepulcro y los que lo pusieron allí les contaron todo detalladamente. Esto no es normal.

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¿Por qué la cruz es gloriosa?

¿Cómo puede ser la cruz gloriosa? La cruz es signo de sufrimiento, de dolor, de muerte, de tortura. Así fue como lo vivió Jesús. Es la manera de mostrar los límites del hombre, en cuanto al amor y al trato que se daba a los que se consideraban enemigos. Jesús transforma su significado dándole la vuelta radicalmente, porque entrega su vida por amor hacia los hombres y nos enseña a perdonar, cuando dijo en la cruz: «Padre, perdónales porque no saben lo que hacen» (Lc 23, 34). Perder la propia vida por amor es el mayor signo de generosidad que podemos realizar. Jesús nos ha marcado el camino, al cargar con nuestras culpas y morir en la cruz, para resucitar. Porque desde su entrega podemos afrontar cada acontecimiento de nuestra vida desde el abandono total en las manos del Padre, que nos permitirá experimentar el consuelo y la paz en medio de las turbulencias de la vida. Nuestro pecado ha sido absuelto en la cruz, por eso nos confesamos y recibimos la absolución cuando estamos verdaderamente arrepentidos; el sufrimiento cobra un nuevo sentido en la cruz, porque nos donamos por amor; nuestra muerte física y de nuestro propio ser, queda vencida en la cruz porque nos lleva a una vida nueva, la vida en Dios. Jesucristo quiere ser el protagonista porque ha de estar siempre en el centro, por eso la cruz es el símbolo glorioso del Amor que Dios nos tiene y de la Resurrección, que nos llama a la vida en plenitud.

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La Pascua en Sri Lanka

¡Verdaderamente Cristo ha resucitado! Es lo que creemos y decimos. Cristo ha resucitado para llamar a tu puerta, para que entregues tu vida, para que no tengas miedo a arriesgar lo que tienes. Hay que estar preparados, no sirve la espera. Las cosas llegan siempre cuando menos te lo esperas. Así ocurre con las desgracias de la vida, con la muerte, con los gestos violentos que los hombres somos capaces de realizar. 

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Cristo ha resucitado

¡Cristo ha resucitado! ¡Cristo vive! Jesucristo ha roto las cadenas de la muerte y se presenta ante sus discípulos para devolverles la alegría. También se presenta ante nosotros, para transformar nuestros llantos en alegría, en el gozo del encuentro. Entramos en el tiempo más gozoso del año, el de la Pascua, donde queremos decir que la muerte no tiene la última palabra. El Dios de la vida ha venido a iluminarnos, a transformar todo aquello que nos impide estar con Dios y poder contemplarle clara y transparentemente. Así es como Cristo se nos muestra, transparente, sin ningún filtro, derramando el Amor de Dios en nuestros corazones, para que podamos saltar de gozo.

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Viernes Santo

«Si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda infecundo, pero si muere, da mucho fruto» (Jn 12, 24).  

El sentido más profundo de la vida lo celebramos hoy. No queremos la muerte, ni para nosotros, ni para los que amamos. Cristo ha cargado con la Cruz, se ha agarrado fuertemente a ella y nos da una lección magistral de obediencia al Padre. ¡Cuánto nos cuesta obedecer a la Palabra de Dios! Hoy Cristo nos dice que está al alcance de nuestra mano. A pesar de la dificultad, es posible. Cristo extiende sus brazos en la Cruz para perdonarnos. Tú también puedes extender tus manos para abrazar al hermano, para reconciliarte con Él, para abrazar también a Dios que está esperándote, como el padre lo hizo con el hijo pródigo.  

Es viernes Santo, es hora de mirar a la Cruz y contemplar de una manera totalmente diferente tu vida, tu propia historia, porque Cristo te invita a que mires tu corazón y saques todas las espinas que puedas tener, para que tu corazón quede totalmente curado. La muerte de Cristo es para sanar tu alma; para dar nuevo sentido a tu vida; para que aceptes tu pasado y puedas caminar ayudado por Cristo, que quiere ser tu Cirineo desde este momento. Como Cristo miró desde la Cruz a todos los que estaban en el Monte Calvario, hoy también te mira a ti, para que tengas una mirada nueva y así puedas contemplar tu propia vida desde el abandono total en las manos del Padre. Deja que tus sufrimientos los acune el Señor, que Él sea tu consuelo, sea tu descanso, sea quien te devuelva la paz. 

