A ninguno nos gusta que nos rompan los esquemas y que nos cambien los planes. Muchos han sido los enfados que a lo largo de la vida nos llevamos, cuando a última hora lo que teníamos programado lo tenemos que cambiar por un inconveniente de última hora o porque nos hemos visto forzados por cualquier situación ajena a nuestra voluntad. A todos nos gusta tener nuestra vida bien segura y amarrada para que todo nos salga como pensamos. Muchos son los esfuerzos que invertimos para conseguir lo que nos proponemos y así construir nuestra zona de confort, que hace que nuestro mundo personal sea estable, no se tambalee y nos sintamos cómodos y felices con lo que vamos consiguiendo.
Mantener la calma en el preciso momento que se nos cambian los planes es una tarea ardua y compleja, pues requiere que seamos capaces de controlar nuestro carácter e impulsos y podamos mantener la mente libre y despierta para no entrar en esa dinámica de desesperación y enfado. En un momento así son muchas las ideas que vienen a nuestra mente y que nos llevan a un momento de ira instantánea, de la que luego seguramente nos arrepintamos si nos dejamos llevar por el primer impulso. Es todo un reto el que se nos plantea, y es también un propósito al que deberíamos llegar para aprender a dominar y controlar nuestro carácter y poder actuar y hablar correctamente sin necesidad de perder la paz y la calma. Para ello hace falta reeducarnos a nosotros mismos para ir cambiando nuestros hábitos y conductas que hemos llegado a convertir en innatas y que con constancia y tesón seremos capaces de llegar a dominar.
Necesitamos ser perseverantes y tener mucha fuerza de voluntad y disciplina para dominarnos a nosotros mismos, pues hay veces que somos los más difíciles de cambiar. Tenemos que conocernos muy bien y para ello hace falta que vayamos dando pasos que nos ayuden a madurar y a crecer personalmente. Hay un momento en la vida donde dejamos de crecer físicamente y empezamos a menguar, pero interior y espiritualmente nunca dejamos de crecer, siempre tenemos oportunidades para profundizar y madurar cada vez más. Esto depende de cada uno y del reto personal que estemos dispuesto a afrontar en nuestra propia vida y para esto tenemos la fe.
Así nos lo cuenta el evangelista S. Mateo: «María, la madre de Jesús, estaba desposada con José y, antes de vivir juntos, resultó que ella espera un hijo por obra del Espíritu Santo. José, su esposo, coro era justo y no quería difamarla, decidió repudiarla en privado. Pero, apenas había tomado esta resolución, se le apareció en sueños un ángel del Señor» (Mt 1, 18-20).
Sé como José, prudente y con buenas intenciones siempre. S. José vio cómo se le cambiaron sus planes, pudo denunciar a María y hacerse perfectamente la víctima ante todo Nazaret, pero decidió ser justo y bueno, y la repudió en secreto, para no hacerla daño. Seguro que se sintió decepcionado y defraudado y herido en su orgullo ante todo su pueblo. Así puedes sentirte tú en muchas ocasiones, cuando se te cambian los planes y experimentas una decepción de alguien muy cercano a ti. No es momento para decidir ni para romper. Sé prudente y párate a escuchar qué es lo que te dice el Señor, que seguro que te habla como le habló a José en cuando decidió rechazar a María.
Cuando estamos en la presencia de Dios y procuramos mantenernos cerca de Él, el Señor siempre viene a darnos luz a nuestra vida, por mucho que pensemos que todo se ha desmoronado y cambiado. No tengas reacciones violentas ni te dejes llevar por la ira. Procura estar siempre en la presencia de Dios con tu corazón bien abierto a su acción, para que así rápidamente puedas comprender lo que te dice, como le ocurrió a José, el ángel se le apareció en sueños con el mandato de Dios. Así actúa Dios en tu vida, con rapidez, porque siempre te está hablando y mostrando los pasos y decisiones que tienes que dar. No te encierres en ti mismo y tus agobios y problemas que solo te conducen a la desesperación. Dios quiere romperte los planes para que seas totalmente libre y llegues a experimentar que merece la pena vivir en el alambre de Dios, pues es mucho más seguro que cualquier construcción humana. ¡Fíate de Dios que nunca falla!