Solventar las dificultades
-
Objetivos:
- Dar lo mejor de nosotros mismos.
- Solventar las dificultades que nos encontramos en la vida.
Desde que comencé mis primeros pasos en el Seminario Menor siempre tuve la inquietud de querer ser catequista.
Un año más llega el Miércoles de Ceniza, sumergidos dentro del ritmo frenético de la vida. Una oportunidad para pararnos y hacer silencio en nuestro interior después del ruido carnavalesco y de tantas preocupaciones y agobios del día a día.
Queridos hermanos y hermanas:
Una vez más nos sale al encuentro la Pascua del Señor. Para prepararnos a recibirla, la Providencia de Dios nos ofrece cada año la Cuaresma, «signo sacramental de nuestra conversión»[1], que anuncia y realiza la posibilidad de volver al Señor con todo el corazón y con toda la vida.
El aspecto físico de una persona cuando tiene una determinada edad o se encuentra en la vejez, es el síntoma de todo lo que ha vivido y cómo la vida le ha tratado. Su aspecto no tiene que ser un condicionante para predisponernos al trato que le demos o a las formas que utilicemos al mantener con ellos conversaciones o el intercambio de ideas o puntos de vista.
Muchas veces he escuchado: “Ya está mayor y no hay que hacerle mucho caso”, o “Como es un viejo ya no tiene nada que decir”.
Moisés habló al pueblo, diciendo:
– «Un profeta, de entre los tuyos, de entre tus hermanos, como yo, te suscitará el Señor, tu Dios. A él lo escucharéis. Es lo que pediste al Señor, tu Dios, en el Horeb, el día de la asamblea: “No quiero volver a escuchar la voz del Señor, mi Dios ni quiero ver más ese terrible incendio; no quiero morir.”
El Señor me respondió: “Tienen razón; suscitaré un profeta de entre sus hermanos, como tú. Pondré mis palabras en su boca, y les dirá lo que yo le mande. A quien no escuche las palabras que pronuncie en mi nombre, yo le pediré cuentas. Y el profeta que tenga la arrogancia de decir en mi nombre lo que yo no le haya mandado, o hable en nombre de dioses extranjeros, ese profeta morirá.”»
Venid, aclamemos al Señor,
demos vítores a la Roca que nos salva;
entremos a su presencia dándole gracias,
aclamándolo con cantos. R.
Entrad, postrémonos por tierra,
bendiciendo al Señor, creador nuestro.
Porque él es nuestro Dios,
y nosotros su pueblo,
el rebaño que él guía. R.
Ojalá escuchéis hoy su voz:
«No endurezcáis el corazón como en Meribá,
como el día de Masá en el desierto;
cuando vuestros padres me pusieron a prueba
y me tentaron, aunque habían visto mis obras.» R.
Hermanos:
Quiero que os ahorréis preocupaciones: el soltero se preocupa de los asuntos del Señor, buscando contentar al Señor; en cambio, el casado se preocupa de los asuntos del mundo, buscando contentar a su mujer, y anda dividido.
Lo mismo, la mujer sin marido y la soltera se preocupan de los asuntos del Señor, consagrándose a ellos en cuerpo y alma; en cambio, la casada se preocupa de los asuntos del mundo, buscando contentar a su marido.
Os digo todo esto para vuestro bien, no para poneros una trampa, sino para induciros a una cosa noble y al trato con el Señor sin preocupaciones.
En aquel tiempo, Jesús y sus discípulos entraron en Cafarnaún, y cuando el sábado siguiente fue a la sinagoga a enseñar, se quedaron asombrados de su doctrina, porque no enseñaba como los escribas, sino con autoridad.
Estaba precisamente en la sinagoga un hombre que tenía un espíritu inmundo, y se puso a gritar:
– «¿Qué quieres de nosotros, Jesús Nazareno? ¿Has venido a acabar con nosotros? Sé quién eres: el Santo de Dios.»
Jesús lo increpó:
– «Cállate y sal de él.»
El espíritu inmundo lo retorció y, dando un grito muy fuerte, salió. Todos se preguntaron estupefactos:
– «¿Qué es esto? Este enseñar con autoridad es nuevo. Hasta a los espíritus inmundos les manda y le obedecen.»
Su fama se extendió en seguida por todas partes, alcanzando la comarca entera de Galilea.