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Hoy es Jueves Santo

Hoy es Jueves Santo, hoy es el día del Amor Fraterno. No es un jueves más del año, es el jueves más especial porque Cristo instituyó la Eucaristía, nos enseñó el verdadero valor del amor, de la entrega y del servicio. Hoy tiene sentido meditar el último mandamiento que Jesús nos dejó: «Amaos unos a otros como yo os he amado» (Jn 13, 34). El amor no es una opción, es el mandato de Jesús. No podemos pensar en si nos apetece o no, porque la condición natural del hombre es a amar y entregarse. Amar la propia vida, amar a los demás y por supuesto, amar a Dios. Son las tres dimensiones del ser humano que nos completan y que no pueden dejar coja nuestra capacidad de amar, si no las vivimos auténticamente. No amar a los demás ni a Dios es desobedecer el mandato del Señor Jesús.

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Que no te asuste la cruz

Tenemos claro como creyentes lo importante que es compartir y acompañar a Jesucristo en su Pasión y Muerte; también sabemos que hemos de asumir la cruz de cada día y cargar con ella para seguirle, pero, cuesta trabajo e incluso a veces da miedo cogerla porque tiene más peso en nuestra vida la comodidad, lo fácil… que lo complicado y auténtico. ¿Qué precio le pones al Señor en tu día a día? Quizás nuestras treinta monedas de plata son nuestro bienestar, la vida fácil, las seguridades que tanto esfuerzo nos ha costado llegar a conseguir; cada uno sabemos aquello a lo que no estamos dispuestos a renunciar; y nos planteamos si nos merece la pena seguir a Jesús o no. A veces es demasiado triste constatar en nuestras vidas que Dios no es tan importante, que hay situaciones que están por encima de Él, y terminamos dañando nuestra fe, debilitándola. La falta de ilusión, provocada por norma general por la falta de oración, hace que Cristo deje de ser el centro de nuestra vida, que nuestra pasión por Él se pierda y poco a poco comencemos a alejarnos de Él, casi sin darnos cuenta, enfriando nuestra alma y entrando en una dinámica de vacío de Dios que torpedea nuestra vida espiritual.

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La calma de la oración

El Señor Jesús nos invita a la calma y a la serenidad. En las últimas semanas antes de morir en la cruz se mantuvo en paz y tranquilidad, sabiendo que tenía que cumplir la misión que Dios Padre le había encomendado. Para eso todas las mañanas, antes de que saliese el sol, se iba a orar a la montaña, Él solo, para tener ese momento tan necesario de encuentro con el Señor. Dios es quien nos llena con su presencia; ésta es necesaria para el día a día, que trae también sus propios agobios, y que van llenando nuestra vida de alegrías y sinsabores. Hemos de encajar con rapidez cada vivencia, para que nuestra vida espiritual no se vea afectada por tantos sentimientos encontrados que experimentamos y vivimos cada día. Todo suma, tanto para bien como para mal. Si en la oración no descansamos en el Señor, siempre estaremos cansados, abatidos, sintiendo especialmente el vacío que va inundando nuestra alma, porque se va desgastando con el paso del tiempo y la acumulación de vivencias. Somos conscientes de la importancia de pararse, de llenarse nuevamente de Dios, de renovar nuestras esperanzas en Él, porque si no al final, nuestra vida deja de tener sentido y nos vemos envuelto en un círculo vicioso nada saludable para nuestra interioridad.

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En Domingo de Ramos

Domingo de Ramos, Domingo para cantar de júbilo porque reconocemos a Cristo como nuestro Rey, como Señor de nuestra vida, de nuestra historia. Hoy gritamos “¡Hosanna!” porque queremos decirle a Jesús que nos salve, que nos libere de tantas ataduras y situaciones de pecado en las que nos vemos inmersos, y de las cuales en ocasiones nos cuesta bastante trabajo salir. Constantemente necesitamos la ayuda de Dios, queremos reconocer que sin Él no somos nada y estamos abocados a la perdición. Hoy Domingo de Ramos queremos decir también: “Bendito el que viene en el nombre del Señor!” (Mc 11, 9), porque necesitamos, también, “bendecir” a Cristo, hablar bien de Él, por tantas gracias y regalos como nos concede, porque queremos compartir todo lo que hace por nosotros y cómo da sentido a nuestro caminar, a nuestra propia vida.

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