Tener fe en Dios es el mayor de los tesoros que tenemos en nuestra vida y que debemos de cuidar, pues bien sabemos que en cuanto nos descuidamos, nos enfriamos y lo que hoy vemos con total claridad, mañana es posible que no sea tan claro y dudemos o reneguemos de lo que hoy es totalmente certero. Para mantener nuestra fe es imprescindible cuidar nuestra oración personal, ya que nos permite encontrarnos con Dios, alimentarnos espiritualmente y fortalecer nuestras creencias desde la interiorización y el corazón. Si algo necesita nuestra oración es dedicación y tiempo. A Dios no podemos ir con prisas, con nuestras prisas; sino que tenemos que “gastar” tiempo con el Señor para entrar en ese cauce de comunicación donde todo fluye, y nosotros hablamos a Dios, pero sobre todo Dios nos habla a nosotros. Hay que hacer silencio en la mente y en el corazón para escuchar lo que Dios nos tiene que decir.
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Sentimiento de culpa
Todos hemos experimentado muchas veces el sentimiento de culpa por algo que hemos realizado o dejado de hacer, tanto para nosotros mismos como para los demás. Este sentimiento nos lleva a una angustia que nos hace sentir “lo peor” del mundo, y que procura por todos los medios reparar el mal que hemos realizado o saldar la deuda que hayamos podido contraer. En otros momentos el sentimiento de culpa nos llega a paralizar y a dejarnos sin saber qué hacer, sumidos en nuestro propio desconcierto, siendo conscientes de nuestro propio error o “metedura de pata” y lamentándonos enormemente por no haber hecho las cosas todo lo bien que nos hubiese gustado.
Tiempo de escucha
Muchas son las prisas y las carreras que nos damos cada día para poder llegar a todo lo que tenemos que hacer. Sentimos que la vida, las responsabilidades, los trabajos nos aprietan demasiado y no nos queda tiempo ni para respirar, ni para hablar de todas las cosas que tenemos que realizar. Hay veces que las personas nos volvemos demasiado egoístas y solamente pensamos en lo nuestro y en quedar bien con los demás para luego hacer lo que nos parece según nuestros intereses. No podemos actuar así porque nos hacemos un flaco favor.
Eres instrumento del Señor
Si hay algo que no nos gusta a nadie es sentirnos utilizados por otro para su propio beneficio. Hay muchas personas en nuestra sociedad, y quizás también en nuestros entornos, que suelen aprovecharse de los demás para su propio beneficio. A estas personas las solemos catalogar como gente sin escrúpulos, pues no tienen ningún problema en escalar y conseguir sus metas a costa de los demás.
La grandeza de la sencillez
Todos somos conscientes de que muchas veces nos equivocamos y podemos perjudicar a los demás y a nosotros mismos. En nuestra mejor intención está el hacer las cosas desde nuestra mejor voluntad, pero por nuestras pobrezas y limitaciones, hay veces que las cosas no nos salen como nos gustarían. Esto hace que, en ocasiones, nos sintamos mal y contemplemos con impotencia cómo los demás también se desencantan con nosotros. Por eso es necesario que estemos muy despiertos y atentos para poder rectificar y no cometer siempre los mismos errores, teniendo esa actitud crítica con uno mismo y esa continua revisión personal que hace que miremos en nuestro interior y tengamos esa rapidez y facilidad para cambiar.
En la debilidad no desfallezcas
La vida nos trae situaciones que no esperamos, donde tenemos que tomar decisiones que nos marcarán para siempre. Estas situaciones las podemos provocar nosotros o nos vienen solas, sin quererlas. Para estos cambios repentinos no estamos nunca preparados. Desde la fe hay dos opciones: confiar en Dios y hacernos más fuertes en la fe, o abandonar a Dios renegando de Él.
Sin duda lo mejor que podemos hacer es agarrarnos al Señor ante las dificultades y los problemas, ya que nuestra fe se hace más fuerte. En estas situaciones vamos a estar más sensibles para dejarnos tocar por el Señor, que siempre está pendiente de nosotros. Cuando vemos las dificultades y pensamos que todas se alinean contra nosotros, es cuando más descubrimos la presencia de Dios y escuchamos más claramente su voz.
