Caminar con Dios es necesario. Cada día tenemos que aprender a caminar con Él, porque ningún día es igual al anterior. Puede ser parecido, pero no igual. No se trata solo de caminar al lado de Dios y transitar por la vida; se trata también de ir tras Él, siguiendo sus huellas y haciendo el bien como el mismo Cristo lo realizó con los que se encontraba por el camino. Son muchas las personas con las que nos cruzamos en nuestro camino a lo largo de la vida, y también han de ser muchas las respuestas que demos, a cada uno según sus necesidades, como bien hizo Jesús en el Evangelio. Es necesario estar atento a lo que ocurre, a las necesidades de los hermanos. Hemos de observar y tener esa serenidad para contemplar con paz, respetando el momento de cada cual, sabiéndote poner en el lugar del otro y actuando con la mayor de las delicadezas para no avasallar al hermano y darle lo mejor de ti con todo tu corazón. Caminar con Dios es comprender que tu tiempo no te pertenece, y que como Jesús, has de saber pararte en el camino para encontrarte con el hermano, dedicándole el tiempo que necesite, sin prisas, sin agobios. Al igual que Dios respeta tus tiempos y procesos, has de respetar los de los hermanos, porque cada uno va a su ritmo en su vida de fe.
Qué importante es contrastar la vida con la Palabra de Dios. Dice el apóstol san Pablo: «Examinad vosotros si os mantenéis en la fe. Comprobadlo vosotros mismos. ¿O no reconocéis que Cristo Jesús está con vosotros? ¡A ver si no pasáis la prueba!» (2 Cor 13, 5). Cada día es una respuesta a nuestra propia vocación, a la llamada que el Señor nos ha hecho. No es fácil mantenerse en la fe, son muchas las decisiones que tomamos día a día, en unas tenemos a Dios presente, en otras en cambio no. Mantenerse fiel es complicado, aunque el compromiso y el esfuerzo que supone seguir los pasos de Cristo nos purifica y ayuda a avanzar. Este es el camino de santidad al que estamos llamados si caminamos con Dios. Estar con Él, avanzar a su lado, contemplarle cara a cara. La santidad tiene su base en la unión con Dios que nos permite estar cerca de Él y acercar también a los demás. Así es como daremos frutos abundantes con nuestro testimonio; «Pero alguno dirá: Tú tienes fe, y yo tengo obras. Muéstrame tu fe sin tus obras, y yo te mostraré mi fe por mis obras» (Sant 2, 18)13, 5). Los frutos de la fe son nuestras acciones que el Señor ha preparado con antelación para que podamos andar en ellas (cf Ef 2, 10).
Caminar con Dios es una invitación para conocerle cada vez más; comprendiendo que la Palabra de Dios es nuestra fuente de espiritualidad, el alimento que necesitamos para poder seguir caminando con Él. Sin la Palabra de Dios no somos nada, porque rápidamente sucumbimos a la tentación de hacer cosas, antes que pararnos a rezar y a saborear todo lo que Jesús nos quiere decir en el Evangelio. Camina don dignidad, como si Dios dejase sus matrimonios con los que te reúnes y compartes. Si quieres ser santo has de agradar a Dios y que los frutos de tu vida sean buenos y ayuden para tu salvación. Cuando somos fieles en la rutina, las alegrías se viven de una manera más plena y Dios nos da cada vez más responsabilidades para servir, porque vivimos con fidelidad el día a día
Es maravilloso sentirse bendecido por el Señor, sobre todo cuando eres consciente de que no estás solo, que Él está a tu lado y que en la intimidad del camino quiere que tu corazón arda de amor por Él. Déjate amar y lleno de su amor, da la vida.