La esperanza es lo último que se pierde. En nuestro camino de conversión es lo que queremos pensar, que podemos llegar a cambiar nuestra vida para siempre con la ayuda del Señor, y no tener que volver a retroceder más. Avanzar para luego retroceder es perder energías y tiempo innecesariamente, pues vivimos para progresar y mejorar cada día, sin tener que estar todo el tiempo rectificando y empleando nuestros esfuerzos en demostrarnos que hemos cambiado y que nos vamos convirtiendo. La madurez que vamos alcanzando con nuestras experiencias de vida, nos deben servir para progresar y mejorar nuestra calidad de vida espiritual y personal, reforzando nuestras conductas y actitudes. Hemos de estar despiertos para llegar a ver con antelación las situaciones que se nos pueden presentar y que nos desbordan y destruyen lo construido con tanto esfuerzo y tesón.
Mantener lo avanzado y lo construido es tarea ardua, nos exige no relajarnos en ningún ámbito de nuestra vida, pues al mínimo despiste somos invadidos por las seducciones del mundo que nos sumergen en el vacío de Dios y nos hunde en el abismo del vacío. Persevera para que tu alma esté en paz y puedas saber con claridad qué es lo que Cristo te está diciendo. Jesús lo dice: «Yo soy el camino, la verdad y la vida. Nadie va al Padre sino por mi» (Jn 14, 6). Queremos andar por los caminos de la fe, sin necesidad de tener que apartarnos de Él. Queremos vivir en comunión con la Iglesia, que nos interpreta la Palabra de Dios y nos ayuda a crecer y madurar en nuestra fe. Queremos dejarnos guiar por el Espíritu Santo que nos manifiesta que Dios es lo primero y que hemos de renunciar a todo por Él si queremos heredar la vida eterna.
Lo que te hace crecer espiritualmente no son tus habilidades, ni tu inteligencia, ni todas las cualidades y virtudes que puedas tener. Lo que te permite crecer es la Gracia que el Señor te regala y que has de renovar frecuentemente, pues la perdemos con demasiada facilidad, fruto de nuestras debilidades y pecados. El alimento espiritual viene por la Gracia de Dios a través de los sacramentos y de la oración personal, al acoger y meditar la Palabra del Señor, a través de la revelación que el Señor nos permite interiorizar. Deja que el Señor haga tu corazón más humilde y sencillo, para que puedas luchar contra las influencias del mundo que lo quieren hacer autosuficiente y soberbio. No prescindas nunca del Señor en tu vida, para evitar entrar en el sinsabor de lo inmediato y superficial, que no aporta nada con sentido a tu espiritualidad.
Dice el apóstol san Pablo: «Cuidado con que nadie os envuelva con teorías y con vanas seducciones de tradición humana, fundadas en los elementos del mundo y no en Cristo» (Col 2, 8), pues las estructuras del hombre que no tienen su fundamento en la Palabra de Dios nos debilitan y nos alejan de Él cuando las convertimos en normas de nuestra vida. Hemos de estar atentos pues entran de la manera más sutil, y es entonces, cuando sin darnos cuenta empezamos a retroceder en todo el camino de construcción espiritual que hemos realizado, perdiendo la Gracia del Señor, en primer lugar, y sumergiéndonos en el vacío de lo mundano y dando entrada a la desidia, la comodidad y el todo vale en nuestra vida.
No le des la espalda al Señor, pídele que te ayude a examinar tu corazón cada día para caminar tras las huellas de Cristo. Que el Espíritu Santo te ayude a plantar batalla ante el tentador y puedas vencerlo cada vez con mayor facilidad, para que el tiempo que empleas en derrotarlo sea cada vez menor y así puedas aferrarte más a Cristo, que ha venido a dar sentido a tu vida llenándola de dones maravillosos que has de ir compartiendo y ofreciendo a los demás.