Con delicadeza
¡Cuánto agradecemos una sonrisa y unas buenas palabras en el trato con los demás! A todos nos gusta que nos traten bien siempre; que se dirijan a nosotros con respeto y cordialidad y que en las distancias cortas sean amables. Una persona sencilla y humilde es una persona delicada, tiene una sensibilidad especial porque en lo que hace, transmite ternura, respeto, amor… y te hace sentir importante. Es algo que todos deseamos ver cada día, que para los demás somos especiales, importantes. Lo más hermoso es cuando la delicadeza y la ternura salen solos, síntoma evidente de que uno hace lo que siente y no tiene que realizar ningún esfuerzo para demostrar nada a nadie.
Son muchos los ámbitos de nuestra vida en los que podemos ser delicados: en nuestras conversaciones, en el trato con la familia, con los amigos, con los compañeros de trabajo. No es casualidad que la fluidez en el diálogo sincero nos permita saber cómo se encuentran los demás y qué sienten en su interior. Si poseemos esa sensibilidad que nos hace entrever el sufrimiento de quien está a nuestro lado, sabremos encontrar las palabras oportunas para reconfortarle y hacerle sentir un poco mejor.
Ten compasión, Señor
Hay ocasiones en las que nos gusta presumir ante los demás de lo que somos, hemos conseguido o se nos da hacer bien. Nos gusta que nos miren bien y que nos tengan en consideración. Además, socialmente también nos sentimos bien cuando somos aceptados y los demás nos tienen en cuenta y quieren que estemos con ellos. Esto hace que nos esforcemos por conservar nuestra buena imagen y si se puede acrecentarla, mejor.
No podemos vivir sólo de apariencias, ni quedarnos en lo inmediato ni en lo superficial, porque entonces interiormente nos vaciamos. Corremos el riesgo de convertimos en personas frías que no tienen nada que ofrecer y que sólo están pendientes de lo pasajero y superficial. El ego es muy fácil de agrandarlo cuando entramos en esta dinámica. Hay que estar muy atentos para que lo material, el físico, la moda, el prestigio… no se conviertan en el centro de la vida, pues hace que sin darnos cuenta los demás nos reconozcan por estas cualidades y tengan una buena opinión. Corremos entonces el riesgo de caer en la presunción.
Siempre disponible
A menudo solemos decir a los demás que cuenten con nosotros para lo que necesiten y que estamos a su disposición en cualquier momento. Cuando lo decimos es de verdad, de corazón, y lo hacemos convencidos de que nos queremos entregar en la empresa que nos piden.
Si algo tiene la disponibilidad es la falta de apego a lo que haces. Te sientes comprometido, pero no atado, porque entiendes que tus cosas son importantes pero el reto que se te presenta por delante es mayor que tus propios planes. Cierto es que la vida nos sorprende, tanto para bien como para mal, pero quien no arriesga no gana, y en esta vida nos gusta ir demasiado seguros a las cosas, porque aventurarnos y ver que nuestro mundo personal se desestabiliza, no nos gusta y nos genera una gran inestabilidad.
Tomar conciencia
Seguro que, a lo largo de nuestra vida, sobre todo cuando éramos más pequeños, nos han dicho muchas veces que tuviéramos cuidado porque nos podíamos equivocar y no hemos hecho caso porque pensábamos que siempre nuestros mayores estaban con la misma retahíla y que no nos entendían. Con el paso del tiempo y las experiencias vividas nos hemos ido dando cuenta de la razón que llevaban porque nos ocurría lo que ellos ya nos advertían.
Y es que darnos cuenta de las cosas. hay veces que, nos cuesta trabajo porque hasta que no somos conscientes de la realidad y no lo vemos totalmente claro, no reconocemos la realidad ni tomamos conciencia de lo que sucede ni de lo que somos. En nuestra vida es importante tener las ideas claras para hacer siempre lo correcto, siendo coherentes con lo que creemos y luego ponerlo en práctica.