Hoy la Palabra de Dios nos invita a vivir nuestra vocación en plenitud desde la experiencia del encuentro con Jesucristo. El apóstol San Pablo nos habla desde su experiencia personal y desde su opción a vivir en celibato para entregarse totalmente a la predicación del Evangelio. No nos propone el celibato como el modelo único de seguimiento a Jesucristo, pero sí que nos invita a reflexionar sobre a la dedicación que tenemos, desde la vivencia de nuestra vocación, al evangelio y a la construcción del Reino de Dios en nuestros ambientes cotidianos.
Está claro que Dios nos habla y nos pide que tengamos una vida y una mentalidad de ascesis para así, metafóricamente hablando, podamos combatir a “esos espíritus inmundos” que nos acechan y que lo único que quieren es apartarnos de Dios y minar nuestra vida de fe.
Esto es precisamente los que nos presenta el Evangelio. Jesús acaba de llamar a sus discípulos, lo veíamos el domingo pasado. Entra en Cafarnaúm y después en la sinagoga para, desde el lugar sagrado y de escucha de la Palabra de Dios, anunciarnos ese tiempo nuevo que con Él había llegado y el alcance que va a tener.
Los personajes son dos: “la gente” y “un endemoniado”, es decir, los sencillos y los oprimidos. Además este tiempo nuevo comienza en un sábado, el día de descanso judío, dedicado a escuchar la Palabra de Dios. Jesús provoca admiración en los que le escuchan desde el comienzo y se quedan sorprendidos, reconociendo su autoridad, ya que hablaba desde su interior, desde lo más profundo de su ser. Y esa es la fuerza profética con la que Jesús predica y que no se aprende en ninguna escuela, sino desde la experiencia personal del encuentro con Dios.
Esto es lo que también nos dice el libro del Deuteronomio en la primera lectura: “Un profeta de entre los tuyos yo te suscitaré. Pondré mis palabras en tu boca y harás lo que yo te mande”. Y así es como se muestra Jesús: obediente a la voluntad de Dios y cercano, pues se ha hecho hombre para ser nuestro compañero de camino.
Y es que el mismo Dios es el que toma la iniciativa y se mezcla entre la gente para tocar el corazón y no dejar indiferente a nadie. Así nos cuenta este pasaje del evangelio la reacción de la gente al contemplar a Jesús: primero porque al escuchar a Jesús predicar se quedaban admirados, y segundo porque al curar al endemoniado su fama se extendió por todas partes; todos hablaban de él.
Por eso queremos poner la mirada en nuestro interior, en nuestra espiritualidad, pues todos necesitamos que el Señor nos sane y nos mejore. Y por eso debe de surgir en nosotros la necesidad de imitar a Jesús “que pasó por el mundo haciendo el bien y curando a los poseídos” o dicho de otra forma, curó a todos los que lo necesitaban. Esta es la invitación constante a practicar la misericordia y la compasión, pues el mandamiento nuevo no es predicar la doctrina, sino amar al prójimo como el Señor Jesús nos ha amado.
Y es que continuamente lo constatamos en nuestro día, lo difícil que nos resulta amar al prójimo, pues el mal existe y se hace presente en la vida. Es el grito del espíritu inmundo: “¿Qué quieres de nosotros, Jesús Nazareno?” Ese es el pecado y la ausencia de Dios que se opone en nuestro interior a ese mensaje liberador de Jesús. “¿Vas a acabar con nosotros? Es la victoria de Jesús frente al mal y a las tentaciones que diariamente nos seducen. Y Jesús nos muestra una forma de poder transformar nuestro mundo desde el Evangelio: colaborando con Él de una manera incondicional y viviendo nuestra vocación en toda pureza y profundidad.
De ahí la vida interior que tenemos que cuidar cada día y que nos permite dar sentido y entregarnos en todo lo que hacemos.
Digamos como San Agustín: “Señor, mi Dios, sólo a ti te amo. Sólo a ti te sigo. Sólo a ti te busco. Sólo a ti estoy listo para servir pues sólo tú me gobiernas con justicia y yo deseo estar bajo tu autoridad” (Soliloquios 1, 15).
Amoris Laetitia (109-110)
No se alegra de la injusticia, sino que goza con la verdad: